Juan Recio, es un apasionado de los viajes en moto por el mundo . Lleva más de 26 años recorriendo paisajes únicos e irrepetibles que le han permitido conocer y disfrutar de una gran diversidad de culturas y gentes. En su web www.viajarenmoto.com podéis ver un pequeño resumen de todos estos viajes.
Tras sufrir la dureza y soledad de la mítica Ruta 40, contemplar in situ la belleza del Glaciar Perito Moreno y gozar del placer de rodar con nuestras motos por el Parque Nacional Torres del Paine, afrontabamos mi compañero Jaime Nuñez y yo, los últimos kilómetros de esta etapa con el Océano Pacífico como compañero inseparable de viaje y rodeados de soberbias panorámicas.
Inmerso en un estado “nirvanesco”, los kilómetros iban cayendo, mi mente simplemente no estaba y mis brazos soportaban cada vez con más dificultad el feroz viento patagónico. ¿Será verdad que el viento sopla en ocasiones a una velocidad de hasta 140 Km./h? ¿No formarán parte todas esas historias de la leyenda patagónica? Todas estas preguntas resonaban en mi cabeza hasta que lamentablemente al poco tiempo encontré la respuesta…
En plena tormenta el viento podía conmigo y con la moto. Primero bajé el ritmo e inserté la segunda marcha, luego primera (aunque me inclinaba como si fuera a velocidad elevada) y al final nos llevó a la cuneta y no tuve más alternativa que “parar y rezar“. Me acordé de la familia y del hijo recién nacido que acababa de “abandonar” en España por culpa de mi mala conciencia. ¡hijo, cuándo te vas a quitar esos pájaros de la cabeza!- me decía siempre mi abuela-. Por si todo esto fuera poco, se puso a nevar como si fuera pleno invierno y resultaba imposible avanzar un metro más. Parados en la cuneta, resguardados del viento tras nuestras motos e intentando al mismo tiempo con todas nuestras fuerzas que estas permanecieran en píe divisamos a lo lejos una casa que era la única alternativa que teníamos para resguardarnos del temporal. El trayecto de apenas trescientos metros se hizo eterno y tras sufrir lo inimaginable logramos por fin llegar con nuestras motos y llamar a la puerta de la casa. No recuerdo bien pero es probable esa fuera la única casa que vimos en un trayecto de más de 200Km. En esos momentos pensé que tuvimos mucha suerte. Ahora con el paso del tiempo he llegado a la conclusión que la casa no estaba ahí por casualidad, estaba en un punto meteorológicamente problemático para socorrer a muchas almas inquietas que en el pasado se adentraron por la Patagonia en busca de unos ideales, fortuna u olvido. Ahora unos cientos de años después sirvió de refugio de unos apasionados de los viajes en moto, fugitivos temporales de una monótona civilización.
Tras llamar varias veces, la puerta se abrió lentamente y apareció el rostro curtido del patriarca de un familia de mapuches con tres niños de corta edad(Los mapuches es un pueblo indígena de la Patagonia que en el pasado lograron resistir con éxito a los conquistadores españoles ). Paradojas del tiempo y del destino, ahora nos abrieron sus puertas de par en par y nos ofrecieron con gran generosidad lo poco que tenían. Recuerdo unos ojos grandes y curiosos de una niña que apenas tendría tres años, la cara de admiración del pequeño que no superaría los cincos, la sonrisa de complicidad de la madre con su bebé recién nacido y las palabras del padre …“ Estas no son las fechas idóneas para intentar llegar en moto hasta Ushuaia. Pero si amaina el temporal y logran superar los siguientes cincuenta kilómetros lo peor, sin duda habrá pasado”.
Mirando por el ventanal la cosa no tenía pinta de amainar y mi subconsciente buscaba un hueco en el comedor donde poder plantar el saco de dormir y pasar la noche. Afortunadamente tras más de una hora de espera, el cielo se despejó y aprovechamos para montar en nuestras motos y llegar con un viento muy fuerte pero soportable hasta Punta Arenas conocida como “La Capital de la Patagonia”. Ese noche no tuve más remedio que cambiar el habitual vaso de leche caliente de antes de ir a dormir por unos cuantos Pisco Sour y celebrar junto a Jaime el salir ilesos de la que sin duda fue una de las etapas más duras del viaje.
Amanece en Punta Arenas y debemos llegar en un solo día hasta Ushuaia. La opción pasa por montar nuestras motos en una barcaza en Punta Delgada y atravesar al igual que lo hizo Fernando de Magallanes en 1521 el estrecho que lleva su nombre. Tras atravesar el Estrecho de Magallanes nos adentramos en la Provincia de Tierra de Fuego (llamada así por el humo de los campamentos indios que divisó el famoso navegante portugués al adentrarse por primera vez en esas tierras inhóspitas). Una dura pista de ripio y algún tramo también de asfalto nos acompañarán hasta Ushuaia en una jornada maratoniana de 640 kilómetros y más de 16 horas sobre la moto. Me viene a la memoria el frío bestial y las interminables curvas pasando por la noche el mítico Paso de Garibaldi y la llegada de madrugada al fin del mundo.
Únicamente un perro “se digna a darnos la bienvenida en forma de ladridos” y exhaustos buscamos un hotel donde pasar la noche. A la mañana siguiente las fotos de rigor con el archiconocido cartel “Ushuaia Fin del Mundo” sirvieron de previo para llegar al final de la carretera ( Donde finaliza La Ruta Nac. Nº·3 y más abajo únicamente está la Antartida).
He de confesar que en el Mirador del Fin del Mundo me sentí el hombre más afortunado del planeta y aunque tenía enormes deseos de volver a casa para contarlo, miré por el espejo retrovisor antes de arrancar de nuevo la GS buscando un “utópico puente” que fuera capaz de unir Ushuaia con la Antártida. Al fin y al cabo todos somos conscientes de lo difícil que es vencer la pasión de viajar, pero también de lo imposible que es satisfacerla.
Juan Recio