Empecé tarde en el mundo de la moto pero como ya soy mayorcito me ha dado tiempo a acumular unos cuantos años. Desde el año 2008 hago en moto unos cuantos kms. aunque como únicamente dispongo de unos 15 días de vacaciones, los destinos los tengo limitados prácticametnea Europa. El resto del año, uso la moto diariamente: unos 110 kms diarios haga el tiempo que haga para ir a trabajar. Como indico en mi web (https://enmotoporlonegro.com), hago carretera únicamente y actualmente tengo dos motos: ST1100 y ST1300. Soy de gustos fijos. Incondicional de La Leyenda Continúa. Participé en el arranque de Lucha Motera junto a Juan Boria (y algunos más) allá por el 2006 y actualmente, también con Juan, en IMU.
Este viaje realizado en el 2018 ha sido el origen de esta web. Nuestro destino: Santorini. Pasamos por Italia, Albania y un poco de Macedonia: Ohrid y Grecia hasta Santorini en moto. Tres trayectos en barco (lo mismo a la vuelta) y como curiosidad, ambos habíamos dejamos el trabajo por diferentes motivos. Contábamos con un acuerdo para la vuelta, pero ninguno de los dos teníamos nada firmado.
La idea de este viaje surge de repente al fallarnos lo que teníamos previsto: EEUU-Ruta 66. Ante la imposibilidad de ir a EEUU, pensé en unos días de playa porque Elisa, que tiene vicio con la arena y el sol, llevaba muchos años sin pisarla. No soy muy aficionado a la playa y siempre surge algún otro destino, pero ese año pasaríamos unos días playeros, aunque sin dejar de hacer algunos kms. en moto.
La crónica no es una descripción al uso de los diferentes trayectos y sus peculiaridades sino una serie de disquisiciones y pensamientos (en definitiva, tonterías) que se me pasaban por la cabeza. Como parecía que tenía buena acogida entre mis amigos y conocidos, me propuse hacer toda la crónica del viaje en ese plan. Eso sí, si alguien quiere alguna información «seria» no tiene más que pedirla y le proporcionaré todo de lo que disponga.
En cursiva y negrita aparecerá lo publicado en facebook, lo escrito como complemento para el blog en letra normal. Lo he dividido en varias partes para no cansar demasiado.
Arrancamos
Preparados para iniciar el viaje. Elisa, la moto, el pollo y yo. No había prisa, teníamos que llegar al puerto de Barcelona a las 20:00 para embarcar rumbo a Civitavecchia. Muchas horas para hacer los cerca de 700 kms. que nos separaban del puerto.
Vamos con la Pan-European ST1100, una moto cómoda y fiable como pocas; tiene sus añitos, pero ronronea con una calidez que me pone…, en fin, que empiezo a desvariar.
El Boalo – puerto de Barcelona
Día 1: Casa – Barcelona, casi 700 kms de autovía y autopista por delante, muy aburrido. Un buen motivo para enchufar a toda leche Platero y tu y Fito y Fitipaldis, grito pelado dentro del casco; mis tímpanos aguantaron sin contratiempos los numerosos gallos.
Etapa de aburrimiento, a las 22:00 que se abría el embarque. Teníamos que llegar dos horas para hacer el papeleo con tiempo, estar de los primeros y evitar las aglomeraciones de última hora.
En cuanto al texto, he de decir que el de los gallos era yo, ni mucho menos quería insinuar que el amigo Fito cante mal.
Leyendo esto, alguno me calificará de delincuente ya que el uso de intercomunicador (a lo que se puede añadir alaridos y baile encima de la moto) no es una actividad aceptada por los señores de verde. Sin embargo, parece que esto en breve va a cambiar (el tratamiento de los intercomunicadores, el verde seguirá siendo el color de los señores de verde).
En mi descargo apuntar que tantos kms. sin nada más que sujetar el acelerador producen un desagradable aburrimiento con el peligro que ello supone y el entretenimiento musical, aún fuera de la ley, se hace casi imprescindible.
Puerto de Barcelona – Civitavecchia
Día 2: Barcelona – Civitavecchia, 2 horas de retraso en la salida. Aprovechando lo aburrido del barco inicio un estudio socio-cultural y llego a una conclusión: los italianos de macarrones saben un huevo, pero de enfriar cerveza, ni pajolera idea.
Si los kms. de autopista son aburridos, no te cuento el barco… Lo cierto es que a mí me parece una muy buena opción para evitar días y kms. de autopista que aportan poco al viaje. Efectivamente, así es: desde Barcelona a Civitavecchia hay cerca de 1300 kms.; ¿se pueden hacer en dos días? Si lo haces por secundarias, tardas mucho más de dos días; si lo haces por autopista sí podría hacerse pero en mi opinión, hacer más de 500 kms al día por autopista es demasiado, es muy aburrido, con lo que busco lugares en los que parar y tener tiempo para ver algo, pasear, etc. En definitiva, que tampoco hago esa distancia en 2 días.
En cambio en el barco son 22 horas, es decir, en un día haces lo que yo haría en moto en 3. Si a esto añades que sale incluso más barato contando con gasolina, autopista, hoteles, comida, etc….. Para mí totalmente recomendable.Más sales minerales, que aquí con tanta humedad, se suda mucho.
Además, el barco tiene una ventaja importante: hay barra de bar abierta constantemente, con cerveza y buena, eso sí, a unos precios que hacen temblar al presupuesto más holgado. Sin embargo, esto también tiene su cara buena: te obliga a practicar la contención (tened en cuenta que la opción del «simpa» no es viable en un barco que está en alta mar).
Ahora bien, como decía en el texto publicado, no tienen ni idea de refrescar cerveza, quizá se toman muy en serio eso de que el origen de la cerveza era una sopa de cereales, de cebada concretamente, que derivó (por suerte) en la bebida que ahora conocemos.
Para finalizar el día, al llegar a la habitación que teníamos en Civitavecchia, reflexioné sobre el día transcurrido y ello dio lugar a la publicación siguiente:
Última consideración del dia: el ferry. Hemos viajado los dos en un camarote para 4, pero me río yo de eso de 4, éramos dos y conocidos (incluso casados) y aun así estábamos tan pegados que me sonrojaba. Vamos, que quieras o no y conozcas o no a la otra persona, hay intercambio de fluidos seguro, así que 4…. Y el baño? Menudo figura el que lo diseñó, los maestros japoneses de bonsáis unos chapuzas a su lado. Al ducharme he tenido que utilizar músculos que no sabía que existían para realizar las contorsiones necesarias para poder mojarme por todos lados. De hecho, he visto una publicidad de un crucero de 8 días tras el cual te aseguran que puedes realizar todas las figuras del kamasutra, tanto en 2D como en 3D, con total acierto (también indican que no es necesario hacerlas todas el mismo día).
Civitavecchia – Bari
Otra etapa aburrida de autovía y autopista para llegar a Bari; el ferry sale a las 20:00 con lo que tenemos que llegar a eso de las 18:00 para el papeleo y el embarque.
Día 3: Civitavecchia – Bari, otra vez autovía y autopista, hoy música variada hasta que se me pase el esguince de cuello provocado el día 1. Termino la jornada con una erudita reflexión socio-económica: SPMADRE, CASI 2€ EL LITRO DE GASOLINA.
Unos 500 kms. por delante sin perspectivas de nada más interesante que parar a comer algo de pasta, que tengo oído que se les da bien por la zona. Sin embargo, como no podía ser de otra forma, la ruta nos lleva a situaciones insospechadas:
Tontería del día: paramos a comer en un chiringuito de la autopista, nos acercamos a la camarera y le pedimos el primer plato el menú y sin darnos opción se da vuelta y se va a la cocina; al momento regresa y empezamos a pedir el segundo y muy amable nos sugiere una combinación de cosas a buen precio, lo cual aceptamos. Al momento aparece con una bandeja y lo que nos acaba de sugerir, pero no están los primeros por ningún lado. Preguntamos y se genera cierto desasosiego entre la gente de detrás de la barra ante lo cual, extrañados, aceptamos lo que nos dan y pagamos. Según estamos comiendo aparece la camarera con los primeros perdidos… Claro, flipando porque nos acababa de decir que los primeros no, pero bueno, venga déjalos y ya veremos. Solución al misterio de los platos que aparecen y desaparecen: eran dos camareras idénticas, pedimos unos platos a una y cuando se mete a la cocina aparece la segunda con la sugerencia…. Ellas alucinaban, pero nosotros también sobre todo cuando las hemos visto juntas y hemos entendido todo. Nos hemos puesto las botas.
Ya sé que este episodio no dice nada a favor de mi capacidad de observación, pero es que era iguales y con el mismo uniforme. No recuerdo dónde ocurrió, no era una ruta para recordar, pero si tengo ocasión buscaré el sitio y saludaré a las gemelas.
Bari – Durrës – Ohrid
Día 4: Bari – Durres – Ohrid, primera parte en ferry por la noche, pero sin camarote, en una sala comunal llena de butacones herrumbrosos. Para hacerse una idea, se duerme, además de incómodo, un poco, pero poco, más tranquilo que un reo norteamericano de color (negro) en el corredor de la muerte. Frontera de entrada a Albania, debe haber excedente de polis, hemos pasado además del control de pasaportes, el de seguro para el vehículo y 3 ó 4 más (rápidos, miraban la matrícula y nos dejaban pasar). Posteriormente la de Macedonia, otra vez todos los papeles. Por cierto, no hacían más que pedirme la carta verde y yo les daba una fotocopia en blanco y negro, pero colaba.
Poco que decir del ferry a Albania; quiero decir poco bueno, de lo malo hay mucho, como se desprende del escrito publicado en su día. Sin embargo, en la espera en el puerto hicimos amistad (todo lo que su idioma y el nuestro nos permitió) con una familia albana. Todo empezó por el hijo de unos 2 años que estaba encantado con la moto y no se separaba de ella; aunque no sé si lo que le llamaba la atención era la moto o el pollo -muñeco- que llevábamos colgando. El caso es que por señas le dijimos al padre que le subiese en la moto y así empezamos a intentar entendernos.
La verdad es que a primera vista el hombre aquél daba cierto respeto, era un tipo bajito, ancho de hombros, músculos definidos de trabajar no de gimnasio, de piel aceitunada y bigote otomano que le hacía cara de masticar mafiosos sicilianos cada mañana. Sin embargo, fue muy amable y atento con nosotros, al igual que el resto de su familia. Una pena que no pudimos conocerles mejor por el idioma: había poca concordancia entre su albano-italiano y nuestro vallecano-italiano.
Nada más salir del barco y pasar los controles policiales empiezas a darte cuenta de la cantidad de mercedes (los coches alemanes, no mujeres) que hay; nuevos.., viejos… mejor o peor conservados…. pero impresiona, prácticamente no hay otra marca. Posteriormente supimos que en Albania hay una alta concentración de mercedes robados en toda Europa, incluso en una reunión internacional a la que acudía un ministro albanés, no pudo pasar la frontera por viajar en un mercedes robado. No sé la veracidad de este comentario, pero lo he visto en varias fuentes por internet.
Otra cosa sorprendente en los primeros 20-30 primeros kms. tirando hacia el interior del país es la cantidad exagerada de gasolineras y cafés que hay. Encuentras una gasolinera o un café o un local con ambos servicios a cada momento, es sorprendente. En los cafés siempre hay gente, hombres, 4 ó 5 personas, charlando con su café o té y todos con la pinta del hombre que conocimos en Bari, de forma que era muy fácil imaginar que los maleteros de los mercedes aparcados a la puerta estaban llenos de kalashnikov.
Quizá fuesen los prejuicios de europeo acomodado desconocedor del país, pero sí tenía cierto resquemor, lo cual era totalmente innecesario porque la gente con la que topamos en el camino se encargaron de hacerme ver lo equivocado que estaba.
En cuanto a las carreteras albanas, según lo que habíamos leído no estaban entre las mejores precisamente, sin embargo, las que nosotros utilizamos eran buenas e incluso había muchas nuevas recién abiertas, lo cual provocó algún equívoco en el navegador. Sin embargo, en un par de días pudimos comprobar que las malas referencias sobre el estado de las carreteras no era infundado.
En cuanto a lo importante, un apunte socio-cultural: observamos que los lugareños tiraban de cerveza importada; tras probar la cerveza albana comprendimos el porqué; el caso es que de color está bien, pero es lo único aceptable.
Otra de camareras: paramos a comer, pedimos, comemos…. Bien la comida, muy abundante y barata y pedimos la cuenta: empieza a hacer números y dice algo, saco un billete de 2000 leks se lo entrego y digo «ok?» preguntando si es suficiente y a la vez ella inicia un movimiento para darme la vuelta (al final me enteré que eran 1500 leks) pero entiende por mi pregunta que se los quede de propina…. Tras lo cual, a modo de agradecimiento, procede a contarnos que tiene un hijo que se ha casado con una chica de Estonia y tiene un niño pequeño de 3 años y alguna que otra bobada más que he sido incapaz de recordar. Era algo menos de 5€, pero es un claro ejemplo de la necesidad de viajar sabiendo idiomas.
La comida rara, pero rica, abundante y barata. El trayecto hasta la frontera con Macedonia, salvo los despistes del navegador, bastante agradable. Eso sí, en cuanto recorres el primer kilómetro albano, te empiezan a crecer ojos por todas partes como defensa propia para circular por allí: hace falta ir con mil ojos. Así lo dejamos publicado en aquél momento:
Apunte sobre seguridad vial en Albania: jajaja.
Tras recorrer las zonas rurales albanesas, bastante similar al paisaje castellano llegamos a la frontera con Macedonia (entonces llamada Antigua República Yugoslava de Macedonia y desde febrero del 2019 República de Macedonia del Norte), eso sí, no faltaron los despistes del navegador; las carreteras nuevas terminaron por volver loco al cacharro, tanto que ya no me daba indicaciones sino que me gritaba insultos por el intercomunicador, además los carteles indicadores, puntos kilométricos, etc. que habitualmente se ven eran muy escasos, quizá porque aún les había dado tiempo a ponerlos en las carreteras recién hechas.
De hecho, una de las paradas que teníamos prevista hacer, no la encontramos y no hablamos de un árbol milenario, buscábamos una ciudad, Berat, la ciudad de los mil ojos. Se supone que era una parada dentro de la ruta marcada al navegador, pero la señorita que guiaba mis pasos, tras un buen rato por una carretera no reconocida, dejó de darme indicaciones del tipo «a 200 metros gire a la derecha…» y empezó a lanzarme mensajes como «gilipollas, que vas por un sembrao».
En fin, que no pudimos disfrutar del paraíso de los oculistas.
Tras algunos kms. de más, alguna vuelta atrás y algún improperio que el antivirus me impide publicar aquí, volvimos a encontrar la ruta planificada y enfilamos hacia la frontera, con la señorita de las instrucciones ya más calmada dándome las instrucciones correctas.
En la frontera, sorprendentemente, había más tráfico de lo esperado, pero la misma cara de mala hostia de los guardias albaneses y su insistencia en pedir mil papeles en un idioma ininteligible (supongo que al mismo nivel que mi español y mi macarrónico inglés). Esperando la cola de 3 ó 4 vehículos, aparecieron 6 ciclistas, parecían alemanes y alemanas (no me acusen de no utilizar el lenguaje inclusivo) y mayorcitos y sin ningún escrúpulo se saltaron la cola, se plantaron en la ventanilla y pasaron la frontera sin mirar atrás.
Por fin pasamos la aduana albana y la macedonia y entramos en ese país tan desconocido para nosotros pero del que habíamos oído hablar, sobre todo a la hora de la comida.
Día 4: Bari – Durrës – Ohrid, primeras impresiones de Macedonia, en contra de lo que pueda pensarse, no hay árboles frutales.
Lo primero que ves de Macedonia son sus guardias de la frontera, los cuales provocan un contraste agradable con sus homólogos albanos de careto agriado; eso sí, tienen la misma fijación con los papeles de la moto, seguros, pasaportes…
Ohrid
La frontera está situada en un paso de montaña cuya carretera desemboca en el lado noroccidental del lago Ohrid , que es uno de los lago más profundos de los Balcanes y uno de los más antiguos del mundo. Rodeando el lago llegamos a Ohrid, dónde lo primero fue buscar algo para comer, acuciados por los rugidos de nuestros respectivos estómagos que parecía mantenían una animada conversación.
Localizamos una especie de pizzería y otros bocados rápidos pero poco representativos de la comida macedonia y tras hacernos oír entre los rugidos comimos, bebimos y buscamos en el navegador nuestro destino.
A diferencia de otros sitios, me había sido imposible localizar visualmente el lugar en el que teníamos reservada la habitación para pasar la noche. Cuando preparo el viaje, en el google maps busco la dirección de los sitios para dormir y con el google Street localizo la entrada o el entorno del sitio, lo cual me facilita mucho encontrar el sitio a la llegada. Sin embargo, en este caso no lo había visto, la dirección la encontré pero con el Street no veía la casa, hostal o lo que fuese. Pensado que sería de reciente construcción o algo similar y que no estuviesen actualizadas las imágenes, llegamos al lugar indicado en el navegador y lo mismo: reconocí el lugar que había visualizado desde casa, pero por mucho que subíamos y bajábamos por la calle no encontramos nuestro destino.
No quedaba más remedio que pedir ayuda a algún lugareño, con lo que me acerqué al primero que ví y, no sin cierto pudor por mi utilización a todas luces penalizable del idioma inglés, pregunté por el nombre del hostal que buscamos mientras enseñaba el papel con la reserva en el que estaba impresa la dirección; todavía me pregunto si aquel señor entendió algo de lo que le dije y mucho menos de lo que le mostraba, ya que desconozco si solo utilizan el alfabeto cirílico o también el latino.
El caso es que nos señaló una callejuela y se marchó sin más. Tras apartar la moto de la calle y dejar a Elisa al cuidado del fuerte fuí a la callejuela y efectivamente había un hostal pero el nombre no se parecía en nada al que buscábamos. Vuelta a la calle al acecho algún otro transeúnte, por cierto escasos supongo que por el tremendo calor que hacía a esas horas.
Tras unos minutos inquietantes, apareció un chaval joven al que asalté sin miramientos. Resultó un tipo muy agradable que enseguida cogió el papel y me indicó que me acompañaba a preguntar por las casas de alrededor. Así lo hicimos y en primera puerta que llamó nos indicaron una escalera y allí, en la única puerta a la que se llegaba, la señora que abrió esbozó una sonrisa mientras asentía, con lo que con mi natural perspicacia deduje que habíamos encontrado lugar.
Resultó que no era un hostal sino una casa particular de 2 plantas que había acondicionado la planta baja para acoger turistas mientras que en la superior vivía el matrimonio que gestionaba el lugar. La planta-hostal constaba de 3 habitaciones, cuarto de baño y cocina; nuestra habitación era la más alejada de la entrada, pero tenía baño privado y salida directa al jardín. La casa estaba vacía, pero no hubiésemos visto a nadie porque entrábamos y salíamos por el jardín, dónde además de un pequeño huerto había espacio para aparcar la moto.
En pequeño pasillo al costado de nuestra habitación había un caño de agua cristalina, era una tubería de PVC de unos 6 cm. de diámetro del que manaba un chorro de agua con fuerza y caía en un piloncillo de aproximadamente un metro de largo por 35 cms de ancho y unos 40 de profundidad en que tenía refrescando unas botellas de refrescos. La señora señalaba el chorro de agua y graznaba una palabra algo así como «freda, freda» mientras hacía el gesto de acercarse la mano a la boca.
Toqué aquel imponente chorro de agua y efectivamente estaba frío, muy frío. Sonreí a la señora y la hice entender que no quería agua, lo cual era mentira porque me costó no zambullir mi cabeza en el pilón y/o abarcar con mi boca el caño de PVC para que aquel frío líquido regase mi reseco gaznate.
Sí, hacía mucho calor y ese chorro emitía gorgojeos que seguramente decían «bébeme, bébeme» pero en macedonio. Sin embargo, había llegado a un acuerdo con mis intestinos que consistía en que yo no bebía agua de fuentes desconocidas y ellos no me premiaban con una diarrea de 3 días.
Finalmente la señora se marchó, salimos a por la moto y la descargamos entre sudores, bufidos y maldiciones. Terminado el traslado de bultos no pude resistir más y tras murmurar «amebas, bacterias y demás bichos autóctonos, arrejuntad las patas que vais pa’dentro» me lancé a por el chorro de agua. ¡Qué placer! ese agua fresca y cristalina descendiendo por mi interior… Ya me pelearé luego con las posibles consecuencias.
Dimos una pequeña vuelta por la zona comercial de Ohrid compuesta de una calle principal y alguna callejuela adyacente, donde pudimos degustar alguna cerveza local y cuando llegó la hora de la cena, sospechosamente no tenía apetito y solo me atreví con la especialidad local: ensalada de frutas.
De vuelta a la habitación, recibimos la vista de nuestro anfitrión, Goran, que antes no estaba en casa y no nos conocía, aparte de que quería cobrar. Eso sí, una vez liquidadas las cuentas, nos obsequió con un licor casero típico de la zona y de todos los Balcanes: Rakja, es un aguardiente obtenido de la destilación de frutas fermentadas.
No puedo decir si el licor estaba bueno o no, en el momento en que entró en la boca, quedó cauterizada cualquier cosa a su alcance; papilas gustativas, lengua en general, garganta, mi campanilla cayó repiqueteando por mi esófago, todo quedó insensible y desconectado del sistema nervioso durante el resto de la noche.
Eso sí, según llegó al estómago aquel mejunje caí en la cuenta que cualquier bicho que pudiese haber en el agua ingerida aquella tarde, sería irremediablemente extinguido. Una clara adaptación al medio por la evolución natural de los lugareños para sobrevivir en la zona bebiendo agua de un tubarro de PVC.
Tras tomarme el chupito de Elisa (poco dada probar rarezas locales, decisión claramente acertada en este caso) ya que a mi ya me daba igual, nos fuimos a la cama y nos dormimos de inmediato (algún día haré un estudio de la relación entre moto y libido).
En cuanto a Ohrid, decir que un lugar muy recomendable, en esta visita no pudimos más que pasear por la zona turística y el puerto, y solo con eso salimos encantados; en un viaje posterior ya estuvimos unos días y pudimos conocer todo lo que esta ciudad ofrece, que es mucho.
Ohrid – Ioannina (Grecia)
Hoy salimos destino a Ioannina en Grecia, para llegar, debemos rodear el lago Ohrid por su lado oriental, volver a entrar en Albania, atravesar zona montañosa albanesa colindante con Grecia y unos 70 kms. más por territorio griego hasta nuestro destino.
Empezamos el día temprano, cargamos la moto y a buscar un café. Al poco de salir de Ohrid, vemos un hotel pegado al lago que promete, paramos y entramos en la terraza del hotel, que termina en una plataforma sobre el agua del lago llena de mesas pero vacía de gente, en cualquier caso, nos sentamos en la más alejada y al poco aparece un jovenzuelo vestido de camarero, a duras penas, prácticamente tuvimos que torturarle para que entendiese que queríamos unos cafés con leche pero lo de pedir algo sólido para mojar en el café resultó imposible. Finalmente nos trajo unos panes redondos pequeños de los que se ponen en los menús de mediodía y nos rendimos, pillamos el pan y mojar en el café. Tampoco estaba mal.
Solucionado el tema alimenticio, iniciamos camino, al poco llegamos a la frontera con el consiguiente ajetreo de papeles tanto en la cabina macedonia, como en la albana y en cuanto nos separamos del lago y nos adentramos en el interior de Albania, llegamos a una zona montañosa con un denso bosque alrededor de la carretera, claro que llamar eso carretera es un ejercicio de optimismo. Fueron unos 50 kms. de gigantescas zonas de asfalto destartalado cuando no inexistente y zonas de barro reseco por donde había pasado algún riachuelo desbocado. Y ni un alma.
Día 5: Ohrid – Ioannina, entramos de nuevo en Albania, tras volver a sacar los papeles tanto en la cabina macedonia como en la albana. Llegamos a un zona montañosa albanesa y joder qué carretera!!!! Curvas y curvas y de vez en cuando algo de asfalto y qué baches !!!! En alguno de ellos he visto gente viviendo, como en las cuevas del Sacromonte granadino.
Por fin llegamos a la frontera con Grecia y una nueva fiesta de papeles en la cabina albana, llegamos a la aduana griega, paramos frente a la ventanilla correspondiente, nos piden los papeles y tras un somero vistazo nos suelta una parrafada en algo parecido al inglés que solo puedo contestar con un dubitativo OK, a la vez señala hacia algún sitio indeterminado e interpreto que se refiere a la barrera del fondo. Parece que ha terminado la burocracia y podemos seguir camino, nos acercamos a la barrera que debe abrirse desde el edificio que hemos dejado atrás porque no se ve a nadie alrededor.
Tras unos minutos de espera empiezo a impacientarme, ¡tampoco es tan difícil apretar un botón! Cuando ya estoy decidido a dar la vuelta y dar algunos gritos al tonto del botón aparece por una puerta del edificio de aduanas un policía tamaño XL gritando algo en tono que no parecía amistoso. Cuando llega a nuestra altura, parece que ya calmado, entiendo algo como que si llevamos tabaco o algo así. Mierda!!! he debido entender mal a su compañero y debía pasar el control en alguna otra ventanilla, de ahí que no abriesen la barrera y el enfado del policía que tuvo que dejar su mullido sillón y acercarse hasta donde estábamos; pero tampoco le iba mal hacer un poco de ejercicio porque la molicie típica del funcionario aduanero estaba dejando su huella en la zona abdominal del susodicho.
Tras abrir una maleta y enseñar 6 paquetes de tabaco que habíamos comprado, hizo una mueca de hastío y un gesto para que cerrase la maleta y se marchó. Al momento, la barrera se abrió y entramos en territorio de la Comunidad Europea representada por Grecia.
Día 5: Ohrid – Ioannina, ya en Grecia, de caligrafía regular tirando a mal. Gracias a que utilizamos el traductor de Google, pero tenemos que practicar un poco más porque desde que vemos el cartel indicador, memorizamos los caracteres, los ponemos en el traductor, corregimos los errores y por fin vemos el nombre en cristiano han pasado 3 kms y ya nos da lo mismo lo que ponga.
Encontramos nuestro hotel en las afueras de Ioannina y tras descargar la moto nos acercamos al pueblo a pasear, conocer el pueblo y, sobre todo, recuperar sales minerales con unas cuantas cervezas griegas. Es bonito el pueblo y con un ambiente magnífico, muchos restaurantes, bares y terrazas, mucha gente en la calle… una noche muy agradable.
Al día siguiente, tras cargar la moto, como todas las mañanas, lo primero buscar un sitio para desayunar; encontramos un sitio adecuado en el centro de Ioannina que dio para desayunar bien y reflexionar sobre la cocina griega, como se puede ver en la publicación a continuación.
Apunte culinario: paramos en una cafetería muy chula para desayunar, pedimos café (café con leche no lo entiende nadie, pero capuchino sí, es un misterio) y algo para comer y nos ofrecen algo que suena como «toast» o «tost», en fin, muy parecido a tostada, asentimos y siguen explicando «con queso…. con jamón… Digo «no, ni jamón ni queso, solo pan y mantequilla». Tras conseguir que sus ojos dejarán de dar vueltas como los de Marujita Diaz, la camarera dice «seguro? Sólo pan y mantequilla?». Respondo «sí, sólo pan y mantequilla». Al ratito vuelve con la bolsa de pan de molde y una tarrina de mantequilla me lo enseña y vuelve con «seguro? Sólo pan y mantequilla?». En un tris estuve de contestar con un exabrupto tipo «que sí, coño, pesada» pero me contuve y muy amable le dije «sí, solo pan y mantequilla, hermosa zagala». Pensándolo después, me dije que debería haber elegido la primera opción, porque ella iba a entender lo mismo (osea nada ) y yo me habría evitado el pescozón que dio mi señora.
Ioannina – Diakopto
Y con estas cosas arrancamos otra etapa de transición, la idea era que desde Ohrid hasta el Pireo ir rápido; 3 días nos llevará aunque las etapas no son demasiado largas; en la de este día solo es reseñable el puente atirantado sobre el golfo de Corinto.
Día 6 : Ioannina – Diakopto, autopista, nada que reseñar. Llegamos al pueblo en el que nació Diogénes (el del síndrome), deben estar celebrando el tropecientos aniversario de su nacimiento y en su honor acumulan montones de basura de tamaño considerable en diferentes puntos del pueblo. O eso, o que el servicio de recogida de basura está en huelga desde hace días.
El pueblo no valía mucho, pero el hotel en el que estábamos (sobre todo el restaurante al aire libre) y un bar con una terraza magnífica en el pequeño puerto nos permitieron disfrutar de una tarde/noche agradable. Esta tranquilidad, y las consiguientes cervezas, me llevó a publicar una opinión personal respecto al idioma:
Apunte socio-cultural: el griego es complicado, no entra fácil.
Sigo sin entender porqué fue la publicación de más éxito en el viaje. Se prodigaban los mensajes de aliento, con recomendaciones de que me esforzase, que al principio es difícil, incluso alguno me recordó que Grecia tiene un muy buen aceite de oliva, lo cual es cierto pero no encuentro la relación con el idioma.
Diakopto – El Pireo
La última etapa hasta llegar a El Pireo para coger el barco y saltar a Santorini es corta, menos de 200 kms. Llegamos a destino antes de comer; hacemos el chek-in en el hotel, descargamos, dejamos las cosas en la habitación y localizamos un sitio muy agradable bastante cerca del hotel donde la comida prácticamente se limitaba a pescado y ensalada griega, así que como dice el refrán «donde fueres, haz lo que vieres», pedimos una bandeja de pescaditos fritos variados; la bandeja era tan grande que parecía que a medida que comíamos, había más pescaditos…. Puedo jurar que no era un efecto etílico.
Como no podía ser menos, la tarde la pasamos por la acrópolis, el partenón, etc. y la noche en el turístico barrio de Plaka , en el que, a pesar de lo que me temía, encontramos una espléndida musaka.
No trasnochamos demasiado, hay que madrugar para coger el barco a Santorini.
El Pireo – Santorini
Toca madrugar para llegar al barco con destino a Santorini; café soluble y frío en la habitación y la rutina de todas las mañanas, cargar bultos y llevarlos a la moto. Llegamos a la cola de espera para subir al barco tras algunas vueltas por la zona portuaria fácilmente evitables si pusieran algún cartel indicativo. Tras 7 horas y media llegamos al Puerto Nuevo de Fira y al salir del barco te sorprende la subida por una revirada carretera que escala el acantilado que rodea el puerto.
Santorini , junto a Thirasia y los islotes deshabitados Nea Kameni, Palea Kameni, Aspronisi y Christiana es un archipiélago volcánico resultado una gran erupción alrededor del 1600 ac. La configuración actual se debe al hundimiento de la caldera del volcán. Como toda isla que se precie, también hay opiniones que ubican aquí la perdida Atlántida.
El actual nombre de la isla debe a los mercaderes venecianos que la llamaron Santa Irene, que posteriormente evolucionó a Santo Rini y finalmente a Santorini. En 1840, con la integración a Grecia, se intentó utilizar el antiguo nombre de la isla Thera, pero no cuajó el nombre y se volvió al actual Santorini.
El alojamiento reservado estaba en Perissa, en la costa oriental de la isla; las llaves nos las daban en un restaurante en la playa del mismo dueño y como nuestros estómagos refunfuñaban hambrientos comimos allí mismo. Comida regular propia de un chiringuito de playa para turistas, aunque en cualquier sitio en Grecia hay algo que siempre está bueno: la ensalada griega o, en este caso, de Santorini que es igual que la griega, salvo que se utilizan tomates autóctonos (tomate cereza de Santorini, con denominación de origen protegida) y en lugar de queso feta, queso de cabra.
Los días que estuvimos en Santorini, por las mañanas, nos repartimos las tareas, Elisa se tostaba al sol en la playa mientras que yo me tostaba en chiringuito con cerveza griega muy fría. Las tardes recorríamos la isla, Fira y Oia son espectaculares con sus blancas casas colgadas en el acantilado. Lo malo somos nosotros, los turistas que copamos todos los rincones visitables.
Como ejemplo, la visita a Oia. Habíamos leído que la puesta de sol en Oia era imprescindible; a la vista de lo que había allí, otros 2 millones de personas (5 arriba o 5 abajo) habían leído lo mismo y todos estábamos en la calle principal del pueblo camino de una especie de plazoleta/mirador desde dónde se hacen «las mejores fotos». Ni pudimos acercarnos y a la vista de cómo estaban los alrededores, no creo que se obtuvieran buenas fotos desde el mirador, sobre todo porque lo más probable es que no se pudiese mover un dedo para apretar el disparador.
Finalmente no desviamos por alguna callejuela alejándonos del destino de la riada de gente y llegamos a las afueras del pueblo junto unos pocos renegados más como nosotros y desde allí, pudimos observar la puesta de sol sin tener que ponernos de acuerdo con el de al lado para respirar. Eso sí, la bruma nos jodió la experiencia.
Sin embargo, pasear por Oia fuera del horario de puesta de sol y por Fira es muy agradable; recorrer las callejuelas de esas ciudades colgadas sobre el acantilado, encontrar mil rincones para fotografiar, sus casas blancas a cual más bonita…. Si además quieres jaleo nocturno, no te va a faltar, sobre todo en las playas de la costa este de la isla.
Un clásico de Santorini son los burros y la escalada desde el puerto viejo a lomos de esos pobres animales. Señalar que los burros no son tales, son mulas, supongo que porque son más fuertes y resistentes que los burros y el tamaño de algunos visitantes aconsejan ese cambio.
Creo haber leído por algún sitio que alguna asociación animalista ya está apretando para eliminar esa actividad, lo cual no es de extrañar porque no se obtiene otro beneficio que el disfrute del visitante a costa del esfuerzo del animal, que por cierto no parecen excesivamente felices con su tarea. Además, el teleférico hace totalmente innecesario el trabajo de las mulas. Pero tampoco me atrevo yo a pedir la supresión de una actividad que será el sustento de mucha gente además de un atractivo reclamo de turistas y por tanto de ingresos económicos a la isla.
En fin, que bajamos andando por el camino que se sube en mula ( y nos cruzamos con unos cuantos chinos, como no, sonriendo sobre sus monturas) y subimos en el teleférico sin importunar a los animales. Entre la bajada y la subida se puede pasear por el puerto y visitar un montón de tiendas con recuerdos y artesanías de la zona; y como situación especial y divertida una pedida de mano por sorpresa (incluída la hincada de rodilla y el anillo, vamos, lo más típico de las pelis) a la orilla del mar frente a la terraza del bar en que dábamos buena cuenta de unas cervezas, que terminó con un sonoro aplauso de los que estábamos allí de público con el consiguiente sonrojo de la protagonista.
Como todo el mundo tiene teléfono móvil que graba videos, seguro que ha sido una de las pedidas más filmadas de la historia y todos los camarógrafos improvisados, incluido nosotros, fueron a pedir a los chicos su dirección de email para hacerles llegar sus grabaciones.
Empieza la vuelta atrás
Con estos días en Santorini llegamos al destino previsto y su fin marcaba inicio de la vuelta a casa. Teníamos el barco a las 15:30 y la llegada a El Pireo a las 23:15. Aprovechamos la mañana para las últimas visitas y encontramos un pequeño restaurante familiar muy acogedor con una comida buena, abundante y barata; supo bien después de unos días comiendo comida «turística».
El trayecto, como todos los barcos, aburrido sin más que reseñar que la manada de chinos haciendose fotos por todos los rincones del barco. Ya anochecido, tras unos bocadillos que llevábamos preparados, nos sentamos un rato en la cubierta superior y aunque hacía algo de fresco producto del aire que soplaba, aprovechamos para descansar un rato «arrebuñados» en las chaquetas que, en previsión, no habíamos dejado en la moto.
Jaleo típico del desembarco, entrada al hotel arrastrando los bultos y ya tranquilos propone Elisa tomar unas cervezas; los servicios del hotel ya estaban cerrados, pero sabían de las tardías llegadas de los barcos y tenían máquinas expendedoras de cervezas y refrescos. Sorprendentemente, preferí un refresco.
El Pireo – Kalambaka
La siguiente etapa era de unos 360 kms., nuestro destino era la zona de Meteora, Kalambaka concretamente, pero teníamos todo el día para ir tranquilos; buscamos un lugar para tomar café y unos bollos. Elisa desayunó bien, pero yo ni me terminé el café solo que había pedido. Despreciar una cerveza la noche anterior y no comer nada en el desayuno eran comportamientos contrarios a mi filosofía de vida.
Tras unos 80 kms., alrededor de una hora de viaje, por una ruta muy bonita y con buen asfalto, llegamos a Tebas, sí la de Edipo, el del complejo; entre el pueblo de Diógenes y este de Edipo, nos estaba saliendo un viaje de lo más sicológico. Atravesamos la ciudad y ya casi saliendo, al llegar un disco en rojo noté una sensación extraña en las piernas al estirarlas para posar los pies en el suelo, algo raro, pero sin darle mayor importancia, cuando cambió el disco, seguimos camino pero la sensación extraña empezó a invadir todo el cuerpo.
Unos minutos más por la calles de Tebas y la sensación extraña empieza a definirse como un cansancio infinito y por primera vez experimenté lo de la visión en tubo, de forma que solo era capaz de enfocar la zona central de mi área de visión. Menos mal que mi única neurona aún funcionaba, al menos en modo supervivencia, y me aconsejó parar lo antes posible; medio ví lo que parecía una gasolinera unos metros más adelante y sin dudarlo entré, pero estaba abandonada, allí no podría encontrar ayuda, así que sin parar salimos de nuevo a la carretera en busca de un lugar más adecuado.
El cansancio iba en aumento y mi preocupación también, tanto por la extraña sensación como por la limitada visión que disponía y pocos metros después de salir de la gasolinera comprendí que no podría mantener el equilibrio más tiempo, así que me decidí a parar en el arcén detrás de un camión que había un poquito más adelante.
Así lo hice, paré detrás del camión y le indiqué a Elisa por el intercomunicador que se bajase y pusiese la pata (había mirado hacia abajo para localizarla y extenderla con el pié como siempre, pero al inclinar la cabeza se me nubló la poca vista que me quedaba). Elisa, claro, no sabía qué pasaba ni entendía mi urgencia en que bajase y mucho menos qué coño tenía que poner. Ante su pregunta extrañada, respondí con un grito de urgencia repitiendo que bajase y pusiese la pata.
Elisa sin comprender nada y asustada por la urgencia que desprendía mi actitud, se bajó de la moto y puso la pata. dejé caer la moto, noté que estaba afianzada, me dispuse a descabalgar y …. caí redondo, me desmayé en la maniobra de levantar la pierna por encima de la moto.
Fueron solo unos segundos los que perdí la consciencia, pero cuando recuperé el sentido estaba de rodillas en el suelo con el cuerpo apoyado en la moto y con la mano izquierda aún agarrada al manillar; oía a Elisa hablarme y ví que alguien se acercaba. Era un chico que circulaba por la carretera y vio como caía y sin pensarlo se cruzó de carril (venía en sentido contrario al nuestro). Me ayudó a ponerme en pié y cuando se cercioró que me mantenía bien dijo unas palabras que no entendimos y se marchó. En un par de minutos apareció de nuevo en su ciclomotor con una botella de agua y un zumo.
Algo más recuperado, a duras penas entendía lo que me decía en inglés, pero no hacía más que señalar al camión y al moverme un poco pude ver que detrás del camión había un bar de carretera; estábamos a menos de 30 metros del bar, pero quedaba totalmente tapado por el camión y yo tampoco estaba para fijarme mucho.
Resultó que era un trabajador del bar. Me indicó que pasase dentro que había aire acondicionado y así lo hicimos. Estuvimos como una hora hasta que recuperé algo de mi condición de persona humana. Necesitaba una cama y descansar, a parte del mal cuerpo que tenía que me había hecho vaciarme por ambos orificios casi simultáneamente al poco de entrar al bar. Menos mal que los baños estaban correctamente indicados y no tardé en encontrarlos.
Elisa tiró de booking y reservó una habitación en un hotel de Tebas y en cuanto me sentí con fuerzas para circular con cierta seguridad nos dirigimos al hotel, me metí en la cama en cuanto pude y me dormí, dejando a Elisa preocupada, sin comida y sin poder comunicarse.
Pero no por mucho tiempo, en cosa de media hora, me desperté y a duras penas le pedí ayuda a Elisa para levantarme y recorrer los escasos 3 metros que me separaban del baño y allí exploté de nuevo, aunque en esta ocasión solo funcionaba la salida superior. Y empezó una curiosa rutina en la que vomitaba hasta lo que había comido el vecino y entonces me encontraba razonablemente bien, me metía en la cama de nuevo, dormitaba unos minutos y volvía a de nuevo a empezar. Incapaz de moverme necesitaba que Elisa me sujetase para poder dar un paso, vuelta a vomitar y ya podía volver a la cama por mi mismo.
Tras unas cuantas idas y venidas, en un momento en el que hasta entendía lo que me decía Elisa, me preguntó que a quién llamaba para que nos llevasen a un hospital. Coincidiendo con el inicio del viaje, había suscrito pólizas para ambos con una conocida compañía (de la que no haré publicidad, pero su nombre empieza por RA y termina por CE. Por cierto, señores de la empresa, contacten conmigo que seguro llegamos a un acuerdo y publicito su nombre en este escrito); se puso en contacto, les contó lo que ocurría y enseguida contestaron que iban a localizar un médico.
Quedamos a la espera. Yo tenía sed, era cerca de la hora de comer y todo apuntaba a que pasaríamos la noche aquí; como parecía que ya estaba algo recuperado, aunque seguía con un profundo cansancio, Elisa se decidió a salir a buscar algo de comer y beber. El hotel no tenía nada, no sabía dónde estábamos, no sabe inglés… pero consiguió encontrar comida y bebida rápidamente.
A la vuelta y tras beber un poco de agua, llamaron diciendo que el médico que podían enviar tardaría unas 5 horas, que mejor nos fuéramos al hospital más cercano. A duras penas y apoyado en Elisa bajamos a la recepción del hotel; la verdad es que se volcaron con nosotros, pidieron un taxi al que dieron instrucciones para que nos llevase al hospital.
Finalmente, la sospecha que me había provocado el rechazo de una cerveza y de un delicioso desayuno empezaba a dejar ser sospecha para convertirse en claros síntomas de algo, que espero descubran en el hospital. Entrar al hospital y llegar a la ventanilla de recepción fue el principio de unos días de lo más extraños; pero eso será la siguiente parte.
No recuerdo absolutamente nada del trayecto en taxi hasta el hospital, ni cómo era la entrada, solo recuerdo acercarme a la ventanilla y empezar a farfullar en algo que yo pretendía que fuese inglés. No sé si la señora que me miraba con cara de asco no tenía idea de inglés o que lo que conseguía articular no era un lenguaje de este mundo, el caso es que empezó a erizar los pelos de los brazos y a agitar las manos señalando un pasillo y deduje que tenía que ir por alli.
Parece que acerté, porque no vino la seguridad a sacarme arrastras de allí. El caso es que había una especie de sala con algunos bancos, dedujimos que sería la sala de espera y allí me derrumbé. A los pocos minutos alguien vino a buscarme y me llevó a una pequeña consulta en la que cabía la camilla que había y poco más. Empezó el baile, termómetro, tensiómetro e interrogatorio.
Dudo que entendieran algo de lo que dije, pero a los aparatos anteriores añadieron un análisis de sangre y al cabo de un rato, una botella de algo por la vía, algo que seguro no era cerveza. Estuvimos un buen rato en el cuchitril en el que me metieron hasta que, supongo que con resultados del análisis, me llevaron a otro lugar indescriptible, a esperar que decidieran qué hacían conmigo.
A estas alturas, con lo que me había metido por vena, empezaba a ser humano de nuevo y empecé a mosquearme con una nueva extracción de sangre, los cambios en las botellas y yo sin entender qué coño me pasaba. El caso es que nos dicen que va a venir el director del centro, lo cual no sabía si era bueno o malo; bueno porque lo mismo me explicaba algo de lo que pasaba y malo por si lo que me tenía que explicar merecía la presencia del jerifalte….
Entre medias, llegó la de la recepción del hotel (una de las dueñas) a preguntar por mi estado; se portaron muy bien con nosotros en esta tesitura. Tras un corta charla, se marcha unos minutos y vuelve y nos dice que esa noche dormíamos en el hospital. Nos extrañamos mucho porque nos habían dicho que con los resultados podríamos marcharnos.
Sin embargo, cuando apareció el individuo responsable del hospital, mis preocupaciones médicas quedaron en suspenso mientras intentaba buscar la cámara, porque aquello tenía que ser una cámara oculta. Pelo escaso y largo desgreñado al estilo de nuestro Tamariz, pero totalmente negro, cara adusta y cejas fruncidas, bata de médico con mucha experiencia (la bata) a juzgar por las manchas de todo tipo que parecía que lucía a modo de medallas y una mala hostia de cuidado.
Me ladraba preguntas en inglés que tenía que pedir me las repitiese constantemente… el médico de urgencias que me había atendido intentó meter baza y recibió un gruñido en griego del jefe que hizo que se grapase la boca para el resto de la noche. Total, que tras un rato de esta amigable charla, dice que me ingresa (y por tanto confirma lo que me había dicho la del hotel), ya que al dia siguiente me harían más pruebas.
Cuando nos subieron a la habitación ya era cerca de las 10 de la noche; la habitación era de 6 camas de las cuales estaban ocupadas 3. Viendo a mis compañeros de habitación deduje que estaba en la planta de geriatría, incluso pensé que la habitación era para terminales, por el estado en el que estaban. Pues no me sentía tan mal como para colocarme allí……
Al poco, llegó una nueva compañera y estaba hecha una pena: no se movía, no hablaba, no hacía nada, únicamente emitía una especie de quejido bastante alto de volumen, como un ¡AAAAAh!, con una cadencia regular de unos 5 segundos; y así se tiró todo el tiempo que estuve en esa habitación, no durmió ni un 1 minuto, yo tampoco y el resto no sé si percibían algo del entorno. A media mañana del siguiente, la nueva compañera se durmió, por fin, y al poco a mi me llevaron a otra habitación de la misma planta, aunque en este caso, los ocupantes parecían estar en mejores condiciones físicas, pero sin exagerar.
Antes del cambio de habitación, alrededor de las 8, alguien llegó con el desayuno; por fin, porque con la tontería, llevaba desde la cena del barco con solo medio café y lo que tuviese en el cuerpo lo había vomitado. Cuando me pusieron la comida, casi lloro: una infusión y un paquete de 3 galletas. Algo me dijeron y quise entender que estaba a dieta pero parecía más a una tortura.
Ni la noche anterior cuando el ingreso, ni en el cambio de habitación nos dieron nada: un par de sábanas que estaban puestas en la cama y ya. Y cuando se me ocurrió preguntar por algo para ducharme, la enfermera no se descojonó por respeto. Total, que ahí estaba, con la ropa de hacía unas cuantas horas, sin una triste toalla para ducharme ni ropa para cambiarme, tirado en la cama de un hospital en vaqueros y camiseta y procurando no mirar a los compis, por no deprimirme.
Entre tanto, apareció por allí un enfermera, me sacó sangre y se piró; eso sí, sonriendo todo el rato aunque sin decir ni un palabra inteligible. Al rato, un médico intentó explicarme algo, pero no conseguí entender nada, salvo que si estaba tomando medicación. Le dí los medicamentos que estaba tomando confiando en que reconociesen los nombres que les estaba dando.
Con unas cosas y otras y algún que otro cabezazo tras la noche en vilo llegó la hora de comer; una sonrisa se plasmó en mi cara cuando oí por el pasillo el ruido del carro de la comida. Lo que tenía enchufado por la vía me estaba sentando bien, pero no tapaba el agujero que tenía en el estómago. En cuanto me llegó el turno y me dieron mi bandeja, la sonrisa desapareció dando paso a una mueca de sorpresa y casi asco; fue mi primer contacto con «el zurullo»; le pusimos ese nombre a la receta estrella del día. Sí, un zurullo en cualquiera de las acepciones de la RAE, eso me dieron para comer y no exagero, tengo pruebas gráficas. Pongo fotos de dos zurullos que me tocaron en suerte ese día.
Y el resto de la comida tampoco ayudaba: una especie de engrudo que simulaba a un puré de patata con muy poco éxito y nada de sal, un pedazo de queso (parecido al queso de burgos) que venía en un papel de plata (?), como si lo trajese de su casa la persona que repartía las bandejas, un melocotón que había conocido mejores días hace tiempo y finalmente un pedazo de pan, sin duda lo mejor del menú.
No soy quisquilloso para comer, de hecho me lance sobre el zurullo con una mezcla de temor y hambruna, pero en cuanto probé aquel manjar no pude evitar contar a mis compañeros de habitación…. estaban todos, pero eso no me dejó tranquilo. En cualquier caso, por pura supervivencia, me comí todo.
Como lo que hubiese sido el origen del zurullo había dado de sí, para la cena, trajeron otro. Venía bien acompañado por un puñado de arroz más soso que un vaso de agua, un yogur griego ¡en tarrina y cerrada!, un melocotón con mejor pinta que el anterior y el consabido trozo de pan.
Total, que allí me retuvieron durante 3 días y sus correspondientes noches; primero que tenía los niveles de potasio y creatinina para inscribir en libro de los records, luego que si la glucosa en sangre, más tarde que los riñones…. En definitiva, cada mañana venía un médico y nos decía que otro día más…. Al final ya le le estaba cogiendo el gustillo a la comida, pero a Elisa no le hacía ninguna gracia aquél lugar.
Finalmente me dejaron salir y con unos cuantos papeles escritos en cirílico y los buenos deseos de las enfermeras de la planta (supongo que entre la novedad de ser «lo españoles» y que en la planta no había muchos pacientes con los que interactuar con alguna respuesta, se encariñarían con nosotros) nos marchamos al hotel y empezamos a gestionar la vuelta a casa.
Nos dejaron salir el día 15, viernes, a media mañana. Ese mismo día, por la noche, teníamos el ferry de Civitavecchia a Barcelona, así había que buscar otra opción. El lunes 18 yo empezaba en un nuevo trabajo y Elisa lo mismo al día siguiente; teníamos que volver como fuese.
La compañía que nos estaba dando soporte se portó bien y sobre todo rápido. Se encargaban de llevar la moto a casa y a nosotros nos metía en un avión. Pero nos pedía un documento que llamaban «Fit to Fly», un permiso médico para volar. Enviamos toda la documentación que nos dieron en el hospital, todo en cirílico, claro, y poco antes de la hora de comer nos dicen que el permiso para volar no está; se debía haber quedado en el hospital.
Cogimos la moto para volver rápido al lugar de tortura, perseguimos al personaje que hacía de director por el hospital hasta que dimos con él, nos llevó a su despacho y allí sacó mi expediente del «archivo»: una caja gigante de cartón en la que estaban revueltos un motón de expedientes. Nos dio otro papel lleno de signos ilegibles para nosotros; vuelta al hotel y a enviar el nuevo documento. Tras traducirlo en España, nueva llamada: eso tampoco es, es un resultado de un análisis.
A la vista de la urgencia y que el director del hospital no les atendía, nos proponen ir a Atenas a otro hospital para obtener allí el permiso. Al día siguiente, a primera hora llegaría un coche a recogernos para ir a Atenas. Dejamos la moto a la puerta del hotel, las llaves en la recepción y a Atenas en coche.
El nuevo hospital no se parece en nada al que ya conocemos, parece un hotel de 5 estrellas. Nos recibe una mujer muy bien vestida; parecía la relaciones públicas del hospital. Me meten en otra consulta, y al momento aparece una doctora bajita, fea y con cara de mala leche. Tras lo típico de la temperatura, la tensión y alguna tontería más, llama a la relaciones públicas y empiezan a discutir, en griego claro, no tuvieron el detalle de discutir en un idioma que pudiese entender algo. Finalmente la doctora se pira y la otra me explica que no quiere darme el permiso.
Algo más me dijo, pero solo entendí eso: no hay permiso. Se va también y me quedo flipando en la camilla hasta que unos minutos después aparece un doctor y empieza de nuevo el interrogatorio. Otra vez intentado explicar en inglés desde el principio lo que me había pasado y tras unos minutos sufriendo porque no era capaz de explicarme !el tipo empieza a hablar en castellano¡
Era uruguayo o chileno o algo así, el muy cabrón me había hecho sufrir con el inglés, supongo que seguirá riéndose. El caso es que me explica (ahora sí lo entiendo) que para darme el permiso me tienen que hacer unas cuantas pruebas, que me ingresan y al día siguiente por la mañana me lo dan si las pruebas dan buenos resultados.
Le explico que el lunes tengo que entrar a un nuevo trabajo, que el domingo solo hay un vuelo a España y que es a muy primera hora, que…. No me lo van a dar con los resultados del otro hospital, tienen que hacerme ellos los análisis que corresponda si quiero que me den el «fit to fly».
No podíamos esperar a mañana; hablo con mi hermana en Madrid que trabaja en estas cosas del viajar (aquí hay otro posible enlace publicitario para «monetizar» el blog, que dicen los entendidos. Quedo a la espera) y me consigue los billetes para el vuelo del domingo a primera hora y pido el alta voluntaria, tras consulta con la compañía; les parece bien; lo único es que ellos no pagan el avión, pero si los compro yo les puedo pasar el cargo una vez en casa.
Tras un rato esperando para firmar el alta voluntaria, nos vamos a un hotel (que pagará también la compañía), quedamos con el taxista para que pase a llevarnos al aeropuerto al día siguiente y el domingo 18 a la hora de comer estamos en Madrid contentos de haber escapado de las garras de la medicina griega, sobre todo por no haber pasado a formar parte del menú del primer hospital. La moto llegaría unos 15 días después con algún desperfecto, pero sin mayor importancia.
Ya estábamos todos en casa.
Con estas peripecias aprendí algo, que sigo poniendo en práctica: NO HAY QUE RECHAZAR NUNCA UNA CERVEZA NI UN BUEN DESAYUNO