Carlos Martinez de Campos. Gran aficionado a los deportes del motor Automovilismo y Motociclismo ha corrido entre otras pruebas las 24 horas de Monjuich, el Pikes Peak , la Nascar, Lemans Classic o la Baja Aragón. Viajero infatigable , ha dado la vuelta al mundo en solitario y por etapas atreves de Rusia y también el continente Africano de Sur a Norte, China y la Ruta de la Seda cuando no habían puesto aún las carreteras, Australia y Sudamérica entre otros destinos. En sus ratos libres se dedica a los altos cargos del sector Bancario Español e Internacional. Tiene publicado hace años el Libro «Los caballos Alados de la Ruta de la Seda” y fue presidente de la Sociedad Geográfica Española durante más de una década.
Después de pasar en un año cinco veces por quirófano para repararme la columna, había llegado el momento de hacer una buena excursión en moto y comprobar que habla quedado bien. Estábamos en Cuzco, Perú, alquilando dos motos en una acera en la zona turística, a dos aviones y veinte horas de nuestra salida de Madrid.
Procuramos que, con el jetlag, no nos timara demasiado el dueño del taller que atacaba: «ya se que los españoles estáis en crisis, pero no lloreis.» Acabamos de ver al Embajador de España en la tele negar vehementemente que estuviéramos quebrados.
Con todo esto, sacamos un precio razonable para una Teneré y una Transalp con muy pocos kilómetros. ¿Quién da mas? Además, la mejor moto para hacer grandes viajes es . . . cualquier moto. Eso si, que esté cuidada y con neumáticos buenos. Después de ofrecernos caballerosa y mutuamente escoger montura, acordamos turnárnoslas y así comparar.
Hay que tener amigos hasta en el infierno, pero mejor aún en el paraíso, como era mi caso con el mejor hotel boutique de Cuzco, el Plaza de Armas, en la plaza del mismo nombre. Nos trataron como a príncipes y me amigo se portó como tal y nos hizo un precio de idem. Tomarse una cerveza desde el balcón del bar viendo la ciudad es un lujazo.
La idea general era tirar hacia el Salar de Uyuni en Bolivia. La primera dificultad era que no nos dejaban cruzar la frontera a Bolivia por Desaguadero con las motos de alquiler y teníamos que dar una vueltecita de mil y pico kilometros. Bueno, no problem. A eso habíamos venido. Ultimamente viajo solo, no porque me guste, si no porque, además de que soy antipático, no encuentro quien pueda escaparse en las mismas fechas.
En este caso, Fausto con cinco días de antelación ni lo dudó. Es un gran viajero y un motero de verdad, con mucha experiencia en asfalto y en campo a través. No me lo creía: A las nueve de la mañana un tío delante de mi, con Gps y con mapa, abriendo camino y además había seleccionado y reservado alojamiento en el lago Titicaca para esa noche y, por supuesto, se había estudiado y preparado la ruta.
Yo, por si acaso, había empezado por la Transalp, que tenia un cilindro adicional y se portaba como si tuviera también un amortiguador mas. A partir de ahí, y con total falta de escrúpulos, utilice la excusa de la columna para no soltar la Honda.
Tuvimos un primer aperitivo de altitud, con un puerto de cuatro mil y mucho, nos quedó tiempo para desviarnos a visitar una espectacular población preincaica y antes mezclarnos con la gente en un gran mercado de un pueblecito andino, donde todos iban vestidos como habríamos soñado, con sus trajes, colorido y sombreros tradicionales.
Nos volvimos locos con las cámaras. Seguí a cuatro mujeres divinamente ataviadas retratándolas paseando hasta que se metieron las cuatro debajo de un puente. Cuando se agacharon las cuatro, salí corriendo antes de que alguien me partiera la cara.
LAGO TITICACA
Encontramos el hotel al atardecer. Por la noche, sobre el lago Titicaca, repasamos la ruta del día siguiente, otro cruce de los Andes. La web nos lo daba como pista de tierra. Llegaríamos al Pacífico y luego cruzaríamos a Chile para dormir en Arica.
Cometí el error de poner «seguridad» en la web y leer el relato del año anterior del asalto a un autobús en esa carretera. Los bandidos habían decidido registrar a las mujeres hasta la ropa interior y, al ver que se animaban demasiado, un policía jovencito, que iba de paisano, hirió a uno para defenderlas. Lo bajaron y lo remataron a tiros en la cuneta. A Fausto no le impresionó nada la historia.
Por la mañana hacía un sol precioso, la pista de tierra había sido perfectamente asfaltada y, lejos de asaltarnos nadie, solo encontramos gente amable. He visto muchas dunas en mi vida, pero nunca las había visto a casi cinco mil metros en el pico de una montaña.
Nos divertimos mucho con los miles de curvas hasta llegar al desierto costero. Estábamos en territorio del Dakar americano. Cruzar la frontera tiene infinitos trámites y formularios de cada lado. Echamos la tarde y mucha paciencia, pero nadie puso impedimentos a nuestras motos peruanas de alquiler.
ARICA
En Arica por alguna razón eran varias horas mas temprano, a sumar a un día entero de viaje. Nos premiamos con una agradable cena sobre el mar. Perdimos mucho tiempo por la mañana hasta que abrieron las casas de cambio, pero meternos cientos de kilómetros en el interior del país sin moneda local parecía poco prudente y en los hoteles no cambiaban.
Encima de Arica está la gigantesca duna que conocemos por TV de la llegada del Dakar a esa ciudad. De hecho, no me quedó nada claro lo que es duna y lo que es montaña. Por ahí cruzamos hasta la frontera, camino al punto mas álgido de nuestro viaje a casi 4800 metros al pie del volcán Sajama, el mas alto de Bolivia.
En esa aduana era donde temíamos que no dejaran pasar la motos. Llenamos mas papeles y ningún problema. Por la tarde tomamos la carretera de La Paz a Oruro y Fausto decidió darle un poco de alegría a la Teneré. Los policías locales tienen pistola de radar.
Cayó a 120 km/h en las afueras de un pueblo en zona de 50. El policía nos explicó muy amablemente que al día siguiente tendríamos que acompañarle a La Paz y tener un juicio por la enormidad cometida. A Fausto le costó algo de dinero y treinta minutos de negociación educada. Yo puse cara de que ya habíamos pagado bastante y la cosa se quedó ahí.
ORURO
Los carnavales de Oruro, según nos dijeron los locales, son patrimonio de la Unesco. Iban a empezar y la ciudad estaba patas arriba. El gentío abarrotaba las calles. Nos costó encontrar donde cenar bien y dormir mal. La comida de mediodía ya habíamos aprendido a obviarla.
La carretera a Potosí tenía tramos divertidos donde hacernos carreras en las que mi Transalp me daba ventaja. Por el camino conocimos a Kato, un Japonés que venía de California en una Suzuki de 300 muy remendada y cubierta de bidones de plástico y alforjas. _El motor se averió, cerca de Puno. Le entró agua cuando la corriente del rio me la quitó y se la llevó_nos contó.
_¿Y por qué ibas por el rio y no por la carretera?_ pregunté intrigado. _Porque el río iba por la carretera. Había inundaciones._Era un tipo simpatiquísimo, que saboreaba el viaje sin prisas.
POTOSÍ
Potosí es la mítica ciudad que durante unos años tenía una de las minas mas famosas de la historia y que alimentaba el imperio. Cerro Rico, la montaña de las riquezas, sigue ahí y los turistas lo visitan, como siguen la Casa de la Moneda y todos los edificios coloniales en lo alto de la población. Es un sitio muy agradable para pasear y por la noche recorrer sus simpáticos y animados bares y cafés. En Potosí no descansamos demasiado.
UYUNI
Largo trecho a Uyuni pero llegamos a comer. Es un perezoso pueblo con aire de frontera que empieza a despertarse al turismo, con mas buena voluntad que profesionalidad. Están empezando. El camino al Salar, el mayor del mundo, es una pista a ratos mala y con tole, pero ya íbamos sin equipaje.
Era la época de lluvias y la inmensa llanura de sal estaba cubierta por dos palmos de agua. Está prohibido, pero docenas de toyotas con el techo cargado de turistas se adentraban por el lago con agua hasta el eje hasta perderse de vista tras el horizonte, como si fueran barcos en el mar.
Es muy peligroso para no expertos. Dicen que el litio y otros minerales anulan gps y brújulas. Decidí meterme un poquito. Gran error. El fondo resbalaba como jabón, así que tuve suerte de no dejar caer la moto cuando hice un circulo para salir. De haberlo hecho habría tenido que tirarla. La sal lo corroe todo y hay que lavar muy bien los vehículos al salir. El motor por dentro se lo habría cargado.
Una enorme tormenta, negra y eléctrica, caía en la distancia. Mientras, Fausto, fascinado, sacaba fotos y video. Todo el mundo se había ido y solo quedábamos nosotros a la orilla del lago. Empezó a oscurecer al poco de salir, después de visitar el hotel construido con sal, que estaba completo.
Por una vez, iba yo delante. El terreno parecía encharcado y la sal con la lluvia había subido a la superficie y teñido todo de blanco, o eso creía yo. Era una pista de patinaje borrosa a través de la visera mojada y sucia. En realidad, el suelo estaba cubierto por unos centímetros de granizo.
Ninguno de los dos nos caímos en la larga vuelta a Uyuni. A las afueras del pueblo, la Teneré se murió al pasar por un gran charco. La empujamos por turnos durante mucho tiempo hasta el hotel. Nos ayudaron unos niños. La tormenta había apagado el pueblo entero. Nada funcionaba.
Por la mañana las llevamos a quitar la sal y a secar la Teneré con aire comprimido. Arrancó. Parecía tener un corto bajo el deposito pero nunca lo encontramos. La riada había cortado nuestra ruta a Chile la noche anterior. A las 11 decidimos tomar la pista de tierra a la cordillera y ver lo que nos encontrábamos.
Cientos de kilometros de desierto y un par de poblados. El puente muy alto al que la noche anterior el torrente le pasaba un metro por encima. Ahora, en solo unas horas, un pequeño riachuelo corría por debajo. La única gasolinera en el poblado minero estaba cerrada e invalidó nuestros cálculos de autonomía.
Los trámites fronterizos no fueron de los peores. Una carretera asfaltada bajaba directamente al Pacífico. Nos prohibieron tomarla: era zona franca. Sabíamos que todo el mundo la tomaba, pero nos lo prohibieron expresamente y dos guiris en motos cantosas no teníamos la menor posibilidad de pasar desapercibidos.
Teníamos que irnos al norte, otros cientos de kilometros, hasta Calama por pista y carretera. No habría gasolineras. Seguimos sin perder tiempo. Ya era tarde. La pista era bastante peor que en Bolivia y había tramos blandos, de obras y de tole.
Fausto iba delante y le imprimió ritmo al viaje para aprovechar la luz. Tuvo algún sustito y salvó uno espectacular, en que la moto hizo un shimi gigantesco, casi perdió contacto, aunque consiguió no caer, como en la famosa toma de Randy Mamola. Pena no filmarlo.
Empezó a llover y el terreno se volvió muy traicionero. Ibamos a veinte por unos paisajes espectaculares entre montaña, desierto y grandes salares. Estábamos en el Atacama.
En una zona de rota de asfalto la Teneré se cansó de tanta agua y se murió. Anochecía en medio de la nada. nos habían dicho que por allí había mala gente. Propuse esconderla y seguir los dos en la mía. No había donde. Después de mucho tiempo pasó una pickup.
El conductor nos dijo que ni podíamos dejar la moto, ni quedarnos en aquel sitio. La plataforma de la camioneta estaba a mas de un metro de altura. Entre los tres subimos la Teneré a pulso. Afortunadamente mi cirujano de la espalda no pudo ver la maniobra. Ya era noche cerrada.
La camioneta viajaba a un poco mas de cien bajo la lluvia y por la desfondada carretera. tuve suerte en no caerme. Mi única referencia visual eran sus luces rojas traseras, que ademas me servían de horizonte artificial. Sin ellas me habría quedado descolgado, a no mas de 40 km/h.
El conductor se salió de su camino y nos dejó en la civilización, aunque antes de Calama. Gracias a los bidones que llevábamos habíamos llegado hasta aquí. Cuando bajamos la Teneré de la pickup ya no llovía y arrancó tranquila y afortunadamente. Viajando al aire se había secado por el camino. Ese día fueron 530 kms, casi 500 de tierra o rotos.
CALAMA
Por la mañana, en el hotel de Calama las cosas se veían de otra forma. Ciudad grande, lujos, sol y autopista. Era el ultimo día, 730 kilómetros por delante, calor y una frontera antes de Tacna, Perú. Hasta nos dio tiempo de desviarnos a ver un gran petroglifo.
Salvamos grandes desniveles en la Panamericana, la impactante bajada a Arica y otro pequeño encuentro con la policía por adelantar una caravana de coches parados. Superamos la aduana y conseguimos la ultima habitación en Tacna. Allí dejamos las motos.
Y vuelta a casa vía la alegre y exuberante Lima. Habían sido siete plenos días sobre la moto, cuatro fronteras, unos cuantos cruces de los Andes y dos bajadas al mar. Parecía un mes y Madrid otro planeta. Habíamos vivido muchas cosas, muchas mas de las que puedo contar aquí, y muy deprisa. El test de mi columna quedaba superado.
Compartir el viaje con un buen compañero y motero había sido un acierto. A planear el siguiente.
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