Fernando García. «Búfalo». Gaditano, ha recorrido todo el continente americano (e hizo un Alaska-NY en pleno invierno), la Panamericana y gracias parte de Africa, donde vive ahora. Divertido e histrionico, este andaluz no sabe parar quieto. Ya ha escrito más de cinco libros y siempre tiene la cabeza a cien pensando en la siguiente diablura por hacer. Puedes encontrarlo en RRSS bajo su pseudónimo ,o en su página web, donde está toda la información.

Sería allá por el 2013, cuando a un servidor, después de haber realizado la panamericana dos veces y dejando la moto donde empezó el periplo, en Alaska, se me ocurrió la brillante y esúpida idea de intentar hacer la distancia que hay entre Alaska y NewYork en aquella maltrecha Kawasaki Klr 650 que compré anteriormente por 2000 euros y solo yo, ya le había hecho unos 65.000 kilometros.

Parecía un acto suicida si añadimos que los medios que disponían eran absurdos y que cuadró el que sería el invierno más frío del siglo, llegando a temperaturas de 38 grados bajo cero, con sensación térmica en la moto de menos 70 grados. Y soy de Cádiz. Como esto es solo un relato de alguna de mis anécdotas os contaré la siguiente. 

Creo que estaba a punto de llegar a Canadá. El asfalto era un sueño, un deseo que parecía no llegar jamás mientras los clavos de las ruedas se clavaban en aquella pista de hielo que en verano era alquitrán. El estomago hizo un ruido o debió hacerlo, yo simplemente lo sentí como un alicate retorciéndose mientras agarraba mis tripas.

_La puta…¡ ahora no!_ con acento en todo lo que viene siendo PUTA _recorrió dentro de mi casco. Cuando esto ocurre en situaciones normales, en una carretera de Cadiz, sabes que pronto encontraras un lugar donde evacuar. Allí no. Sabía de los riesgos de una diarrea al aire libre a temperaturas de menos 25 grados que hacía aquel día.

Se te podía congelar el ojete en cero coma quemándolo como si el mismo King Kong hubiese apagado su cigarrillo en el culo. Como estaba la cosa si arriesgaba, tenía todas las papeletas de cagarme dentro del mono térmico de trabajador de exteriores, que era lo que llevaba, ayudado a unos pantalones térmicos y chaqueta térmica que me había prestado el Sr Morchón y que aun no le he devuelto (él seguro que sí se cagó en mis muertos) .

Mientras los retortijones iban en aumento y el ano parecía guiñar, un sudor frio, tiene cojones, recorría mi frente a la vez que una extraña aunque conocida por todos, electricidad, recorría la columna vertebral mientras se me aflojaban las piernas llegando a doler. Había que parar ya.

_Pero ya de ya_ me dije_ estás tardando. 

No llegué a frenar y mientras se iba parando la moto, porque ya había decidido que iba a plasmar mi arte en la misma cuneta, pensaba como cohones me iba a quitar toda aquella ropa, cables incluidos y como me las iba a ingeniar para no encestar lo que no era duro, dentro del mono, a sabiendas que las enormes botas térmicas impedían bajar hasta el final semejante tiesto. 

La moto paró. Unos toquecitos de freno delantero sí que le di, ya que el trasero se jodió a los 100 kilómetros de salir. Me bajé de la moto no sin dificultad, como siempre, decidí no quitarme el casco pero sí la máscara que me permitía respirar en aquellas temperaturas, dejando visible solo mis ojos dentro del sotocasco. Ahí iba nuestro amigo el Ninja Cagón.

Me quité los guantes gordos y mis manos quedaron como las de un mimo de luto. Quité los botones delanteros del mono, bajé la cremallera y todo esto mientras andaba unos metros cuidadosamente direccción bosque, pero como no sabía la espesura de la nieve, volví junto a la moto que petardeaba, porque si la paraba no volvía a arrancar por un problema del alternador.

Al bajarme el mono sentí cuchillos en mi cuerpo mientras repetía _¡hay la puta, hay la puta! sus muertos tós_ y así continuamente. Es lo que tiene estudiar frente a un colegio de pago.

El cuerpo se fue poniendo cada vez más rígido y aquello confirmaba mis sospechas de que la princesa Frozen usa tampones con calefacción. Conseguí sacar el culo, me agaché y las mangas del mono se habían colocado en medio de la diana. Gordas, torpes y dificil de manejar, no había manera de controlarlas, de alejarlas de la zona de tiro. Finalmente las metí dentro del mismo mono.

Tiraba de la entrepierna hacia delante para que dejase hueco para el tiroteo. Pude ver una picha triste y asustado a cómo una tortuga en la ciudad. Parecía el tapón de un flotado: chiquitita y dura.

Una vez terminado el «Miró», me di cuenta de mi torpeza por no haber pensado en pillar el papel antes que nada y me alegré de no haberme alejado de la moto demasiado o con tanta nieve y con los pantalones por los tobillos, cualquier furtivo me hubiese confundido con un pingüino. Abrí la cremallera de la maleta lateral, ahí debía estar las toallitas húmedas y estaba en lo cierto.

Pero como cuido mi ojete como a uno mas de mis hijos, estas son cero por ciento de alcohol y estaban totalmente congeladas. Duras como un leño. Con la boca y a punto de llorar conseguí romper plástico y de allí salió el ladrillo de un iglú. _Pues esto es lo que hay _pensé. Lo acerqué a la cueva con una de sus esquinas y con cierta fuerza para deslizarlo posteriormente por el callejón de la peste.

Repetí la operación hasta que me quedé sin esquinas. Levantarme no fue fácil, como tampoco lo fue tirar del micropene para luego mear y terminar la operación. Ahí fue cuando flipé mas. Mientras salía el orín, autómáticamente se iba congelando. Mi mini polla se había convertido en una pistolita de feria, ya que todas esas bolitas salían sin control alguno.

Ya vestido, me fui a la moto sin ningún desaguisado importante. Me acoplé con la sensación de que cualquier momento inesperado en la vida se puede convertir en una mierda, pero que al final, se sale de todo menos de la caja de pino, e incluso de un momento de tensión, se puede sacar una sonrisa, si no es en el momento, será a toro pasado. 

Espero que estéis bien. Fuerza, salud y paciencia en estos días. Os mando un fuerte abrazo.