Fecha: 26 Mayo a 7 Junio 2006. Pilotos: M. A. Fernandez,, J. C. de Mier, B. Landes, J.C. Vidal, F. García.

Países: Estados Unidos. Longitud: 5.000 km. Entorno: Praderas, montañas rocosas, desierto. Terreno: Asfalto 100%.

Viajar desde Chicago a Los Angeles, en primavera, con una imponente BMW 1200GS Adventure, junto a tres motos gemelas, libertad para escoger la ruta y 2 semanas para hacerla, es algo a lo que pocos motoristas de larga distancia objetarían. Así fue la 5ª etapa, de las 30 que circunvalarán el planeta y que los organizadores de la Vuelta al Mundo BMW me asignaron para completar en 13 días y 6.097 Km, atravesando diez estados de USA. El 25 de Mayo volé desde Washington a Chicago, para unirme a mis compañeros: El valenciano Juan Carlos Vidal, el madrileño José Carlos de Mier y el estadounidense Bob Landes. Además, el periodista madrileño Miguel Angel Fernández y su compañera Mar, nos acompañaron conduciendo su van de alquiler, después de que un pequeño percance les impidiese hacerlo en moto. Recogimos las motos en el concesionario BMW de Chicago y las estacionamos en el aparcamiento del hotel. Mi cuentakilómetros indicaba 20.065, acumulados en las 4 etapas anteriores por España, Marruecos y USA.

Viernes 26 Mayo. Chicago, Illinois-Jefferson City, Missouri. 643 km.

Amaneció nublado, pero esto no afectó el entusiasmo de vernos junto a las motos y a punto de iniciar la excitante aventura. Plantadas sobre sus caballetes, se veían esbeltas y orgullosas, listas para llevarnos a California.

Tras la foto de rigor, la caravana se puso en marcha, integrándonos en el denso, pero ordenado tráfico de Chicago, buscando la autopista 55 Sur. Una rápida sucesión de peajes puso a prueba nuestra paciencia, obligándonos a repetir el tedioso ritual que los motoristas sufrimos en ellos. Gradualmente, el tráfico se fue diluyendo y era más fácil que el grupo de 4 BMW’s y el van se mantuviese junto. Poco a poco, el campo y los espacios abiertos reemplazaron a los edificios, fábricas y centros comerciales.

La autopista se transformó en carretera. Extensas llanuras y plantaciones de maiz la flanqueaban. El paisaje era monótono, pero el placer de conducir la GS Adventure hacía que distancia y tiempo pasaran rápido. Anochecía cuando llegamos al hotel de Jefferson City, capital del estado de Missouri.

Sábado 27 de Mayo. Jefferson City-Chandler, Oklahoma. 671 km.

Salimos temprano y mantuvimos la dirección suroeste, resignados al hecho de que aún estábamos en la parte menos interesante del viaje. Ante nosotros teníamos los grandes llanos de Oklahoma y Texas, antes de entrar en lo más interesante del viaje, las montañas y desiertos de Nuevo México, Colorado, Arizona, Nevada y California.

Para el brunch (breakfast/lunch), Bob nos llevó al balneario Lake of the Ozarks, donde disfrutamos de un excelente buffet, a la orilla del famoso lago.

Esta fue la etapa más monótona del viaje. El terreno era muy llano y a pesar de rodar a 120 km/h, parecía que no avanzábamos por las rectas interminables. El fuerte viento lateral del sur, nos forzaba a conducir las motos muy inclinadas hacia la izquierda.

Adelantar o ser adelantado por los enormes y veloces camiones, requiere concentración. Además de la turbulencia que dejan tras de sí, zarandeando las motos violentamente, cuando los adelantas o te adelantan, los camiones bloquean el viento, obligándonos a enderezar la moto, volviendo a la posición inclinada cuando los rebasas o te rebasan. Siempre la misma secuencia: inclinación en las rectas, zarandeo durante el adelantamiento, vuelta a la inclinación.

Esa noche todos los hoteles decentes estaban llenos y nuestra aventura se “enriqueció” cuando nos alojamos en un decrépito motel, el único que tenía habitaciones para los sudorosos motoristas. Por si fuera poco, todos los restaurantes del pueblo, menos el más malo, estaban cerrados. Comimos la bazofia del más malo. Pero, al menos, la cerveza estaba fría.

Domingo 28 de Mayo. Chandler-Amarillo, Texas. 535 km.

Chandler está en la Route 66, la primera carretera que cruzó los Estados Unidos de costa a costa. Hoy solo quedan largos tramos aislados que discurren paralelos a las autopistas que la sustituyeron, especialmente las interestatales 44 y 40. Vista desde la ancha, transitada y aburrida autopista, la solitaria y ondulada ruta 66 nos tentaba y con frecuencia nos pasábamos a ella, disfrutándola durante decenas de kilómetros.

Regresábamos a la autopista cada vez que veíamos cómo nos dejaban atrás los vehículos que circulaban por ella, recordándonos el largo viaje que teníamos por delante. José Carlos, Miguel Angel y Mar disfrutaban mucho nuestro paso por la ruta 66, popularizada por la maquinaria de Hollywood. A Bob, Juan Carlos y a mí, laicos en materia de motos cromadas, tatuajes y bandanas, la 66 nos dejaba indiferentes.

Museos, hoteles, saloones y restaurantes muy “históricos” se alinean a lo largo de tan “histórica” carretera. Sus paredes de colores, anuncios de neón, coches yanquis de época y restaurantes grasientos, atraen a los incondicionales de la moto y las películas de James Dean, Marlon Brando y Peter Fonda. Desde que entramos en Texas, se multiplicaron los nombres en castellano, La mayoría de las ciudades, pueblos, carreteras, calles, comercios, ríos y montañas conservaban los que les pusieron los españoles, primeros europeos que habitaron estas tierras. Me sorprendió que, incluso, usaran la letra “ñ”, lo cual es raro en USA.

El calor intenso y las ganas de José Carlos por llegar a Tucumcari y hospedarse en un motel “muy histórico” de la ruta 66, nos separaron. Juan Carlos, Bob y yo nos alojamos en un hotel moderno, en Amarillo. José Carlos, Miguel Angel y Mar siguieron hasta Tucumcari, 100 kms al oeste y otra zona horaria. El baño en la piscina del hotel compensó los calores sufridos y un enorme y variado buffet, estilo tejano, repuso nuestras energías.

Lunes 29 de Mayo. Amarillo-Santa Fe-Taos, Nuevo Méjico. 586 km.

Salimos temprano, por la autopista 40, para reunirnos con José Carlos, Miguel Angel y Mar. Cruzamos la frontera entre Tejas y Nuevo Méjico. En Tucumcari era una hora más temprano y cuando llegamos, José Carlos aparecía en calzoncillos, desperezándose en la puerta de su habitación, junto a la moto.

Su motel estaba en la mismísima e “histórica” Route 66. Tras una andanada de fotos junto a coches, neones y motos yanquis, salimos hacia el oeste. Estábamos casi solos en la carretera y de vez en cuando nos cruzábamos con otras motos, customs casi siempre. En movimiento y a cierta distancia, a veces es difícil distinguir si se trata de Harleys o de motos similares. El noroeste de Texas es árido y seco, preludio de los desiertos de Nuevo México, Utah y Arizona. Estados Unidos es un país de superlativos y excesos. Casi todo es grande o muy grande. Las casas, los todoterreno, los camiones, las autopistas, las porciones en los restaurantes, los helados, las bebidas, los gordos, las gordas, los centros comerciales…. .

Tan extenso como Europa occidental, USA tiene 300 millones de habitantes, contra los 420 de aquélla. Nueva York está a la misma distancia de Los Angeles que de Madrid. Su menor densidad de población hace que existan esas grandes extensiones de territorio deshabitado. Para sus ciudadanos, USA es su mundo y pocas cosas del exterior les interesan. Hace años, viajando por el interior del país, dos gringos me dijeron que yo era el primer extranjero que vieron en su vida, a lo que repuse que hay mejores ejemplares. Otros yanquis creen que España está en Sudamérica y que el flamenco se baila en México. Hay gente que vive a 300 Km. de Nueva York y nunca lo ha visitado. Las matrículas de nuestras BMW llamaban la atención. En semáforos y gasolineras la gente nos preguntaba de qué estado eran. No reconocían la bandera azul de la Unión Europea y me atrevo a pensar que no sabían qué es la Unión Europea. El hecho de que el 87% de la población sea rural, más su egocentrismo nacional, explican estas curiosidades.

Dejábamos atrás las inmensas llanuras, con sus rectas inacabables y a lo lejos se dibujaba la silueta de los Rocky Mountains, las Montañas Rocosas, donde empezaría la parte más bonita del viaje. Nos despedimos de las autopistas y entramos en carreteras que cruzaban reservas de indios comanches, navajos, sioux y hopis. Ibamos a Taos, con una parada cultural y gastronómica en la ciudad colonial de Santa Fe, ambas en Nuevo México. Esta última es una mezcla interesante de arquitectura colonial española e india, con sus famosas casas de adobe y paja. Aparcamos las motos en una de las dos plazas centrales de Santa Fe, e inmediatamente atrajeron la atención de varios turistas. Bombardeo de preguntas bajo el sol abrasador.

Tras un suculento almuerzo en el patio de un restaurante con aspecto andaluz, paseamos por las calles llenas de turistas y tiendas, abarrotadas de joyería india de plata y turquesa. Miguel Angel nos fotografió en las motos, frente la fachada de la catedral española y salimos de la ciudad.La carretera se elevaba gradualmente hacia el oeste, buscando las faldas de las Rocosas, cuyos picos nevados aparecían en la distancia. La temperatura bajaba con la misma rapidez que la carretera subía. A las 7PM llegamos a Taos, donde por suerte, había terminado una concentración de esas motos, montadas por individuos tatuados, con bandanas, banderitas USA, insectos en los dientes y miradas de pocos amigos. Digo “por suerte”, porque si hubiésemos llegado ayer, habríamos tenido que dormir a cielo raso, con los coyotes y las cascabeles, pues los otros moteros llenaron todos los hoteles. Viendo que éramos motoristas, el recepcionista del hotel nos dio una toalla azul a cada uno diciendo “para que limpiéis vuestras motos”. Seguramente los colegas que nos precedieron dejaron las toallas blancas hechas una pena, dada su afición a sacarle brillo al cromo.Hacía frío por la noche. Tras dejarnos una fortuna en un “famoso” restaurante, con un chef aún más “famoso”, nos retiramos a descansar.

Martes 30 de Mayo. Taos-Durango, Colorado-Ouray, Colorado. 582 km.

Por la mañana, limpiamos las motos con las toallas azules, eliminando la fauna voladora adherida al parabrisas, guardabarros y maletas. A las 8AM estábamos en marcha hacia el norte, impacientes por empezar a escalar las montañas. El cielo era muy azul. El aire fresco y tonificante. Hoy entrábamos en la región favorita de mi primo Miguelín. De haberle avisado a tiempo, se habría unido a esta expedición. Es un amante de la naturaleza y explorar las Rocosas, esquiar en sus nieves y descender en balsa las rápidas aguas critalinas de sus ríos, es un proyecto que lleva tiempo postponiendo. Hoy hicimos muchas paradas, para sacar fotos, admirar paisajes y oler las flores. Viajando por carretera en Norteamérica (Canadá, USA y México), experimentamos una sensación de espacios abiertos difícil de sentir en Europa, con 120 millones de habitantes más que USA. Enormes extensiones de terreno sin casas, carreteras ni tendidos eléctricos. Aparcando la moto en la cuneta escuchamos el sonido del silencio, el viento y el trino de los pájaros. Durante esta etapa, mi moto recorrió 712 Km con un depósito de gasolina y el computador indicando que podía hacer 36 más. Esta gran autonomía hace de la GS una moto ideal para este tipo de viajes.

Entramos en Colorado y llegamos a Durango, extremo sur del ferrocarril Durango-Silverton, antes usado para transportar minerales, ahora una atracción turística, por lo pintoresco de su recorrido. Las motos iban de maravilla y daba gusto tumbarlas en las curvas y disfrutar la montaña rusa en que la carretera se había convertido. Flanqueada de bosques pinos, abetos y álamos, donde viven ciervos, ardillas, conejos y osos. Picos nevados en todas direcciones; ríos y cascadas de agua cristalina, salida de la nieve unos kilómetros más arriba.

Ascendiendo, nos acercábamos a la nieve, hasta que la tuvimos en la cuneta. Pasamos el puerto de montaña Molas Pass a 3.600 metros de altura. Paralelo a la carretera, en el fondo de un profundo barranco, discurre el río San Miguel. Hace 14 años que pasé por aquí con mi mujer, camino de Alaska y nuevamente eché de menos el guardarrail. La calzada es muy estrecha, siempre con un precipicio casi vertical a un lado, sin tramos rectos de más de 150 metros. Conviene no distraerse conduciendo por esta carretera alpina.

Curvas, subidas y bajadas se sucedían furiosa e ininterrumpidamente. El contraste entre el cielo azul, las montañas rojas, la nieve blanca y los bosques verdes era espectacular y se entiende por qué los exploradores españoles llamaron Colorado a este estado. La tierra tiene ese color porque contiene minerales de cobre, oro, plata y zinc. Al otro lado del puerto de montaña Red Mountain Pass y siguiendo el curso del misterioso río Animas, la carretera inició el descenso hacia Ouray, situada en un valle idílico, que parece traído de Suiza. Rodeada de altas montañas y con numerosos manantiales de aguas termales, Ouray es muy acogedora. Nuestro hotel tenía unas termas y en sus aguas a 44ºC nos relajamos, tras los 582 Km. que hicimos hoy.

Miércoles 31 de Mayo. Ouray-Gran Cañón del Colorado, Arizona. 718 Km.

Salimos temprano, entusiasmados por la belleza de la carretera y tonificados por el aire puro. Nuestro destino era el Gran Cañón del Colorado, que no está en Colorado, sino Arizona. Se llama así porque el río Colorado discurre por su fondo. Desde Ouray, fuímos por Las Rocosas durante varias horas. Aire fresco, cielos intensamente azules, tierra roja y muchas, muchas curvas. Un paraiso para los motoristas. Gradualmente, los bosques se clareaban y el terreno se fue haciendo árido. Descendíamos hacia el desierto y las piedras reemplazaron a la hierba y el musgo. La temperatura subía y los ríos se secaban. Paramos en el Four Corners Monument, punto en el que se cruzan las fronteras de New México, Colorado, Arizona y Utah. El punto exacto está marcado con una plataforma de granito, sobre la que tomamos una foto curiosa, pues cada uno de nosotros estaba física y legalmente en un estado diferente.

El calor era agobiante y aceleramos la marcha. Tanto la aceleró Bob, que un policia agazapado, le endosó la única multa del viaje. Vimos caballos salvajes, mustangs, galopando y pastando en hierba inexistente. Pasamos por Monument Valley, donde están las famosas mesas de Utah, las formaciones de tierra con paredes verticales y cima plana que con frecuencia salen en las películas del oeste. Atravesamos montañas, desiertos, reservas indias de utes, hopis y navajos, tan desérticas y desoladas, que la única fuente de ingreso visible era el casino que había en cada una de ellas, suficientes para que cada familia india reciba 2.500 dólares mensuales. El calor nos obligada a parar con frecuencia, para beber y ponernos a la sombra, si la había. Cruzamos Colorado, Utah, Nuevo México y Arizona. A pesar del intenso calor, la variedad del paisaje y el carácter de nuestras motos, hizo de ésta una jornada muy agradable. Anochecía cuando llegamos al hotel, en el borde sur del Gran Cañón, la única formación geológica visible desde la luna, según dicen. El cuentakilómetros parcial indicaba 718 Km, haciendo de ésta la etapa más larga del viaje.

Jueves 1 de Junio. En el Gran Cañón del Colorado.

Andando, en helicóptero, en el van de José Miguel y en autobús, solos o mezclándonos con los miles de turistas, admiramos la grandeza de esta maravilla natural, sobrevolada por los cóndores. Nos frustró el hecho de que no pudimos alquilar burros con los que descender el cañón hasta la orilla del río Colorado. Para los burros, había una lista de espera de una semana. Juan Carlos y José Carlos volaron en helicóptero sobre y entre las paredes del cañón.

Se vea o no desde la luna, los exploradores españoles fueron los primeros seres humanos que informaron al mundo exterior de la existencia de esta espectacular grieta en la corteza terrestre. En su borde conocimos a David, un ciclista belga que pedaleaba desde Alaska a Ushuaia, la ciudad más meridonal del mundo, en el extremo sur de Argentina. Llevaba 2 meses de carretera y le faltaban 12 más, según sus cálculos. Dormía en tienda de campaña y comía lo que guisaba en su hornillo portátil. Lo invité a que esa noche él y su bici durmieran en mi habitación. Juan Carlos lo invitó a cenar con nosotros. Fue una cena muy agradable y David nos contó muchas anécdotas sobre su asombroso viaje.

Viernes 2 de Junio. Gran Cañón-Las Vegas, Nevada. 584 Km.

A las 6AM David se levantó para engrasar y ajustar la cadena de su bici. A las 9AM, tras fotografiarnos con las motos y la bici, todos salimos en dirección a Sin City, (Ciudad del Pecado) Las Vegas. El intrépido belga fue pronto un punto en nuestros retrovisores. Nosotros llegaríamos a Las Vegas en unas 7 horas, él en 4 días.

El calor era tan intenso, las rectas tan interminables y las pendientes tan frecuentes, que me admiraba pensar que él atravesaría a golpe de pedal lo que para las rápidas y potentes BMW’s eran largas distancias. Si en las motos nos abrasábamos ¿cómo sería en la bici? ¡Buen viaje, David! A las 4 PM, sedientos y empapados de sudor, aparcamos las motos en el garaje del lujoso hotel MGM, en pleno Strip de Las Vegas.

Sábado 3 de Junio. En Las Vegas.

Esta ciudad es un espejismo, un oasis artificial en el desierto de Nevada, cerca de la frontera con California. Flanqueada al oeste por el Desierto de Mojave y el Death Valley, Las Vegas no carece de nada, a pesar de que el agua que consume la traen desde Sierra Nevada, a centenares de Km. Los turistas y el dinero que dejan en casinos, hoteles, tiendas y restaurantes, permiten que los habitantes de Nevada no paguen impuestos locales de ningún tipo. Solo nacionales.

Mientras mis compañeros exploraban la colorida ciudad, sus casinos y hoteles, yo me quedé en mi habitación, disfrutando de su aire acondicionado, reorganizando mi polvoriento equipaje y contestando las decenas de e-mails acumulados. He visitado la Ciudad del Pecado varias veces y visto sus atracciones más típicas: mujeres espectaculares, enormes casinos, mujeres despampanantes, coches de lujo, mujeres impresionantes, hoteles de fantasía, mujeres sensuales, tiendas de súper lujo, mujeres provocativas, restaurantes sibaríticos y otras tentaciones para nuestros débiles sentidos. En mi habitación, con el aire acondicionado a toda pastilla, estaría a salvo. Aunque no le gustó Las Vegas, con sus excesos de lujo y superficialidad, Juan Carlos compró dos entradas para un concierto de Santana en nuestro hotel, el 29 de Julio. Las Vegas es una metrópoli sin inhibiciones. En el casino, individuos en bañador y chanclas, juegan junto a ladies y gentlemen impecablemente vestidos, sin que nadie se asombre por ello. Por la noche asistimos a un magnífico espectáculo del Cirque de Soleil, que nos dejó boquiabiertos.

Domingo 4 de Junio. Las Vegas-Mono Lake, California. 563 Km.

Sabíamos de antemano que hoy iba a ser el día más caluroso de nuestro viaje. Por si teníamos dudas, la televisión informaba de que las temperaturas eran las más altas nunca antes registradas en estas fechas: 44º C. Camino de California, hoy cruzaríamos el Death Valley (Valle de la Muerte) en el desierto de Mojave, cerca de Las Vegas, donde se alcanzan algunas de las temperaturas más altas del planeta. Acordamos salir del hotel a las 7AM y así pasar por la zona más tórrida antes del mediodía. Saber que en Junio de 1932 se alcanzaron los 59º C, nos hizo prudentes, especialmente cuando Miguel Angel y Mar decidieron que saldrían del hotel 3 horas después, con lo que no podríamos contar con refugiarnos en su van con aire acondicionado, en caso de insolación o avería. En el Mojave y el Death Valley no hay árboles ni sombras donde guarecerse durante centenares de Km. A las 7:20AM salimos del hotel, decididos a sobrevivir la travesía del territorio con nombre tenebroso. Me asombró la enorme cantidad de casas en construcción en las afueras de Las Vegas.

Conduciendo a buen ritmo, dejamos atrás la Ciudad del Pecado y entramos en el Mojave Desert. Ya hacía calor, pero aún era soportable. La carretera estaba solitaria, con firme granulado y muy adherente, por el que conducíamos con mucho placer, tumbándonos en las curvas, en ángulos que Valentino Rossi envidiaría. La visibilidad era excepcional y el paisaje único. Todo era piedras blancas y arena, donde los cactus y algunas plantas resistían desafiantes temperaturas que calentaban las rocas hasta los 90ºC. Un conejo corrió asustado por la cuneta y me pregunté dónde estaba la hierba de la que se alimentaba. Las aves de rapiña sobrevolaban en círculos, atentas a todo lo que se moviera o agonizara bajo ellas.

Mirando el mapa, vi que el próximo pueblo era Lone Pine (Pino Solitario). Una señal de carretera indicaba que estaba a 19 millas (31 Km.). Al frente había un pueblo, más bien un campamento, pero se veía tan cerca que no pensé que era Lone Pine. Me detuve a sacar fotos y un conductor paró a mi lado por si necesitaba ayuda, pues no es normal que un motorista pare en este horno para ver el paisaje. Me dijo que aquel campamento era Lone Pine. Me costaba creerlo, porque se veía muy cerca, a unos 6 Km., diría yo. Picado en mi curiosidad, memoricé el cuentakilómetros y reanudamos la marcha. Cuando entramos en Lone Pine, para mi asombro, habíamos andado 19 millas. Esta experiencia cambió mi concepto de la distancia, pues nunca pensé que algo situado a 31 Km. pudiera verse tan cerca. Debe ser la pureza del aire del desierto, carente de contaminación y evaporación de agua. Nos internamos en el temible e interesante Death Valley, donde en el siglo XVI una expedición española procedente de México, fue diezmada, pereciendo su ganado y caballos. Los sobrevivientes celebraron aquí el primer acto de Acción de Gracias del Nuevo Continente. Mucho antes del que hicieron los peregrinos del Mayflower en Nueva Inglaterra. Como soy amante del agua dulce, bosques, ríos y lagos, me cuesta admitir, pero admito, que los desiertos son bonitos. Especialmente vistos desde una buena moto. La luz ambiental es especial y la falta de humedad hace que la atmósfera sea muy pura. Ideal para la fotografía.

Nos adentramos en Death Valley, por la misma carretera que recorrí en coche el Enero 1992. Como era invierno, escalé algunas montañas y exploré parajes muy solitarios. Eso era impensable y suicida ahora, con la temperatura cerca de 45º C. En verano, salirse de la carretera, adentrarse por una senda y tener una avería, equivale a jugarse la vida. Pasamos junto al lecho blanco y salino de un antiguo mar o lago, a 40 metros bajo el nivel del mar. La señal no decía si del Atlántico o Pacífico, uno a más altura que el otro. El aire estaba en calma y tan caliente, que viajábamos con la visera del casco cerrada, para evitar la turbulencia ardiente, que dificultaba la respiración. Limitamos nuestras paradas a los lugares en los que podíamos beber agua o, en el caso de Juan Carlos, Coca Cola. El agua que llevaba en mi moto se calentaba tanto, que parecía caldo de pollo.

Poco a poco, el Mojave se hizo más montañoso y la temperatura tolerable. Nuestra ruta giró de oeste a norte, para seguir las faldas de Sierra Nevada. El paisaje era tan solitario, que hasta faltó la típica señal de “Welcome to California”, estado en el que entramos sin saberlo. Circulando por la ladera oriental de Sierra Nevada, teníamos la imponente cordillera a la izquierda. Sus faldas cubiertas de pinos y sus cumbres de nieve. El cielo era de un azul intenso y me recordaba a Granada, mi ciudad natal. Desde que salimos de Las Vegas, no hubo ni un solo tramo aburrido. A las 4PM llegamos a Mono Lake, pueblo a la orilla del lago del mismo nombre y junto a siete volcanes apagados. Tras alojarnos en un pintoresco hotel con vistas al lago, fuimos a conocerlos en las motos.

Siguiendo caminos cubiertos de gruesas capas de gravilla, llegamos a los cráteres y a la orilla del Mono Lake, también conocido como el Mar Muerto de California, por la extrema salinidad de sus aguas, donde los peces no pueden vivir. Hace miles de años, uno de estos volcanes erupcionó violentamente y su cráter estaba cubierto con las rocas negras y calcinadas que vomitó.

Lunes 5 de Junio. Mono Lake-Yosemite Park-Monterey, California. 563 Km.

Hoy fue otro día glorioso, con orografía y temperatura extraordinarias y variables. Hemos visto tantos paisajes bonitos y conducido por carreteras tan agradables, que ya no puedo decir que una jornada es más atractiva que otra. Desde que entramos en New Mexico, todas compiten en belleza. Tras un suculento y, para algunos, grasiento desayuno, partimos temprano, dirección norte, pegados a las faldas de Sierra Nevada, cuya cresta teníamos que cruzar para llegar al Pacífico. Queríamos hacerlo por el famoso puerto de montaña Tioga Pass, pero estaba cerrado por nieve.

A unos 60 kms de Mono Lake, giramos hacia el oeste e iniciamos el ascenso de la sierra por una carretera muy revirada, con curvas cerradas y pendientes muy empinadas que nos llevaban al Sonora Pass. Algunas curvas ascendentes y a la derecha eran tan cerradas, que había que sortearlas en primera o segunda. Poco tráfico y mucha belleza. La temperatura descendió y echamos de menos el calorcillo en el Death Valley. Cuando llegamos a la zona nevada, paramos para hacer fotos y tirarnos bolas de nieve. Ascendimos un poco más y alcanzamos la cima del Sonora Pass, a 2.920 metros de altura. El descenso fue igualmente espectacular. La línea central, casi siempre continua, nos obligaba a conducir con calma. Por suerte, había muy poco tráfico. Era un placer llevar unas motos tan grandes, dóciles y fiables y viajar con tan expertos compañeros. No teníamos previsto visitar el Yosemite Park, pero al ver la señal “Yosemite Park 72 Km”, nos desviamos hacia el famoso parque nacional, donde está la mole de granito El Capitan, sin acento en la “a”. Fueron 72 Km. de montañas, bosques y ríos, hasta llegar al idílico valle, por el que discurren las aguas límpias del río Yosemite y se erige majestuoso El Capitán, lugar donde se citan escaladores de todo el mundo para conquistar sus impresionantes paredes verticales. El granito, los pinos y las aguas claras de muchos ríos y cascadas, hacen del Yosemite Park un lugar muy relajante. El fotógrafo Ansel Adams lo inmortalizó con sus clásicas fotos en blanco y negro.

Viajando hacia el oeste, llegamos a las calurosas y fértiles llanuras del Valle de San Joaquin, una de las zonas agrícolas más ricas y productivas del planeta. Cuando cruzamos el Canal de California, una especie de transvase del Ebro, pero con agua de verdad, el calor era otra vez agobiante. Las interminables rectas del San Joaquin Valley nos permitieron avanzar con rapidez hacia el oeste. En la distancia se dibujaban las Montañas de San Miguel, nuestra última barrera natural antes de llegar al Pacífico.

Anochecía cuando a lo lejos apareció una bruma espesa que cubría el horizonte de norte a sur y supe que el gran océano estaba cerca. Estas brumas, densas y misteriosas, se forman en alta mar y vienen a la costa por la tarde. Casi todas las tardes. La humedad de la niebla nos dio frío, pero desde la cumbre de una montaña vimos las aguas oscuras del Pacífico y las luces de Monterrey, nuestro destino hoy. El buen hotel, la agradable camaradería, las enormes pizzas y la cerveza, nos repusieron las energías perdidas en esta jornada de 675 Km. e hicieron que el grupo se retirase a dormir como lirones. Por lo menos yo.

Martes 6 Junio. Monterrey-Santa Barbara, California. 417 Km.

Esta etapa la hicimos casi exclusivamente por la famosa Pacific Coast Highway. Pocos kilómetros al sur de Monterrey está la pintoresca y exclusiva ciudad de Carmel, también a orillas del Pacífico, con una arquitectura que recuerda mucho las de Suiza y Alemania. Todo en Carmel denota calidad y alto nivel de vida. Hoy el protagonista de la jornada fue la agradable carretera, trazada por las faldas de las montañas que llegan hasta el mar. Bien pavimentada y estrecha, obliga a circular con atención y no ceder al impulso de admirar el paisaje y distraerse por más de 3 segundos. La montaña a la izquierda y el océano siempre inmediatamente a la derecha y abajo, al fondo de profundos acantilados. A veces, descendíamos a su nivel y rodábamos por una costa muy rocosa, salpicada por las olas.

Cuando iniciamos el viaje esta mañana, la bruma se replegaba hacia alta mar y a las 11AM ya había desaparecido, dejando ver un océano azul profundo y bravío, que no invitaba a nadar. Más al sur aparecieron las primeras playas de arena, en las que dormitaban centenares de focas y leones marinos. Era cómico y entrañable verlas tan cerca, a unos 10 metros, amontonadas unas sobre otras, durmiendo, bostezando, jugando, observándonos, peleándose y ladrando. Siempre hacia el sur, a las 4PM llegamos a la cosmopolita ciudad de Santa Bárbara, concluyendo nuestra última etapa larga del viaje. Nos alojamos en un hotel del Paseo Marítimo y desde el muelle vimos una puesta de sol pacífica. Cenamos y bebimos cerveza de arroz en un restaurante tailandés, experiencia nueva para algunos en el grupo.

Miércoles 7 de Junio. Santa Bárbara-Ventura, California. 80 Km.

Lo de hoy no es una etapa, sino un corto paseo hasta el concesionario BMW en el que debemos entregar las motos, en Ventura, a las afueras de Los Angeles. Tras un ligero desayuno en el hotel, nos pusimos en marcha. La nostalgia que sentía separándome de la moto, se compensaba con la alegría de reunirme con mi mujer, Julie Ann, quien aterrizaría en Los Angeles al mismo tiempo que entregamos las motos. Conduciendo al ritmo impuesto por el tráfico matinal de Los Angeles, en menos de una hora llegamos al concesionario. Aparcamos las BMW’s en sus modernas instalaciones y el propietario salió a recibirnos. Dos luces de cruce fundidas y tirones en una moto, fueron todo lo que había para reparar, tras el glorioso viaje de 6.097 Km. Misión cumplida.

Aquí terminó mi viaje, pero la GS continuaba el suyo alrededor del mundo. Aún le faltaban 25 etapas en 4 continentes. Con una mirada afectuosa y una palmada en el asiento, me despedí de ella, deseando que los 25 pilotos siguientes la disfruten tanto como yo. Viaje dedicado a la memoria de mi padre, que falleció unos días antes de iniciarlo.

Fausto García.

RUTA DE LOS EXPLORADORES ESPAÑOLES. Por Jos Martín

“Desde arriba (del Gran Cañón), arrojaron algunos pequeños cantos; los que llegaron abajo confirmaron que era más alto que la Giralda de Sevilla”

López de Cárdenas (1540)

Cuando se deja Chicago, se dice adiós a la región de los grandes lagos. Dos caminos principales hay para viajar hasta Los Ángeles: el del noroeste atraviesa estados como Nebraska, Colorado o Utah; el del suroeste, los de Missouri, Oklahoma, Nuevo México o Arizona. El primero es más parco en cuanto a referencias hispanas y sólo quedan algunos nombres (como Aurora o Limón, cerca de Denver) con estas resonancias. El segundo, que es el que sugerimos, es mucho más rico: tierras de Kansas por donde anduvo en 1540 Vázquez de Coronado con monjes y tropa que luego murieron a manos de los indios, excepto el valiente soldado Andrés de Campo, quien regresó a lo que entonces era Nueva España (y ahora es México) después de andar más de mil quinientos kilómetros en soledad; o las que recorrieron Hernando de Alvarado en Colorado, Pedro de Tovar en Utah y López de Cárdenas en Arizona hasta dar con el Gran Cañón.

Al abandonar Oklahoma, en Nuevo México aparecen constantemente topónimos de marcado carácter español, como Amarillo, Santa Rosa, Alburquerque o Socorro, hasta que se llega a Los Ángeles, la capital hispana de Estados Unidos. En 1542, Juan Rodríguez Cabrillo dejó el puerto de San Miguel (hoy San Diego) con la idea de costear francamente al norte. Los indios del poblado Yagna habían encendido hogueras cerca de lo que hoy es la bahía de Santa Mónica, por lo que la llamó Bahía de los Fumos. En 1781 se fundó en las cercanías una misión con el nombre de Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río Porciúncula. O sea, Los Ángeles. A ella acudieron cuarenta y cuatro colonos que plantaron naranjas, olivos y cepas de buen vino español. Así nació la ciudad estadounidense más abierta, divertida y sorprendente.

Bibliografía

–San Francisco. Guías Acento. Madrid, 1993.

–The Atlas of North American Exploration. W. H. Goetzmann y G. Williams. University of Oklahoma Press, 1998.

–California & Nevada. Lonely Planet, París, 2004.

–USA. The Rough Guide, Londres, 1999.

–Canadá. Lonely Planet. Vic (Australia), 2002.

–Exploradores españoles olvidados. Sociedad Geográfica Española. Madrid, 1999, 2000, 2001 y 2002.

–Nutka 1792. Mercedes Palau. Ministerio de Asuntos Exteriores. Madrid, 1998.

–Diario y aventuras en Nootka. Johm R. Jewitt. Historia 16. Madrid, 1990.

NOTA DE PRENSA

Los Ángeles la ciudad más cosmopolita de la Costa Oeste ya ha recibido la visita de la Vuelta al Mundo con el fin de la etapa nº 5. Tres etapas y doce pilotos se encargaron de recorrer los Estados Unidos de Norteamérica de norte a sur, de sur a norte y de Este a Oeste.

De Nueva York a Miami pasando por Washington y la cordillera de los Apalaches conducidas por un equipo de la isla de Mallorca. De Miami a Chicago pasando por Nueva Orleáns pilotadas por cuatro amigos de Bejar, (Salamanca) y de de Chicago a Los Ángeles siguiendo la histórica ruta 66 y visitando el Cañón del Colorado con un equipo mixto hispano-norteamericano. En total 16.000 kilómetros de espíritu GS a todo lo largo y ancho de Norteamérica.

Un pinchazo en una rueda trasera ha sido la única incidencia anotada en el cuaderno de viaje de las cuatro motocicletas BWM r-1200 GS Adventure que ya suman mas de 25.000 Km. en sus marcadores tras rodar por África y América.