Daniel Gonzalez Guarinos. En la primavera de 2015 hice un viaje en solitario en busca de la libertad cruzando India de norte a sur en moto. Con «Five» una Royal Enfield Bullet 500 del año 2007 de la flota de un empresa de tours. Esta es la historia de cómo rompí el motor un día de mucho calor, por no parar a descansar y enfriar, el exceso de kilómetros, y la mucha prisa que tenía por llegar antes del aperitivo.
Llegada en tren a Goa.
Cuando una madrugada de marzo me presenté empapado en casa de Shibu en Goa, después de estar tres meses dando vueltas por India, sabía que llegaba a mi propia casa. Aquella noche llegué en tren desde Ahmedabad a la estación de Margao en Goa después un viaje de 24 horas con la moto abordo.
Al salir de la estación después del papeleo tenía que conseguir gasolina para llegar a la estación de servicio más cercana. Eran las dos de la mañana y solo vi un par de auto rickshaw en la puerta principal. Me acerqué con la moto arrastras saludando a los conductores. Les dije que necesitaba combustible para llegar a la gasolinera. Uno de ellos busco en el auto y me ofreció una botella negruzca de dos litros con un líquido amarillo. Sorprendido agarré la botella y les pregunté si era gasolina. Me dijeron que sí, con mucha seguridad. A pesar de ello fruncí el ceño, abrí el tapón, olí e hice el gesto de beber, levantando la botella hacia mi boca y con la cabeza hacia atrás. Inmediatamente los dos tipos empezaron a gritarme.
“No no no sir!”.
Baje la cabeza y miré sonriendo, acercándome a ellos para darles la mano y las gracias.
Llegué al Buddha Garden en la playa y me fundí con Shibu en un abrazo. Con cara de sueño y sorpresa me sacó una toalla.
“Estás aquí.” Me dijo Shibu.
“Sí, he llegado un poco tarde, lo siento. Estoy muy contento. Te envié un mensaje preguntando si estaba lloviendo. Conforme avanzaba el tren hacia el sur se acercaba una tormenta”
“Aquí no ha llovido. Un sol estupendo. Ha empezado hace media hora”, respondió Shibu.
“Tenía de llegar y no he parado. Solo han sido los últimos treinta kilómetros y el ordenador estaba bien cubierto.”
“Bienvenido, tu cama está preparada.”
Shibu es una de esas personas que tienes la suerte de conocer cuando viajas. Nos conocimos en 2011, la primera vez que estuve en Goa. Es de Kerala de un pueblecito cerca del río Periyar, el más grande del estado de sur de India.
En el paraíso estuve dos semanas, disfrutando, descansando y trabajando. El plan que era llegar hasta Kanyakumari, por los hoteles más auténticos de la ruta. Zigzaguear entre la montaña y la playa hasta el cabo Comorin. A la altura de Goa empieza la parte más escarpada de los Ghats Occidentales, cordillera que recorre en paralelo la costa Malabar y da lugar a la meseta del Decán, con una altitud máxima de 2.695 msnm .
Sigue el viaje hacia los Ghats Occidentales.
El primer día después de las vacaciones llegué subiendo preciosas carreteras entre santuarios de vida salvaje (Bhimgad, Bhagwan Mahavir) a Dandeli. Un pueblo industrial en medio de la jungla en el que toda la población trabaja en dos enormes fábricas de papel. Tras pasar la noche allí, madrugar y atravesar con la niebla el bonito parque nacional de Anshi, llegué a Gokarna. Allí estuve un par de días en Swaswara, un hotel excepcional, totalmente orientado al bienestar y la salud. El Ayurveda, la medicina tradicional, el yoga y la meditación son pilares de la cultura India.
La plantación de café.
Volviendo a la montaña estuve en una increíble finca de café de 400 hectáreas a mil metros de altitud y más de 300 kilómetros de la playa de Gokarna. Llegando allí atravesé el santuario salvaje del Valle Sharavati por carreteras muy rotas. Allí vi los primeros campos de Té del sur de India en una ladera.
En seguida apareció Rakesh, el encargado de la casa rural. Un joven de Bangalore que había dejado su trabajo de informático en la gran ciudad, para venir a trabajar al campo.
“Namasté!”, le dije con una sonrisa.
“Namasté sir”. Me contestó con otra sonrisa.
Rakesh hablaba muy poco inglés. Después de ayudarme a subir los bultos a la habitación, me dijo:
“Señor. ¿Le gusta el vino?.”
“Sí, claro. ¿Cuánto cuesta la botella?.”
“El mismo precio que en la tienda… sobre 700 rupias.”
“Bien, en ese caso… ¿Es Shula?.”
“Sí.”
“Guárdalo para después del atardecer.” Le dije con un guiño.
“¿A qué hora quiere cenar, señor?.” Me preguntó.
“Cuando tú quieras Rakesh, muchas gracias. Estoy muy contento de estar aquí.”
“También nosotros estamos contentos. A las ocho estará preparada la cena señor.”
Mi habitación tenía una enorme cama, con un escalón de madera para subir, cubierta con una preciosa colcha de color burdeos. Toda la habitación era rojiza. Muebles rústicos preciosos, las lámparas y los apliques y luz, todo como debe estar en la mansión de un inglés muy adinerado perteneciente a la Compañía Británica de las Indias Orientales.
La reunión de trabajo en Bangalore.
Estando allí me llamaron desde Delhi para que fuese a Bangalore a 273 km a una reunión de negocios.
Eran cerca de las siete de la mañana y con un buenísimo café café, fumando un cigarro puse las alforjas sobre Five. Después de una bonita despedida y de unas cuantas patadas de más a la palanca de arranque, salí de Balur Estate para llegar a Bangalore a la hora de comer. La carretera estaba en buen estado, sin tráfico y con señalización. Disfrutaba de la moto acelerando por un escenario agreste.
Después de los primeros 100 km paré en una gasolinera. Empezaba a hacer calor. Reposté, bebí agua y fumé un cigarro, mirando el mapa y los 170 km que me quedaban de ruta. Eran sobre las nueve de la mañana y en tres horas más podría estar en Bangalore. Apuré el pitillo indio, Gold Flake light, y me subí a Five. Muy pocos kilómetros después empezó una autovía de doble carril, con largas rectas, atravesando los grandes campos de cultivo de la meseta Decán.
La rotura del motor.
La temperatura estaba subiendo, iba con la chaqueta abierta. La autovía tenía continuos flyover que conectaban con los pueblos. La velocidad constante de 70-80 km/h bajaba en las subidas. Justo pensando que pronto tendría que parar, de repente, sin un movimiento brusco perdí toda la potencia de la moto. Por mucho que girase el puño la moto planeaba sonando como un campanario. El ruido a hierro roto bajaba la frecuencia, conforme descendía la velocidad intentando buscar una sombra, que no había.
En el arcén empecé por quitarme ropa poniéndome pantalones cortos y calzado cómodo. Terminando con la gorra de la buena suerte bebí un largo sorbo de agua caliente. La temperatura rondaba los 40 º. Pasaban coches por la autovía y estaba tranquilo. Al poco rato un autorickshaw paro en mi auxilio después de gesticular con los brazos. Un señor que iba solo atrás me preguntó y le dije que necesitaba un mecánico de motos Royal Enfield. En seguida sacó un Nokia antiguo de su bolsillo, y tras buscar con unos dedos gordos y negros en el teclado, se lo llevó con ímpetu a la oreja. Pude entender poco, pero lo bastante como para saber que le estaba describiendo a alguien y cuál era la situación exacta. Colgó de repente diciéndome:
“Sir! fifteen minutes mecanic here”
Estábamos a 7 km de Kunigal y a 80 km de Bangalore. Un lugar en medio de la nada muy agrícola. Seguí relajado esperando hasta cuando por el carril de otro lado de la autovía, llegó a mi altura una moto con dos personas haciendo señas y gritando. Eran los mecánicos. Abdul era un tipo delgado, con cara de buena persona, sonriente y educado. Tendría cerca de los 40. Su hijo era un enorme chaval de unos 20 años.
“Salam malekon Abdul!.” Le dije sonriente.
“Salam!.”
Después de comprobar que la moto estaba rota Adbul hizo una llamada. Al poco rato llegó por la vía de servicio un Ape, igual de ancho que un auto rickshaw, un poco más largo con cuatro ruedas, cabina y toda la parte trasera para carga. Marcha atrás se puso perpendicular a la cuneta, en una pendiente muy pronunciada. Barak cogió a Five y la bajó muy despacio hasta apoyar la rueda delantera en la parte trasera del camioncito. Después soltó el freno y Five estaba en la plataforma, como hecha a medida. Cargué mis bultos y me subí de copiloto.
En 15 minutos que pasaron pensando en lo bien que iba el desastre llegamos a un pequeño taller. Era una casa de dos plantas con bajo en la carretera principal del pueblo. El local contiguo era una tienda de gallinas con jaula en plena calle. En India eliges la pieza viva y el carnicero le corta el cuello frente a ti. De repente aparecieron cuatro o cinco paisanos entre risas. Bajaron la moto entre todos como una pluma de la plataforma. Después de un rato de desmontar, liberado el pistón vimos que había terminado como las gallinas de la tienda. El mecánico me dijo que no había visto un pistón partido de esa manera en 20 años, ni a un extranjero tampoco.
Cinco días en Bangalore.
La moto iba a estar lista en un par de días, pero al final fueron cinco. Un sábado a mediodía en taxi volví a Kunigal. Adbul no estaba en el taller, estaba en el médico. A los cinco minutos llamó por teléfono me dijo que la moto estaba lista y el importe a pagar, diez mil rupias. Pagué, me puse el equipo, cargué las alforjas y arranqué a Five. El objetivo era llegar a Mysore a 150 km, sin pasar de 40 km por hora por el rodaje.
Atravesé el pueblo hacia el oeste para volver por donde había venido seis días antes. Llegando a la autovía a pocos kilómetros del pueblo, la moto se paró de forma repentina con un ligero chasquido. Esta vez había una gran sombra, en la cual estuve esperando un buen rato, después de una llamada. No me atreví a arrancar la moto, solo bajé la palanca de arranque con la mano, comprobando que tenía compresión.
El ayudante llegó, arrancó la moto y me dijo que la llevase de nuevo hasta el taller. Al llegar llamó a Abdul y éste me dijo que había que rodar el motor en ralentí toda noche en el taller. Me senté en un silla del taller y esperé un par de horas. Por fin llegó Abdul con un amigo en un Ford Scorpio muy viejo. Con una gran sonrisa me estrechó la mano y con gestos de dolor se disculpó por no estar por la mañana. Me dijo que tenía un problema de estómago y que había tenido que ir al médico en Bangalore. Me preguntó si había comido y le dije que no. Después de dejar mis cosas en el mejor hotel de Kunigal, 500 rupias la noche, me llevó a cenar con su amigo al mejor restaurante del pueblo. No me dejó pagar la cena.
Antes de salir el sol ya caminaba hacia el taller, contemplando como un bobo el comienzo del día en la calle principal de Kunigal. Despidiendo a todos cariñosamente salí hacia Mysore a 120 km. No podía pasar de 30 – 40 kilómetros por hora y debería parar para enfriar el motor cuatro veces, durante por lo menos medía hora. El día fue muy largo y transcurrió sin sorpresas. Disfruté de la bonita carretera que atraviesa el río Kaveri, llegando a Mysore a la hora de comer, muy contento de empezar de nuevo el viaje.http://blog.aventuraenindia.es/cinco-dias-en-bangalore-camisa-y-piston-nuevos/