Pako y Eva: «Viajamos en pareja en nuestra moto, una Ducati MTS 1260. Lo hacemos por donde podemos y el tiempo que podamos. Nunca es suficiente tiempo ni demasiado lejos»
Turquía es un país de enormes sensaciones, no ofrece concesiones, siempre es exacto. Cuando decide ser suave lo es hasta el empalago, como sus pastelitos de miel. Y cuando decide ser duro, se vuelve bronco y áspero. Despierta inquietud y parece que su corazón se vuelve duro como el acero.
Esta dureza se hace mas presente al este de Turquía, cuando bordeas la frontera de Armenia y paseas por el Kurdistan. Allí la imponente mole del Monte Ararat te advierte de que el paisaje que te rodea moldea el carácter de las gentes que allí habitan.
En la meseta de Anatolia oriental los prados son inmensos. Los ganaderos trashumantes instalan sus campamentos en las altas mesetas, dando lugar a coloristas ciudades fugaces vigiladas por manadas de ocas. Estábamos ya de vuelta después de dormir a los pies del Ararat y haber visitado las impactantes ruinas de la ciudad olvidada de Ani, justo en la frontera con Armenia y ubicada al este de Kars, lindando con el río Akhurian.
La vuelta esta jalonada de controles militares que te obligan a pasar entre armas de gran calibre y haciendo zig zag entre sacos terreros. Los soldados, enjutos y morenos en su mayoría, se entretienen con nosotros curioseando nuestra moto, les impresiona que seamos de España, “Ispaniya”.
Ese Ispaniya nos retrotrae a hace una semana, cuando después de una larga jornada, camino de Sumela, llegamos de noche y sin casi gasolina al pueblo de Siran. Allí al repostar nos encontramos con un grupo de moteros que nos miran curiosos desde la lejanía, solo uno se acerca a hablar con nosotros, mira nuestra matricula y creen que somos austriacos, no hablan ingles.
_Spain_ decimos nosotros.
_Ispaniya_ responde él mientras sonríe abiertamente al saberlo.
Después de alojarnos, en ese mismo pueblo, oscuro y sin iluminación, buscamos donde cenar algo por las calles oscuras y llenas de polvo, y recalamos en un pequeño restaurante local. Es el típico local turco, con mesas corridas, y donde el cocinero hace también labores de camarero.
Nuestra entrada da lugar a un silencio de los parroquianos que sin pudor dirigen sus miradas a nosotros, es evidente que somos extranjeros. Nos sentamos y antes de que el dueño tenga tiempo a acercarse a nosotros alguien pregunta al fondo:
_Where you come from?._
_Ispaniya_ respondí. Y la voz «Ispaniya» recorrió el cafetín de un extremo a otro, viajando sobre las mesas. Algunos clientes nos dirigieron sonrisas afables y uno alzó el pulgar de su mano derecha y nos dedicó un sonoro «Good Ispaniya». Esto te hace ser consciente de que la nuestra es una patria con buena fama en el mundo, lo cual es una gran ventaja.
Ni que decir tiene que la cena que nos ofreció el cocinero y dueño del local fue de lo más rico y sabroso que pudimos tomar en mucho tiempo.
Pero divago…_¿Porque cuento esto? ah, si, ¡Ispaniya!_
Estábamos, pues, de vuelta de la frontera armenia e irani, cruzando el Kurdistan, decidiendo si pasábamos el lago Van por el norte o por el sur, pero el caso es que teníamos problemas con el neumático trasero y debíamos buscar un lugar donde cambiar esa goma.
A ritmo lento avanzamos y conseguimos llegar, casi en los alambres, a la ciudad de Diyarbakir. Una urbe bien surtida en la Anatolia suroriental. Allí preguntamos a una patrulla de policia donde podemos conseguir un neumático para la moto, el poli lo intenta, pero al final nos saca de encima con un manotazo, mandándonos a un barrio donde pululan talleres mecánicos decimononicos.
Me recuerdan al taller que tenia Gervasio en mi aldea hace ya 40 años. No es nuestro sitio. Decidimos entonces pedir el comodín de google, y hago una búsqueda basada en encontrar concesionarios de marcas conocidas.
El destino hace que busque en primer lugar “Yamaha”, podía haber sido Honda u otra. Ni se me ocurrió buscar “Ducati” en el este de Turquía. La intención era simplemente que si atiende motos de gran cilindrada tendrá neumáticos y podrá cambiarlo. Vemos en las fotos de Google un taller moderno, con motos de gran cilindrada allí aparcadas.
Encontramos fácilmente el sitio en un barrio moderno de la ciudad. Y aquí vuelve Ispaniya.
Nada mas acercarnos con la moto y antes incluso de quitarnos el casco, se levanta un hombre joven que estaba tomando té sentado afuera con otras personas, antes de saludar siquiera nos grita:
_¡¡ISPANIYA¡¡¡_ Es Mehmet, el líder de los moteros que semanas atrás encontramos en Siran. Esta feliz, alucina que estemos allí, nos presenta a todo el mundo, es una comunidad motera joven y dinámica. Nos invitan a té, nos cambia las dos ruedas, lava con mimo la moto y se va con ella a probar una Ducati por primera vez en su vida, feliz como una perdiz.
Inevitablemente nos hacemos amigos, de Mehmet y de Askeri Baran, un soldado turco, igualito que los que nos paraban por los controles militares del Kurdistán, pequeño, enjuto y callado. Con ellos visitamos el Monte Nenrut y el puente de Septimio Severo sobre el río Eufrates. Allí su cauce está abarrotado de gentes diversas que se refrescan.
Es todo un espectáculo etnográfico. Cuando nos vamos apoyamos los cascos en en el maletero de un típico R9 destartalado, al venir el dueño a recoger algo en él, vemos como revuelve sus cosas, entre las que saca un AK 47 como quien saca una fiambrera, lo apoya a un lado y sigue buscando, luego lo guarda, cierra, saluda y se va. Askeri nos pide disculpas con la mirada, a nosotros nos produce una mezcla de sorpresa-gracia.
Nos despedimos con la sonrisa en los labios camino de Goreme. Cuando les mostramos la ruta que queremos hacer, tanto Mehmet como Askeri se sorprenden de ella. La ruta nos lleva por carreteras del interior que poco a poco pasan de secundarias a terciarias, luego a cuaternarias y luego desaparecen.
Se convierte nuestra ruta en un camino de tierra y cascote que parece no tener fin, la moto pierde tracción en las subidas, escarbando en la grava sus recién estrenados neumáticos de asfalto. Es como hacer trecking con zapatos de tacón, y el ritmo baja mientas el calor aumenta.
Poco a poco el nivel de gasolina se vuelve rojo y el GPS insiste en que vamos bien. Pasan los minutos, y las horas, y no nos cruzamos con nadie. Solo con un cementerio musulman en mitad del monte. Me parece normal, si alguien llegó hasta aquí es que vino a morirse, me pregunto si tendrán sitio para nosotros.
Al fin alcanzamos el asfalto, y con la reserva parpadeando encontramos una gasolinera rural. El chico que nos atiende nos regala toda el agua que podamos beber, nos ofrece té y nos pregunta de dónde somos.
_¡¡Ispaniya!!_repite,_ amo Ispaniya._Resulta que chapurrea español, lo aprendió viendo la casa de papel en versión original.
Durante el resto del viaje la palabra «Ispaniya» siguió rebotando en nuestro cerebro hasta salir de Turquía como un recuerdo permanente de la amabilidad del pueblo turco con el extranjero, y haciéndote sentir una pizca de orgullo por el lugar de donde provienes.
Creo que los españoles amamos nuestro país menos de lo que lo aman por ahí afuera. Quizá es porque nos conocen poco.
PD: hace pocos meses, nuestro amigo, el soldado Askeri Baran, falleció de forma repentina, dando un duro golpe para los que le conocimos. Ma sha Allah.