Mariano Parellada, Valladolid, 1952. Una trayectoria motociclista de más de 45 años. Organizador de eventos que empezó con “HIPO 77”, Hipoconcentración. Fundador diferentes clubs motociclistas, sección Turismo del Moto Club Valladolid, Moto Club Turismo Valladolid, Club Turismoto y Moto Club La Leyenda Continúa. Ha organizado todo tipo de concentraciones y encuentros, carreras de velocidad, subidas en cuesta, rallys de regularidad, gymkanas, rutas, exposiciones de motos clásicas, concursos de fotografía y relatos, charlas y coloquios. Lo más conocido ha sido la organización de la Concentración Invernal PINGÜINOS, que llegó a las 34 ediciones, hasta su suspensión obligada en la edición del 2015, iniciando a continuación una nueva, con la invernal LA LEYENDA CONTINÚA, Cantalejo (Segovia).
Antecedentes: Para comprender un poco este breve cuento, origen del nombre de la concentración Pingüinos, es conveniente ponerse en situación e imaginarse que estamos en el invierno del año de 1981, fecha en que fue escrito y a continuación publicado en la revista Motociclismo de la época, cuando el mercado de las motos y la afición eran muy reducidos, las motos japonesas (o chinas, como dicen en Madrid), no habían llegado aún a nuestra piel de toro y la situación de los motards españoles, era muy diferente a la actual.
EL CUENTO DEL PINGÜINO
El Pingüino es una especia de animalejo raro, de forma rara, que viste raro y sobre todo, que anda raro, anda sobre dos patas, como los moteros, pero muy raro.
Le falta algo que agarrar con sus manitas, igual que el motero, que cuando camina lo hace de forma rara; también le falta algo que agarrar con sus manazas, y algo para apoyar su culo: la moto. Si, eso es; estudios heterociéntificos han demostrado de manera arto elocuente que el motero desciende del susodicho animalejo, si señorito, del pingüino.
Así como el hombre desciende del mono (algunos), el motero desciende del pingüino, también desciende de la moto, normalmente para mear, pero esa es otra historia. Ósea que somos descensores o descendientes del simpático pingüino. ¡Pero no acaba ahí la historia!, a su vez el pingüino desciende del motero, es una especie de metamorfosis, ósea que nos metamorfoseamos en pingüino y el pingüino a su vez se metamorfosea en motero.
Estos profundos descubrimientos científicos (que por otra parte están a la altura de cualquier mente despierta), son el fruto del estudio de la realidad cotidiana de ambos individuos. Fijémonos bien qué le pasa al pobre motero cuando, después de dos años a bocatas, termina de pagar su moto (después de haber esperado a cumplir los dieciocho para comprarla): No dejan de pararle por no llevar matrícula delante, o cualquier bobadilla de ésas, como pasar por un pueblecito a 150 con señal de 60; cuando ya ni el servicio oficial se la saben poner a punto; cuando no la puede dejar sola ni candada; cuando los coches no le ceden ni la derecha; cuando le siguen tratando como un gamberro… etc. Entonces ¿qué hace? ¿Qué hace el pobre motero? Pues tira la moto al río y emigra. (antes comprabas las motos del desguace de la Guardia Civil, ahora las sacan del río, que me lo han dicho), pues eso, emigra, pero no a Katmandú, sino al Sur, busca la soledad y se va al círculo polar. Allí lo único que encuentra es hielo y lo que él cree que son Pingüinos, pero no, ¡que va!, son moteros que han ido llegando y se han ido transformando en pingüinos. Se dará cuenta muy pronto, cuando le vayan saliendo pelitos por todo el cuerpo, por aquí blancos y por detrás negros. Tirará el barbour y los peleles que llevó pa la cosa del frío, y pronto, casi sin darse cuenta, estará chapuceándose y jugando con sus compañeros moteropinguineros.
Y así, feliz como un crío, sin que le cante la biela ni los pinreles, transcurrirán unos días sin acordarse para nada de sus penalidades de cuando era motero, de cuando no tenía ni para las letras, de cuando se la robaron, y apareció sin cigüeñal y sin motor, claro, de cuando le tiraba aceite hasta por los intermitentes, de cuando por cambiarle el cable del embrague le soplaron 3.500 pelas.
Pero su tranquilidad durará poco, llegará el importador de Honda paseándose ante él con la última novedad de la marca, levantando la rueda trasera en las frenadas (en el hielo se puede, me lo han dicho), y haciendo otras cosas por el estilo. Entonces no aguantará más y nuestro pingüinito abandonará a otros compañeros llegados después que él y empezará a descender y descender sin casi notar su nueva transformación. Ya en Suecia, después de despacharse a gusto con una del lugar, se dará cuenta que necesita taparse, que va en bolas, y que hace un frío de eso, así que, un barbour y solucionado. Su tacto, la grasa y la mugre que se le mete en las uñas y le pone perdido el cuello de la camisa le resultará familiar, ¡ya va metiéndose en ambiente!. Sigue descendiendo y a su paso por Bruselas, coincide con el Salón de La Moto. Decide darse un volteo por allí, sólo por curiosidad dice él, pero es el diablo que lleva dentro, y lo que allí ve le deja descorazonado. Aquello es pura lujuria ¡esas maravillas de maquinonas y a esos precios! Pero ese manjar no es par él, él debe seguir descendiendo hasta su lugar de origen, y así lo hace. Cariasucedido comienza a atravesar Francia; allí su descorazonamiento siguen en aumento, pues no cesa de ver motos por todas partes, en las carreteras, en las aceras, en los portales, contra los árboles, en los ascensores, en las terrazas, borrachas en los jardines, motos hasta en la soupe, además niñatos con motos gordas, coches que las respetan, tiendas por todos lados y además, ¡sin matrícula delante!; todo son ventajas, menos una, que no la digo, no se vayan a enterar los del seguro. Pero él no puede prendarse de tanta belleza; él es un motero, no un “motard”, una pequeña diferencia con su grandes consecuencias.
Con harto dolor, que le atraviesa los cilindrines y se le clava en la biela corazonal, debe atravesar la dulce Francia (paraíso del “motard”), para llegar a su lugar de partida, la soleada España (paraíso de moteros insatisfechos). Aquí lo primero que hace es buscar a sus amigos “los ratas”; Extrañado, comprueba que todos andan con las mismas motos de siempre, un poco más viejas y más oxidadas, todos menos uno, que tiene una flamante Yamaha XJ-650 que acaban de llegar. Pero ¡ojo!, le comentan “su padre tiene pelas”; Cuando le dicen el precio, no sabe si llorar, reírse o volver al hielo nórdico (Dennis sin la bolsa de herramientas, ya había emigrado) y con gran pesar de su carburador, decide quedarse y piensa ya en los bocatas que se va a meter, para dentro de dos o tres años disfrutar de su mediana motoneta nacional.
“Nano” Mariano Parellada
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