El viento tan invisible como notable siempre sopla en la moto. Es el viento de la libertad de nos lleva sobre nuestras monturas por la legendaria Ruta de la Seda.

Turfán amaneció caluroso, muy caluroso, el sol nos aplasta nada más salir del hotel a las ocho de la mañana, solo una hora después de amanecer. En China, un país que tiene la misma hora oficial para todo su territorio a pesar de su gigantesca extensión, sucede que mientras en Shanghái amanece a las cinco y media de la madrugada en Kasghar, en el otro extremo no sale es astro rey hasta las ocho. Intentamos salir antes de que la implacable estrella caliente la olla de la depresión de Turfán. Aun tenemos que pasar por la zona más profunda, y allí seguro el calor será asfixiante y el viento fuerte. Aun con todo no podemos dejar de visitar la gran mezquita de Turfán. Una de las referencias fundamentales de la Ruta de la Seda. El islam entró en China siguiendo la ruta de Marco Polo, desde el oeste y por dos vías. La primera directamente desde Asia Central, lo que hoy es Kirguistán y desde el suroeste por el paso Karakorum lindando con Pakistán. Hoy la religión del profeta Mahoma es la mayoritaria en la región autónoma del Xinkianj. La mezquita de Turfán, con el minarete Emin, de 44 metros de altura y 10 de anchura fue construido en 1777 junto a la mezquita y es desde entonces referencia básica de la ciudad y uno de los hitos imperdonables de la Ruta de la Seda.

Salimos dejando atrás las calles emparradas de Turfán para meternos en el fondo de la sartén, Aun es temprano y el termómetro solo marca unos soportables 38 grados centígrados. De golpe, el viento. Siempre sopla el viento en el fondo de la depresión de Turfán y siempre lo hace con fuerza. En esta ocasión no tanta, pues apenas 60 km/hora soplando del lado derecho nos permiten avanzar a buen ritmo por la moderna autopista entre los miles de aerogeneradores que aprovechan la fuerza de Eolo. Con el cambio de dirección de nuestra autopista tenemos suerte. Dejamos la G-30 que se encamina hacia Urumuqui, la capital, y enfilamos el sur por la G-32 con lo que el viento ahora nos empuja. Sí, nos empuja, es esa de las pocas veces en la vida que uno siente el placer del viento en lugar de su oposición. Las BMW F-800 GS corren que se las pelan, pero hay que estar muy atento a los radares. En el peaje, que por cierto las motos no pagan, la policía nos para y curiosea. Seguimos. A continuación viene uno de los tramos más bonitos de autopista de montaña de toda China. Curvas enlazadas y doble carril remontando por un paisaje prodigioso. Desértico multicolor. Difícil decisión, concentrarse en las curvas y rodar al triple de lo permitido (unos ridículos 40 km/h) o relajarse con las fantasías en tierra y roca con que la naturaleza nos regala la vista. Optamos por ambas, pues el tramo es largo, 60 km, y con varias paradas ya no tendremos que temer a la media de velocidad con que controlan el tramo mediante cámaras fotográficas. La temperatura ha bajado más de diez grados, ahora sí que es agradable rodar tranquilo “solo” 28 º C

En la parte superior de las montañas, el desierto es aun más bonito. La locura de un repostero chorreando chocolate, nata y crema sobre gigantescos pasteles multiformes. No podemos evitarlo y nos metemos por una torrentera. Los neumáticos que ahora hemos conseguido redondear un poco, vuelven a llenarse de polvo. Tenemos que volver a la autopista que pronto deja atrás las montañas y se aburre en una recta hasta el horizonte sobre una planicie infinita. A lo lejos veo un bultito en mitad del asfalto, que pronto se convierte en un policía que indica claramente que nos detengamos. “Ni hao”, y sonrisas, eso siempre por delante. Un control de tráfico tiene detenidos al 100% de los coches que por allí circulan. Me indican que me acerque hasta el que parece el jefe que bajo una sombrilla y con el ordenador portátil sobre una silla me saluda y me enseña una foto. ¡Qué bien he salido, en plena acción! No entiendo nada de lo que pone en la pantalla, toda en chino, y menos que quiero entender claro, de repente se me olvida el poco mandarín que sé. Me indica algo muy claramente entendible para hasta para el más tonto y en cualquier idioma. 21%. Ósea que he superado el límite en ese porcentaje.” No entiendo”, digo en español. Se ríen sin entender lo que digo, más sonrisas. Oigo a otro que dice claramente “Two hundred”. Ósea 200 yuan, pero no hago ni caso y afortunadamente los demás polis tampoco. Con un gesto de benevolencia me dice que nos marchemos. Pies, o mejor dicho ruedas, para que os quiero. Cuando arrancamos veo por el espejo como detienen al coche de asistencia. Seguro que no tendrán tanta suerte. ( 150 Yuan )

Paramos en el arcén, unos 20 km mas allá para hidratarnos frente a una manada de camellos bactrianos. Prodigiosos animales que en verano están completamente pelados y parecen mucho más delgados que en invierno, cuando lucen una lustrosa pelambrera negra. En el último tramo llegando ya a la moderna ciudad de Korla, pienso en el viento de la libertad, ese viento que siempre te sopla en la moto. Ese viento que también podía darse una vuelta por la sede del único partido político de este país, para traer más modernismo y no solo radares a sus carreteras. Mañana mas. Travesía norte sur del desierto de Taklamakán, que significa: si entras no saldrás.[nggallery id=30]