IÑIGO LASA .Madrileño, 48 años, dos hijas maravillosas, una ex mujer con un gran corazón y una familia y amigos no numerosos, pero sí sinceros, comprensivos y muy buena gente. Algunos de ellos como otros tantos lo están pasando mal durante este confininamiento. Paradójicamente, el maldito #covid 19 a mí solo me ha traído cosas buenas, será por eso que dice mi “santa” madre de que habitualmente giro en sentido opuesto al mundo, jejeje, no sé, pero lo que está claro es que este parón global a mí me ha premiado y me siento en deuda..
Uno de los primeros recuerdos que tengo de niño, serían finales de los 70 y vivíamos en Venzuela por el trabajo de mi padre, son los viajes de finde semana a parajes increíbles que se quedaron grabados en mi retina en forma de coloridos fotogramas. Playas desiertas, vegetación frondosa y aguas cristalinas, cascadas, poblados y más playas, mejor dicho, islotes, esos a los que finalmente accedías en botes de madera con motores fueraborda que ya olían y sonaban de una manera que para mí era música.
A todo esto le precedía un trayecto de no sé cuántos kilómetros, pero de bastantes horas, perfectamente acoplado, sin silla de seguridad ni anclajes “isofix”, en el asiente trasero del Ford Mustang Fastback color verde de mi padre. Es curioso cómo se te graban esos recuerdos en la memoria.
Una vez le dió un problema y abrimos el capó al lado de un mercadillo rural, esa fue la primera vez que vi lo descomunal que era el motor de ese cacharro que me cautivaba. O cuando mi padre lo vendió por lo inconducible e incómodo que le resultaba, eran las últimas versiones del mítico modelo de los 60.
Sería por esto entonces que cuando fui a estudiar a EEUU de adolescente (el sistema escolar español había fracasado conmigo y yo con él), cuando cumplí los 17. Me saqué el carnet de conducir, encontré un trabajo haciendo anzuelos para un shérif local y su socio…qué maravillosos años.
En aquel entonces, mientras terminaba mis estudios en Ohio, ya tenía trabajo y estaba medianamente integrado en la sociedad americana, adoptado por una familia nativa, mi padre biológico me prestó el dinero para comprarme un coche y se topó en mi camino un Ford Mustang Coupe 289 de 1965 techo duro, que fue un flechazo a primera vista.
El siguiente recuerdo que tengo también es de coches y ya de vuelta en España tras el paso por Caracas. Adolescente perpetuamente castigado por malas notas poco a poco fui perdiendo mis parcelas de libertad, de actividades, etc y pasaba fines de semana y veranos bastante interminables en la sierra madrileña bajo un tercer grado ganado a pulso… fue ahí dónde empezó mi relación con el mundo de las motos.
Nacho, mi primo favorito fue el que marcó mi camino en forma de inconsciente cicerone de las dos ruedas. Muchas motos pasaron por nuestras manos en esa época y cada una de ellas prendió una parte de la mecha que desató lo que 15 años después marcó definitivamente mi vida: sacarme el carnet de moto.
Mobilette Campera, Ducati 50 TT, Benelli 49, Cota123, Vespa 125, Puch Minicross TT, Bultaco Frontera 370 Osa Mike Andrews son las motos que tatuaron mi infancia, mi adolescencia; una época maravillosa donde los viajes no se medían en largas distancias o muchas horas sobre los hierros, benditos hierros y nunca mejor denominados. Época esa en la que aún se podía conducir ¡sin carnet ni casco! Menos mal que alguna cosa ha cambiado para bien.
Corrían ya los años 90 y la verdad es que me llevé una sorpresa porque en apenas 3 años España parecia haberse puesto al día y ya no se podía hacer casi nada de lo de antes con una moto, además, mi pasado transcurrió en la sierra y allí regían otras normas, la vida en la capital era otra historia.
De aquella época que fue en la que conocí y me enamoré de la madre de mis hijas, lo que más recuerdo eran los paseos que le daba de estrangis en «la bestia parda» llamada Frontera. Esa en la que de pequeño y adolescente, no podía subirme sin calzar un par de piedras para hacer de base o encaramarme a una cerca próxima a donde me hubiese caído previamente. Esa que tenía tanta compresión y cuya palanca de arranque se situaba a la izquierda, que tenía mi gemelo derecho permanentemente tintado de morado, ¡esa también me robó el corazón!
Un día, gracias a dios o no sé a quién, decidí dejar de jugármela cogiendo las motos de los amigos sin carnet y ahorré lo suficiente para presentarme al examen. Lo supendí y decidí interpretarlo como una señal…no volví a intentarlo.
Era la época en que con el coche se podía circular a muy altas velocidades y yo, lo hacía. No es por descargar responsabilidades pero el hecho es que parte de culpa la tiene la ubicación de esta casa familiar; en uno de los tramos míticos del antiguo Rally Valeo de Madrid, seguro que más de uno lo recuerda. Sin moto y sin carnet también, ¡pero los malditos octanos seguían recorriendo mis venas!
Cuando quedamos embarazados de mi primogénita, Ainhoa, vi la luz y lo compartí con su madre: “si ya soy maduro para ser padre, coño, también ya debo ser maduro para examinarme del carnet de moto”. Tardé en sacármelo unos 10 años y 7 intentos, ¿no habré batido algún récord?
Lo que pasó depués de legalizarme fue un auténtico regalo del destino, metí en el Jarama a mi nueva y flamante GS 500, en mi primer curso con el RMCE. Llegaron las tandas libres y de forma natural y espontánea buscaba mis propios límites absorto, disfrutando de mi propio orgasmo en modo racing.
Empecé a picarme con otros cursillistas que me pasaban o que casualmente yo alcanzaba, apuraba frenada, me enroscaba en las aceleraciones…después de haber terminado el día empanzado en la graba de final del recta, fue tal mi satisfacción, júbilo, sensación de libertad y riesgo que decidí que no me iba a morir sin correr en moto, al nivel que fuese.
Vendí la Suzuki GS a los 4 meses porque necesitaba más potencia, con ese hierro, otro en mi vida, no podía hacer nada de lo que me había planteado, correr en moto en no más de 2 años.
Tras deshacerme de ella y cómo no tenía dinero para otra cosa me compré, enamorado de su estética, “prestaciones” y supuesta calidad “chuchuki” una Hyosung Comet 650 GT, concretamente la 5ª que importaron a España.
Amor y odio fue nuestra relación. Nada más recibirla y una vez terminado el rodaje me la llevé a mi primer curso de pilotaje en el circuito de Albacete impartido por la escuela MAC con Miguel Ángel Castilla al frente, gran amigo y mejor persona.
Ese día encajé con un grupo de personas y deportistas con los que aún mantengo relación y muy buena amistad. Así es el mundo de las motos, da igual la disciplina, el punto kilométrico o el bar donde pares a tomar la caña, por lo general buena gente, gente sencilla con corazones grandes y un caracter generoso y aventurero.
La Comet me duró apenas 6 meses y me deshice literalmente de ella tras varios sustos de calidad, más bien por falta de calidad, el último fue perder la palanca de cambio y unos cuantos tornillos de las estriberas después de un acelerón de esos que te pide el cuerpo y que la saca de su zona roja.
Me dejé asesorar, consulté a mis dioses en sueños y decidí invertir mis ahorros en comprar dos motos, una moto para entrenar y averiguar si tenía maneras y un mínimo de capacidad para poder disfrutar de las carreras y otra moto más funcional para el día a día. Me compré una BMW F 650 GS, que vendí a los 8 ó 9 meses. Pero fue esta moto que no me gustó nada, la que me abrió de nuevo la puerta al monte, pensé que podría ser una buena rutera-trailera. Tal vez para otros lo fuese, pero para mí no, le pedía demasiado en campo.
El mundillo de las carreras amateur fue una gozada, primero tuve una CBR del 97, con ella hice algún curso más y fui de rodas, asenté relación con otro gran amigo que orientó mi vena más racíng hacia las carreras de resistencia; Jorge, la misma persona que me presento a mi compañero de equipo Koke.
Tras un año de entrenos y progresos con una Suzuki 600 GSXR «preparadilla» que me dio las mayores sensaciones que yo he experimentado sobre una moto de asfalto, cumplí mi sueño. Finalmente corrí en Resistencia, ya era un piloto amateur.
Y como el mundo esté tan especial que nos rodea te regala a veces sorpresas que no esperas, la vida me obsequió con otro presente: fui durante cuatro años monitor del RMCE, otra de esas experiencias que te marcan en la vida y dejan, siento repetirme, amistades para siempre. Mi hija pequeña, Nerea, no vivió las carreras per sé, pero si pilló estos años de monitor y la recuerdo apenas siendo un bebé en brazos por el circuito, ¡qué imagen más tierna y bonita!
En paraleo y con la intención de poner fin ya a este deslabazado relato, concluyo con una reflexión; en esos años de motos y carreras me compré una KTM 250 SXF para entrenar el físico haciendo motocross, el gym y yo no maridamos…
Pasaron los años de bonanza y cambió la vida de golpe y porrazo, nuevas circustancias, adiós a la competición, adiós al trabajo… sí, había llegado la crisis del 2008, pero las motos ya nunca salieron de mi vida. Vespa 200 PX, un par de CBRs 600F, R6 y la que desde hace años lleva haciéndome el tipo más feliz del planeta, mi querida KTM 200 EXC del 2006.
Sobre mi moto no me importa lo que pase, ni cuantos huesos me rompa o lesiones siga provocándome pilotarla. Durante esta cuarentena he decido volver a competir en algo que tengo en mente y pendiente y que por culpa de las lesiones y otros detalles de la vida no he podido aún cumplir y casi había descartado. Veterano o en viejos aspirantes, cuando todo esto pase, el mundo recobre su anormalidad y yo me recupere mínimamente de mis lesiones, volveré a competir en enduro.
Sí, llevo muchos años intentándolo y fracasando, tal vez ahora el reloj que nos ha parado a todos me haya vuelto a mandar un mensaje, yo lo interpreto así.
Me consta que la gente “normal” no es capaz de entenderlo, menos aún los que te quieren y los que desconocen este mundo, pero estoy convendido que si algún motero ha conseguido tragarse este “tocho” y llegar a este párrafo final, entenderá y conincidirá conmigo en que es infinitamente mayor la motivación y satisfacción que provoca el proceso de intentar alcanzar tus objetivos, un paseo, una ruta, un viaje, un entrenamiento, una carrera, lo que sea sobre nuestras monturas, que quedar marcado casi de por vida por no haberlos acometido.
¡Ilusionarse, avanzar, caerse, aprender, levantarse y seguir!
Salud, fortuna y Ráfagas…
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