Asisto asombrado a numerosos comentarios, en medios de todo tipo, hablando sobre la autenticidad de los parajes que ellos conocieron y que el desarrollo ha modernizado.

 

“Qué pena este pueblo, ya no es como yo lo conocí, sin luz, ni saneamientos, entonces sí que era auténtico. Yo estuve aquí hace xx años y si que era bonito, no ahora, que todo parece hecho para el turismo, están acabando con todo”. Otra “Vaya mierda, han asfaltado la pista que va entre los pueblos tal y pascual” Una más. “Qué asco de postes de teléfonos y corriente eléctrica”.

Comunicar que se visitaron lugares hace tiempo y definirlos como que antes eran “mas auténticos” supone implícitamente presumir que primero: uno ya tiene una cierta edad, segundo; que se prefieren tiempos pasados a los actuales. Algo así como cuando se dice “a mí me hubiera gustado vivir en tiempos de los romanos”. Sí, es posible, pero seguro que no como esclavo, mejor como emperador, aunque eso también tuviera el riesgo de acabar apuñalado o envenenado con más probabilidad que el siervo.

Personalmente claro que reconozco que muchos de los lugares que he visitado en los últimos años no están tan subdesarrollados como hace decenios, ¿lo veis como confirmo que soy mayor?. Esto no quiere decir que antes fueran auténticos y ahora falsos. Los dos son auténticas realidades en sus respectivos tiempos.

Sí, ya imagino que alguno pensará que en lo de auténtico se quiere expresar que eran más tradicionales, con más valores propios y originales que los normalizados, esos que inexorablemente inundan las formas de todas las sociedades. La universalidad que iguala modos de vida a los ciudadanos de todo el orbe. Cierto que cada vez es menos frecuente encontrarse a los niños jugando en la calle a la pelota, o a los mayores a las damas, el ajedrez o la petanca, en cualquier plaza. Hay dos factores fundamentales para que se vayan perdiendo estas actitudes, primero la llegada de los medios de comunicación fáciles y baratos que permiten a los niños y especialmente a los adolescentes relacionarse con otros, incluso de todo el planeta, sin salir de su habitación y a simples toques de clic y a todos, que el desarrollo económico conlleva implícitas mayores limitaciones a las libertades personales individuales. Se regulan las actividades que se pueden hacer en la vía pública y por tanto ya no se puede jugar al balón o a la lima en las calles públicas, ni tampoco reunirse los mayores en los bancos de cualquier lugar y poner sus tableros donde quieran. Para eso se construyen lugares apropiados, no siempre, y eso sí, en este caso acotando los espacios. Es lo normal; la mejora en las libertades colectivas, para vivir en sociedad, restringen las libertades individuales.

Este es seguro uno de los motivos para que sigan algunos insistiendo en la autenticidad del lugar que conocieron hace años, descalificando la situación que tienen ahora. Claro, era mucho mejor cuando se llegaba por una pista de tierra que por una carretera asfaltada, era mucho mejor no tener teléfono que tenerlo, fotografiar como las niñas hacían cola frente al pozo para sacar el agua necesaria para la vida hogareña que abrir una espita en casa y no digamos ya, estar iluminado por candiles o velas que por luz eléctrica. Aquello si que era auténtico. El viajero llegaba, se asombraba, fotografiaba y se iba. Pasaba unos minutos, los mas aguerridos incluso alguna noche y volvían a su mundo de confort con todos los adelantos. Aquello debería permanecer así para siempre, de forma qué, si el destino quisiera algún día, pasados 10, 20 o 30 años, el viajero, pudiera seguir viendo aquellas escenas que le parecieron tan idílicas.

Me asombran estas opiniones. Me asombran tanto que en alguna ocasión; cuando el viajero con el que compartía ruta insistía, una y otra vez, en cada paraje y en cada pueblo en el mismo tipo de comentarios, con supuesto ánimo de hacerse el interesante y experto explorador, con toda la tranquilidad que podía le hacia una recomendación. “Puedes pedir cita al alcalde de tu cuidad. Objetivo: proponerle que levante todo el asfalto y las aceras de tu población, que desmonte cualquier cañería y canalización para que no llegue a tu casa el teléfono ni el agua corriente. Que quede todo como hace 50 o 70 años Así podrás sentirte mucho mas auténtico y aventurero cada día llegando a tu casa”. Normalmente me ganaba un crítico, aunque he de reconocer, que la gran mayoría se lo pensaban y algún día después me daban la razón y de inmediato se abstenían del comentario en cada parada.

No dudo que en el sentido que se quiere dar, siempre que no medie mala intención, sobre la autenticidad del pasado, es más referente a la nostalgia por tiempos pasados que el deseo de falta de progreso para sus habitantes. Al menos así espero que sea. Tranquilos que habrá siempre suficientes caminos sin asfaltar y lugares remotos sin corriente eléctrica que no es necesario condenar a ningún pueblo al inmovilismo evolutivo por el simple motivo de halagar nuestras añoranzas.