El Maestre Patarran, Elmese para los amigos.Un tipo corriente. Oriundo de Levante y afincado en Madrid.Un padre de familia que, cuando sus obligaciones se lo permiten, da rienda suelta a sus dos pasiones:Montar en moto… y «juntar letras» para contarlo.
Enamorado confeso del sistema central y La Sierra del Guadarrama.Y de su país, un lugar maravilloso, pese a todo.

Dice la leyenda que los antiguos druidas usaban pizarra para levantar castros en valles celtíberos. Para recordarnos que sin luz, no puede haber oscuridad.

También cuentan que el cristianismo se apropió mas tarde del mito pagano y lo hizo suyo. Y por eso en parroquias y ermitas de la zona se suele contar de boca a boca, que el hacedor, el último día de la creación contempló estos valles. Y así, en su infinita sabiduría, cuando ya no tenía nada que hacer, creó los pueblos negros.

Pueblos construidos con pizarra, para recordarnos que la creación y la luz, nacieron de la oscuridad. Y que sin una no puede existir la otra.En una zona de enormes y escarpadas montañas.

Montañas y riscos a las que rodea un silencio, que todo envuelve, que se percibe.

Unos lugares en los que acompaña siempre una extraña paz, quizá por ese silencio y por ese continuo claroscuro, propio también de otros lares, ahora vaciados.

Valles con aires limpios -dicen que de los mas puros de la península- y aguas prístinas, que brotan por doquier en arroyos y regatos, al albur de esa pizarra siempre negra.

Entre ellos y entres sus bosques de robles melojos, podemos encontrar -ademas- algunos de los hayedos mas meridionales de nuestro continente.

También carrascales y forestas donde se pueden ver, corzos, venados, guarros, garduñas, tejones, gatos monteses  y ginetas.

Ríos en los que, si se observa con detenimiento, se puede intuir el rastro de de musarañas y nutrias. E incluso llegar a verlas, si se esta dispuesto a pasar frío y se es lo suficientemente paciente.

Veredas donde encontraremos boletus, níscalos y otros hongos. En abundancia y entre lagartos verdes, abejas, miel, salamandras y tritones.

Y entre toda esta maravilla, poblaciones centenarias, de negra pizarra.

Reverdecidas por enamorados de la zona y otros que la han mantenido, apegados al terruño de sus antepasados, orgullosos de su herencia.

Inviernos duros de tierra dura.

Negras lajas de pizarras en paredes muros y tejados, fundiéndose con  paisaje en una suerte de sencillas, humildes y achatadas construcciones

Haciendas y hallares, patios y tejados, pilastras y cancelas, todos ellos nunca altos y siempre romos, de oscuros grises y negros, que conviven con cercanas, bellísimas y desconocidas Iglesias Románicas, auténticos portales de la comarca.

Poblaciones casi abandonadas, que poco a poco han hecho del turismo rural, del turismo de naturaleza, su forma de subsistir, dentro de una total soledad.

Es el querer de unos de fuera y otros de allí, de donde nacieron, abuelos, padres, y hermanos, lo que impide que desaparezcan definitivamente. Que se pierdan en el olvido.

Me pregunto si a lo peor, precisamente esa soledad hacen que al final, sobrevivan a todo.

Y que quizá por eso siguen ahí.

No se los pierdan.

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