Jose Ramon Noguerol. Más de 25 años viajando en moto por Europa, América y África. Procuro que el viaje tenga siempre un “nombre propio” que dé sentido a la ruta pero también dejando que lo imprevisto te sorprenda. Es lo que engancha de los viajes. Por ejemplo me ha encantado poder recorrer en diferentes años los territorios que conforman la “naciones celtas”: Irlanda, Escocia, Gales, Cornualles, Bretaña, Galicia…
SHETLAND: “Las islas que descansan más allá del horizonte”
Después de muchos años viajando en moto unas veces con mi pareja, en ocasiones en grupo y otras con mi buen amigo Juan Recio, me animé ese año y viajaría solo. No fue ningún reto personal ni en principio lo había pensado, simplemente la idea empezó a tener fuerza y así lo hice. Ha sido una de las mejores experiencias que he tenido viajando en moto. Quizás las horas de “psicocasco” como dice Charly Sinewan o la soledad, dureza, serenidad y la lejanía de aquellas tierras colaboraron a ello. Y seguro que su luz, la suave luz, el “simmer dim” del verano de las Shetland puso la magia.
Trataría de hacer un viaje sencillo sin riesgos innecesarios porque a partir de ese momento todo lo que ocurriera dependería de mí y por otro lado no tenía ni idea de cómo me sentiría anímicamente durante los casi 13 días que duraría la aventura.
Con una latitud por encima del paralelo 60 el archipiélago de las Shetland son un conjunto de islas situadas donde el Mar del Norte se encuentra con el Atlántico, en el confín boreal. ¿Por qué se me ocurrió ir?…Como dicen los alpinistas cuando les preguntan por qué escalan las grandes cumbres, contestan: “simplemente porque está ahí”.
“El ferry salíó de la niebla que esa noche cubría el puerto de Kirkwal como si fuese un fantasma. Una breve escala para dejar a los pasajeros que vienen de Escocia y recoger a los que van para las Shetland.
Me acomodé en mi “sleeping pod” y el sueño me venció enseguida. El barco atracó en el puerto de Lerwick (Shetland) a las 7 de la mañana. Era un día gris y lluvioso. No había desayunado y todo aún estaba cerrado así que traté de que algún lugareño me sacase una foto en el cartel que da la bienvenida a las islas pero bien por la lluvia o por madrugar ninguno conseguía encuadrar bien la foto y aburrido de tanto intento opté por quedarme con la menos mala, ir a desayunar y empezar la ruta.
Localicé un supermercado y entré a comprar la comida del día, algo para cenar en la habitación de mi alojamiento, agua y un par de botellitas de vino de ¡¡Ribera del Duero!! también para la cena. Cuando llegué a pagar a la caja el encargado lo primero que hizo fue retirar las botellitas de vino, yo no entendía nada pues hablaba muy rápido y con un fuerte y cerrado acento nórdico, parecía estar hablando con un vikingo. Después de unos instantes de confusión y como el vikingo no cedía pagué el resto de la compra y me fui. Al salir vi un aviso y fue cuando me di cuenta que no se podía vender alcohol hasta las diez de la mañana y sólo eran las ocho.
Seguía lloviendo. Dicen que incluso en verano por estas latitudes a menudo hará viento y lluvia pero a cambio podrás tener las cuatro estaciones en un solo día así que traté de adaptarme lo mejor posible al tiempo cambiante y me dispuse a disfrutar recorriendo durante cuatro días estas lejanas islas.
Desde las siete de la mañana casi no había parado y no es que fuera deprisa pues me detenía a mirar el paisaje, hacer fotos, comer, consultar la ruta para ver dónde estaba…pero todo lo había hecho a un ritmo tan constante que no me había permitido sentir la emoción de que estaba en las Shetland. Al salir de un divertido tramo de curvas me encontré con una tranquila bahía donde había un bar que resultó un agradable lugar para parar y tomar un café. Fue entonces cuando me relajé y me sentí muy afortunado de haber llegado hasta allí.
Ahora en la distancia y pasado el tiempo recuerdo aquel viaje con mucha emoción.
Recuerdo llegar al final de una pequeña carretera y encontrarme ante los imponentes farallones de basalto rojo de Eshaness donde los vientos huracanados del Atlántico azotan al océano y empujan a gigantescas olas contra la base del acantilado. Las que parecen estar muy a gusto allí en verano son las miles de aves marinas que anidan en las rocas y donde también en el mar deambulan orcas y otros mamíferos marinos.
Recuerdo el día que recorrí las islas del Norte, las tierras más septentrionales de Gran Bretaña por donde apenas nadie circula.
Yell, triste y oscura, un inhóspito lugar donde criatura alguna podría vivir excepto que hayas nacido allí. Pero en sus desoladas turberas está su encanto.
Fetlar, la más pequeña. Un pequeño mundo natural sin gasolinera pero con una tienda.
Unst, la más septentrional, la que resiste con más valentía los fuertes vientos del norte. Al norte de Unst no hay nada…hasta encontrar el Polo Norte. Pero en esta isla me encontré con la parada de autobús más sorprendente de Gran Bretaña, con la iglesia más al norte, con una familia que reconstruía un barco vikingo al pie de la carretera y una antigua base de la Royal Air Force reconvertida en alojamiento, pequeño museo, y un café, sí, el más septentrional de Gran Bretaña y donde el encargado fabrica unos bizcochos y pasteles deliciosos…buen sitio para tomar un café y un trozo de tarta.
Recuerdo el último día en las islas. Por la tarde embarcaba hacia Escocia e iniciaba el regreso pero aún disponía de tiempo para recorrer el sur. No sabría decir lo mejor de esa mañana a veces soleada a veces fría y gris, quizás alcanzar el faro que está en su punta, fotografiar una colonia de simpáticos frailecilos “puffins” pero nada comparable con la visión repentina de una orca y su cría nadando tranquilamente cerca de la costa.
Y asomado al mar desde el faro pensé que había llegado hasta las islas que descansan más allá del horizonte y ya era hora de volver a casa.
José Ramón Noguerol
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