Ramon Parreño

Me levanto somnoliento y cansado aquella mañana, como todas las anteriores dispuesto a emprender mi rutina. Todo era rutinariamente igual al día anterior y a otros. Tras el aseo habitual, me pongo el uniforme de trabajo renegando como siempre: aquellos malditos pantalones de tergal barato que no abrigan en invierno y en verano dan un calor insoportable, como todos los días.

Salgo raudo de casa, ya he mirado el reloj como tres veces: son las ocho menos cuarto.

El paseo de siempre y la misma cuesta arriba tan empinada como de costumbre nada más salir, pudiendo ir por otra calle me enfrento al esfuerzo supino casi por tradición, es de esas cosas que cuando la haces aseguras que la próxima vez cambiarás, pero no.

Llego por fín siete minutos después donde ella descansa, me espera cubierta por una oscura lona de nylon de una impermeabilidad más que cuestionable, que levanto y retiro y después un par de elementos de seguridad antirrobo. Tras coger el casco de donde se encuentra guardado lo dejo sobre el depósito y la saco en punto muerto hacia atrás. Arranco la moto y cierro la cancela.

La dejo en marcha mientras me pongo casco y guantes, se para una vez, ha hecho frío y le cuesta mantener la «respiración», vuelvo a arrancarla, me tomo mi tiempo.

Un par de minutos y engrano primera velocidad es el momento de irse como siempre despacio, el motor aun está frio.

Voy pasando lentamente por las calles de mi población desanimado al comprobar que están más deshabitadas que de costumbre. Una persona aquí y otra allá, el autobús regular, un furgón de reparto…

Salgo con el mismo sentimiento de abatimiento al acceso que me lleva a la entrada de la ciudad como siempre miro el calor del motor en el panel que ya lleva tres rayitas, está on me digo a mí mismo y mecánicamente me bajo la calota del casco modular. Empiezo a meter marchas largas y aumentar la velocidad, pese a no haber ningún otro vehículo conservo los mismos gestos de precaución habituales.

Atravieso escéptico y resignado las avenidas casi sin ningún vehículo que me interrumpa el camino, relajado pero inquieto de vez en cuando veo algún coche abusar de la situación saltándose el disco rojo con picardía. Ambulancias, coches de policía y ejército, y algún autobús urbano, vehículos industriales y pocos coches particulares alimentan el tráfico rodado de mi itinerario.

Sigo con determinación rumbo a mi destino, son 12 kilómetros los que me separan de él. Aliviado e inquieto por ello estas condiciones me hacen llegar en minutos, lo que me costaba el doble o más en situación normal.

A mí llegada el mismo panorama en la calle: alguna persona, algún vehículo y la misma sensación de soledad y cierto desasosiego. Respiro hondo me invade cierto pesar. Lo que antes era una proeza cargada de estrés debido a la circulación hoy es soledad, es como si yo hubiera deseado esto en un momento y un genio malo me hubiera concedido el deseo y me siento como el niño que se le ha explotado el globo en sus manos.

Allí me pregunto qué clase de enfermedad es esta que ha hecho que desaparezca la humanidad de las calles, todo está triste, aunque esta igual que siempre, pero falta algo… las personas. Intento no cavilar en lo que va a pasar en días venideros, va a ser duro lo presiento, pero solo hay una cosa que me saque de mi abatimiento el pensamiento de que cuando todo esto termine, vamos a cambiar de manera de pensar, de obrar e incluso de vivir, tal vez sea que el mundo nos da una segunda oportunidad y debamos pararnos a contemplar la vida y dejar de buscar la felicidad en hacer una cosa tras otra y no encontrarla, la felicidad está en nuestro interior.

Chasqueo los labios y suspiro, entro al lugar de trabajo, comienzo otra jornada con el Covid-19.

                                               Ramón Parreño Moreno.

Ramón Parreño Moreno nació el 29 de agosto de 1964 en San Pedro (Albacete) tras una infancia de mucho leer comics, libros encaminó  sus «dotes» artísticas al dibujo y otras artes plásticas tal vez equivocadamente, de la misma forma accedió al mundo de las motos. Años más tarde escribió un relato corto que publicaron para un concurso en una revista de motos custom el cual ganó y de ese relato partió la base de «Tiempo de carretera» su primera novela publicada, un año más tarde publica «Camino a Loh» ambos relatos de ficción con tramas del ámbito motorista.