Ana Márquez van der Sluis. Nacida en Suiza y criada en la estepa castellana pronto despertó su pasión por las motos. Al principio empezó a viajar como pasajera y con el tiempo a montar en sus propias motocicletas por carretera y campo. Enamorada del desierto y la aventura busca el momento para escapar en cuanto puede sobre sus motos y siempre busca un nuevo camino de tierra para explorar.

La llamaron Tara, aunque ella no fue consciente de su nombre hasta cinco años después, había viajado hasta el desierto, pero era demasiado pequeña para recordarlo, un día pregunto el porqué de su nombre, ninguna compañera se llamaba como ella y en ocasiones se burlaban, le dijeron que su nombre pertenecía a una diosa y que significaba la madre de la liberación, que representa el éxito en el trabajo y en las hazañas y entonces acepto de buen grado su nombre.

Poco a poco fue conociendo su ciudad y limítrofes, después otras provincias hasta que llegó a la costa, fue entonces cuando se encontró preparada, se había aprendido todos los carteles de tráfico, sin duda la que menos le gustaban eran las circulares de color rojo y sus favoritas las azules con una moto en su interior…

Sin darse cuenta llegó el día, la compraron sus primeros zapatos de suela gorda, al principio se sintió extraña, la apretaban y rozaban, al caminar sentía que había crecido unos centímetros y notaba como la gente la miraba, pero acabó acostumbrándose y finalmente las sintió que la quedaba como un guante de piel ajustado, sonrió de tal manera que parecía celebrar la magia de la vida, unas horas después subió al barco, apagaron las luces y nunca llegó a entender porque la ataron con tanta fuerza.

Al amanecer siguiente sonó una fuerte alarma, un bullicio de gente se escuchaba en la planta de arriba, los coches arrancaron sus motores y Tara empezó a quedarse sin aire, acto seguido se sintió liberada, las cinchas que la sujetaban dejaron de apretarle, las marcas que se quedaron todo el día en el asiento hacían intuir lo poco cuidadosos que habían sido con ella, miró al frente y vio el cielo azul y al resto de sus compañeras esperándola.

El motor empezó a ronronear, el tubo de escape dejaba escapar el sonido de su banda favorita y kilometro a kilometro hizo honor a su nombre, una cadena montañosa se dibujaba en el horizonte con sus cumbres salpicadas de blanco y Tara se sentía cada vez más minúscula y más ebria de tanto espacio, la carretera cada vez era más estrecha, hasta llego a dudar por donde pasar al cruzarse con los camiones, un gran socavón producido por las riadas otoñales la hizo clavar los frenos a fondo y girar rápidamente a su izquierda metiéndose por un camino de cabras, una gran nube de polvo se levantó tras  ella pero no quiso aminorar su velocidad, el tiempo era oro!!

Era su tercer día de tan ansiado viaje y aceleró de tal manera que dejó una estela de ansiedad tras ella, esta vez estaba preparada……ruedas de tacos, suspensión, horquillas y su mejor aliada sobre ella.

-Cuantas horas juntas!!! Pensó en silencio……

Habían compartido todas las emociones, miedo, tristeza, alegría, habían compartido dolor, frio, calor, pero ahora estaban juntas ante aquella inmensa duna de color naranja y cielo azul, horas después y sin poder evitarlo llegó la noche y con ella las estrellas inundaron el cielo.

Ana Márquez van der Sluis.