El Maestre Patarran, Elmese para los amigos.Un tipo corriente. Oriundo de Levante y afincado en Madrid.Un padre de familia que, cuando sus obligaciones se lo permiten, da rienda suelta a sus dos pasiones:Montar en moto… y “juntar letras” para contarlo.
Enamorado confeso del sistema central y La Sierra del Guadarrama.Y de su país, un lugar maravilloso, pese a todo.

La mañana estaba clara y el día soleado.

Mucho para ser pleno invierno.

Fresco pero sin llegar a ser molesto. Un excelente día de ruta, de los que hacen afición.

Al contemplar el camino casi escondido, apenas visible que salia a derechas por la ladera del bosque de pinos, no me pude contener.

Era un camino desleído y ralo, sin dibujo y evidentemente con poco uso, que no sabía donde me llevaría. No estaba marcado ni en la cartografía del GPS ni tampoco en la de papel: «De los que gustan de ser explorados»- pensé.

Y lo cogí, sin más.

Estuve rodando un buen rato a través de aquel bosque. Perdiendo el camino a veces… y volviéndolo a encontrar.

La señal de telefonía se perdió, por supuesto. Y también la de GPS, conforme se iba cerrando al vaguada y  los pinos arremolinaban a mi alrededor.

Hasta que llegué a unas pequeñas ruinas.

 

No sabría deciros si atendían a una vivienda, una granja o una instalación industrial.

Simplemente estaban allí, en medio de un bosque y lejos de cualquier arroyo o zona de paso, mas allá del camino intermitente que no aparecía en ningún mapa.

Apagué el motor y me bajé de la moto, sin quitarme el casco y con la mentonera abierta.

Y fué entonces cuando me dí cuenta.

El silencio.

 

Había un silencio total y absoluto.

No se oían pájaros.

No se oía viento o brisa acariciar los arboles.

No se oía el lógico «click-click» del motor al enfriarse poco a poco.

No se oía nada.

Absolutamente nada.

Solo mi respiración.

Y el crujir de las botas contra el manto de hojarasca y ramas bajo mis pies.

Un sonido atronador e inevitable, que parecía gritar: ESTOY AQUI…!

Y de repente… lo noté.

Por encima de aquel silencio y de aquel estruendo de astillas rotas que anunciaba mi presencia… lo noté.

La inequívoca sensación de sentirme observado.

Y un intenso escalofrío que se propagaba por todo mi cuerpo.

Desde mi espina dorsal, y hacia mis extremidades, como una corriente eléctrica.

Noté como se me erizaba el vello de la nuca.

Y también el de antebrazos.

Y el de las piernas.

Y también noté como mi sistema sanguineo recogia sangre de lugares no imprescindibles preparándome para correr o luchar, y la llevaba hacia los órganos vitales.

Note el latido de mi corazón en las sienes. Y como se me aceleraba el pulso.

Estaba solo, en medio de la nada, en un lugar que ni se mostraba en los mapas.

Y alguien o algo me estaba observando. Y yo no lo veía. O eso creía yo.

Empecé a sudar. Un sudor frío. Intenso. Que hacía que protecciones y equipo resbalase contra mi piel con facilidad.

Incluso me pareció apreciar como -pese a ser un día radiante- todo oscurecía poco a poco.

Como que el entorno perdía el color y se iba tornando mas oscuro y gris.

No sé… No sabría explicaros muy bien.

 

Me dirigí de nuevo hacia la moto, con aparente calma, mientras sentía «algo» clavado en mi espalda y el ruido de mis pies atronaba con el crujir de hojas y ramas, en aquel silencio ensordecedor.

Di la vuelta al contacto, disimuladamente, como quien no quiere la cosa, mientras arrancaba y me subía a la moto de un brinco, engranando una marcha… y saliendo de allí como alma que lleva el diablo.

Con «aquello» clavado en mi espalda.

Derrapando como un poseso por el manto de hojarasca y ramas y maldiciéndome por no haber vestido ya cubiertas con taco.

No corté gas hasta casi caer barranco abajo en una curva. Aminoré lo justo, recobrando el sentido común y la prudencia, para evitar la tragedia.

Y -por fin- llegué a la pista forestal que había dejado atrás.

Nunca miré en la dirección que abandonaba. Por si acaso.

Retomé el camino marcado en mapa, la cobertura, la brisa y el sonido de pájaros y ganadería. La señal de radio y la de GPS.

También retomé la calma.

Y seguimos disfrutando del día, que estaba espléndido.

Lo había olvidado y ahora lo recuerdo. Nítidamente.

No pienso volver, eso os lo aseguro.

Por lo menos solo.

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