Quique Arenas es periodista, director de Motoviajeros, embajador de Ruralka on Road y autor del libro «Amazigh, en moto hasta el desierto» (Ed. Celya).
El pasado 11 de marzo asistí en directo a un acontecimiento que se sumaría, sin que nadie lo supiera en aquel momento, a un cambio que transformará para siempre el mundo que conocemos. Estaba en casa, esperando como cada noche el inicio del partido de turno de la NBA. Sobre la cancha, a eso de las 2 de la madrugada hora española, los jugadores de Oklahoma City Thunder y Utah Jazz se disponían a disputarse el primer balón. De repente, para sorpresa de todos, alguien corrió hasta donde se encontraba el trío arbitral. En apenas unos minutos las plantillas al completo se marcharon a vestuarios, sin demasiadas preocupaciones –recuerdo ver al australiano Joe Ingles bromeando y al staff de la mesa de anotadores sonriendo-. Ni siquiera los comentaristas de la televisión estadounidense sabían qué ocurría. Pero los árbitros también desaparecieron por el túnel de vestuarios. Rápidamente aparecieron las cheerleaders, los dunkers que amenizan los tiempos muertos, los animadores que regalan camisetas. Todos seguíamos sin saber lo que estaba pasando… El partido nunca dio comienzo. Minutos después, la megafonía avisaba de que las 18.000 personas que abarrotaban las gradas debían desalojar las instalaciones del Chesapeake Energy Arena de Oklahoma. Al día siguiente, llegó la confirmación del positivo por coronavirus de Rudy Gobert, pívot internacional francés de los Jazz, y días después, el contagio de su compañero, la súper estrella Donovan Mitchell. La NBA suspendió de manera inmediata y fulminante toda la competición, indefinidamente. Así, como suena. Era el 12 de marzo de 2020. Cuatro días antes, yo había decidido voluntariamente quedarme en casa y no salir ante la amenaza de un virus, con el que casi bromeábamos en aquel momento, pero que tenía muy mala pinta. Ese día comprendí que el encierro vendría impuesto y duraría semanas. El resto, tristemente, ya es historia.
Desde ese instante, como muchos de nosotros, he entrado en el garaje varias veces para mirar, tocar, limpiar y arrancar mi moto, valorando cada uno de estos gestos. He vuelto a visualizar las fotografías de mis viajes, y a tirar de recuerdos, que según el dicho es el único paraíso del cual no pueden expulsarnos.
A modo de entretenimiento, he puesto en marcha un Trivial Motoviajero en mi Facebook todas las tardes a partir de las 18:30 horas. Junto a un buen número de personas, por unos instantes, olvidamos el drama que nos rodea y compartimos conocimientos, risas y complicidad en torno a una pasión común: las motos y los viajes de aventura.
En este tiempo, he preguntado desde mi perfil de Facebook, donde el 99% de la gente que tengo son motoristas y grandes viajeros, qué harán cuando todo esto termine. Salvo una respuesta, todos han brindado mensajes de optimismo, positivos, llenos de empatía, pasión y voluntad. Más de 330 mensajes, un pequeño experimento social si se me permite, que nos demuestra que saldremos adelante reforzados. El bicho tendrá que matarnos a todos si quiere vencer.
También he escrito, desde el corazón, a propósito de este maldito virus que está cebándose con nuestro país. Ahora soy un motorista que aplaude desde el balcón. Antes –hace apenas unas semanas- soñaba con viajar aquí y allá, con planificar nuevas rutas, nuevos reportajes, nuevas carreteras, nuevas montañas y valles. Ahora #mequedoencasa, salgo a las 8 de la tarde y observo con calidez a mis vecinos de otras calles, enjaulados en sus balcones, con las miradas perdidas, entrecruzadas, sin que en realidad sepamos quiénes somos cada uno. Pero convencidos de que vamos a salir victoriosos de este agujero vertical. De algún modo, me he dado cuenta de que este motorista que aplaude desde el balcón todos los días a los verdaderos héroes de esta guerra silenciosa, continúa emocionándose con pequeños gestos, con la suma de los esfuerzos colectivos y solidarios de muchas personas. Y eso, ahora mismo, se ha convertido en lo más importante: convertir nuestros esfuerzos individuales, nuestra confianza, nuestro ánimo, nuestro ejercicio de responsabilidad en un arma contra la desesperanza. Con la suma de todos nuestros esfuerzos individuales, con solidaridad, generosidad, fortaleza y determinación, la raza humana vencerá a uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta de toda su historia.
La revista Motoviajeros seguirá fiel a su cita mensual. Como dije en una ocasión… aquí seguiré, como el violinista del Titanic. Hasta el final.
Quique Arenaswww.motoviajeros.es