Este relato que viene a continuación, lo escribí hace muchos años, sin ánimo de publicarlo, simplemente por divertimento propio y de mis amigos. En cierto modo, he ejercido un poco de cronista de nuestro grupo en esos años. Mi compañero en esta aventura Miguel Ángel Fernández, siempre ha dicho que este era “el mejor reportaje de Elefantes nunca publicado”. No sé si eso será cierto o no, pero creo que después de dieciocho años de silencio, creo que ha llegado el momento de sacarlo a la luz. Posteriormente he acudido a Elefantes en cinco ocasiones más, publicando las crónicas en diferentes medios, pero esta sigue siendo mi favorita.

Marcel «Barry», motociclista de nacimento. Profesional de la moto desde hace 30 años, ha tocado todos los palos; comercialización, viajes, prensa escríta, radio y TV. Promotor de la primera manifestación en España contra los guardarraíles y de #madridenmotosí.
Su último proyecto es
www.desertspirit.es

49 EDICION DE LA ELEFANTENTREFFEN 2001

El día amaneció frío y gris con una suave pero pertinaz lluvia que presagiaba una incomoda jornada de viaje. “Pues empezamos bien”, me dije a mí mismo.

El equipo estaba perfectamente preparado desde hacia dos días. Como si se tratase del ritual de velar las armas de un antiguo caballero medieval, antes de entrar en batalla.

Guantes y botas engrasados a conciencia, chaqueta y pantalón de Gore-Tex con todas las cremalleras, costuras y corchetes revisados, soto- casco, el casco inmaculado, pantalla de repuesto, ropa térmica interior y por supuesto, todo el equipo fotográfico bien embalado y protegido. Dinero, el justo, como de costumbre.

Comencé la rutina de equiparme de forma metódica, la experiencia me ha enseñado que no se puede dejar ningún cabo suelto en este aspecto, ya que el confort es fundamental para que un viaje resulte agradable y sobre todo, seguro.

La moto me esperaba cargada hasta bandera desde el día antes. Las dos maletas laterales y el Top-case, iban al máximo de su capacidad. Una bolsa sobre depósito completaba todo nuestro equipaje.

Nos esperaban diez días de viaje a través de Europa en pleno invierno. Finales de Enero.

Destino; Lot, Baviera, Alemania, cerca de la frontera Checa, en plena selva bávara. Resumiendo; en el quinto coño.

Motivo; la 49 edición de “Los Elefantes”, la más prestigiosa y mítica de las concentraciones invernales de motos de Europa.

Temperaturas inferiores a los 15º bajo cero, ventiscas de nieve, amenazantes placas de hielo, lluvia helada, en fin, el paraíso. Pues allá va, como la sota de bastos.

¿He dicho que nos esperaban? Sí, por que generalmente un loco nunca anda solo, y en esta aventura conté con la compañía de mi amigo, camarada y compinche Miguel Ángel Fernández aka “El Concetrao”, periodista de Solo Moto y elemento este, al que su trastornada mente motera hacía repetir la experiencia de acudir a semejante cita por segunda vez.

Pero como reza el refrán que “no hay dos sin tres”, se apunto a la expedición un tercer loco; Juan Carlos.

Este chico, al que no conocíamos absolutamente de nada, contacto con nosotros a través de nuestro amigo Juan Solanes “El Profe”, y habiéndose enterado por este de nuestros planes, nos comento que deseaba acompañarnos a la concentración.

Por supuesto accedimos, tras un contacto previo en Madrid para conocernos, a él y a su vetusta BMW R80ST “de cuando entraron los nacionales”, moto que escribiría brillantes páginas en la historia que os narro.

Una vez en marcha y enfilada la N-II a un ritmo suave, pues el trafico no permitía muchas alegrías, fuimos recorriendo los Km que nos llevarían hasta Lérida, el final de nuestra primera etapa. Decidimos hacer noche en esta ciudad porque entre unas cosas y otras, habíamos retrasado mucho la salida y como en invierno la noche cae muy pronto, nos tomamos esta primera jornada como una etapa de enlace.

Un hotel Formula Uno a pie de autopista nos sirvió de hospedaje esa noche.

Aquí fue donde nuestro compañero Juan Carlos, nos dio la primera sorpresa.

Miguel y yo, como viejos amigos y compañeros, teníamos la intención de compartir habitación, pero no contábamos con que nuestro nuevo compañero, tenía una idea parecida. Tampoco hay problema en principio, pensamos, solo que las habitaciones de estos hoteles disponen de una cama de matrimonio y de una pequeña litera sobre el cabecero de esta.

Y como decía el gran Luis Ciges en la película “Amanece que no es poco”, un hombre en la cama, es un hombre en la cama.

En ese momento con un reprís de velociraptor, eché mis bártulos sobre la litera haciéndome dueño de la plaza, y dejando a Miguel el privilegio de compartir cama con Juan Carlos. Detalle que este agradeció profundamente, por lo que pude deducir de su mirada, algo así como; “Qué cabrón”

Después de la cena y de una animada charla, nos fuimos a la cama, no sin que antes Juan Carlos se preparase una pipa de hachís (decía que había dejado el tabaco) y  tras atizarle dos profundas caladas, casi tuvimos que recogerle los pulmones del suelo.

A la mañana siguiente al despertarnos, mis compañeros descubrieron aterrados la pegatina que advertía de la carga máxima de 30kg que admitía mi litera, peso que yo excedía ligeramente.

Decidimos que esa jornada haríamos una tirada larga, hasta Macón, unos 800km del ala. Entonces Juan Carlos nos sugirió un atajo que conocía y que nos ahorraría 150km y unas dos horas de viaje. ¿Sabéis ese momento en el que no haces caso de tu instinto y la cagas? Pues eso exactamente.

Resultado; nos extraviamos, hicimos 180km de más y perdimos dos horas. Todo esto aderezado con los problemas de encendido que la moto de Juan Carlos comenzó ha tener con cierta frecuencia. Me empezaba a poner ligeramente…tenso.

Como anteriormente os contaba, el presupuesto disponible no permitía muchas alegrías,   y Miguel y yo acordamos realizar el viaje en una sola moto. Una veterana BMW K1100RS con diez añitos y 150.000km, de mi propiedad, recortando de esta forma el gasto de gasolina y peajes a la mitad. Hasta ahí la idea era buena, pero como los dos somos pilotos convenimos en turnarnos para conducir en intervalos de un depósito cada uno. Es aquí cuando surge el problema; mi metro ochenta de estatura y 95kg de peso, son un tanto incompatibles, desde el asiento de atrás, con el metro sesenta y 58kg de mi compañero. Resultado; Asterix y Obelix montados en una moto.

En mis turnos de paquete pude “disfrutar” de una agradable panorámica desde el gallinero, sin la más leve protección aerodinámica que me pudiese ofrecer mi “contenido” amigo Miguel.

A la inversa, mi compañero se apoyaba en mi espalda suavemente pero sin mariconismos, y placidamente, el muy perro se dormía.

 Al fin logramos llegar a Macón, sobre las 20:00  tras una larga jornada de ruta y un promedio de marcha muy lento, porque a la moto de Juan Carlos además de los mencionados problemas de encendido, se le sumó una manifiesta incapacidad de su piloto para sobrepasar la vertiginosa velocidad de 120km por hora.                   Buscamos hotel, cenamos y nos acostamos totalmente extenuados.

La mañana se presentaba fría y húmeda, para variar, y la intención era llegar a Munich, que distaba 1.100km. En el desayuno, le advertimos a Juan Carlos que era imprescindible aumentar el ritmo de marcha al menos a 140km por hora y mantenerlos, pues si seguíamos así, no llegábamos ni de coña.

“No hay problema, a la moto la he tocado el encendido por lo que ya, no fallará”.     Pues tira tú delante y mantén esa velocidad, venga…

 Los primeros 250km unas cuatro horas, en las que el colega, no solo no pasó de 110, sino que se le paró la moto unas cinco o seis veces.

Mi cabreo era directamente proporcional al descojone de Miguelín.

Pero he aquí que al llegar a la frontera alemana y con un tráfico endiablado de camiones, momento en el que la velocidad sí debía ser baja, es cuando Juan Carlos sacó ese espíritu de Barry Sheene que hasta entonces nos había ocultado, y adelantándonos, comenzó a zigzaguear entre el denso trafico como un poseso, con nuestra consiguiente cara de urraca (córvido cabrón), cachondeo de Miguel y cólera desatada por mi parte. Cuestión de carácter. Entonces pensé; “¿quieres guerra eh?”. Pues leña al mono hasta que hable ingles.

Mi BMW comenzó ha devorar millas dejando al interfecto atrás y con Miguel agarrado cual ladilla a mi espalda sin atreverse a decir ni pío.

Con estas llegamos a Stuttgar, y a las primeras nieves que nos acompañarían el resto del viaje. Faltaban 200 Km para llegar a Munich, la temperatura descendía en picado por momentos, y tan solo quedaban dos horas de luz.

En una parada para repostar y con Juan Carlos de nuevo con nosotros, le dimos la dirección del hotel Ibis de Munich, donde pensábamos pernoctar, por si nos perdíamos, ya que el tráfico era muy denso.

Proseguimos esa última tirada con Juan Carlos delante y esta vez a un aceptable ritmo de 140 Km, durante una hora hasta que nos pusimos en cabeza nosotros sin aumentar la velocidad.

Entonces J.C., poco a poco fue ralentizándo su marcha de nuevo, con el consiguiente distanciamiento. Yo no daba crédito al asunto.

En la entrada de Munich, nevando copiosamente y de noche, le esperamos en un área de servicio. Llegará en breve pensamos. Pues eso de pensar no es lo nuestro, esta claro.

Tras una hora larga de espera, a diez grados bajo cero y nevando con fuerza, decidimos entrar en Munich para encontrarnos en el hotel.

Tras media hora de buscar la puñetera “strasen” del hotel Ibis y con cada vez más nieve cayéndonos encima, dimos con un pequeño y pintoresco hotelito decorado al estilo bávaro en el que nos metimos, hartos de buscar el Ibis.

Este estaba regentado por una hermosa señora alemana de mediana edad, que al vernos llegar en moto con la que estaba cayendo, nos preparó una habitación indicándonos que cuando nos instalásemos, nos aguardaría una mesa en el restaurante con una reconfortante cena. De Juan Carlos no teníamos noticia alguna, y su teléfono no daba señal. (Nota; en esos años no existían ni los sms ni el wasaps).

Poder quitarte el equipo y darte una ducha para entrar en calor después de una agotadora jornada de moto en lucha constante contra los elementos, es uno de esos momentos en los que en tu cabeza suenan violines y puedes ver volar mariposas.

Como nos prometió nuestra anfitriona, la mesa estaba lista y nos acomodamos con sendas cartas en las manos. Con la anteriormente citada cara de urraca, recordamos nuestro nulo nivel de alemán. Mímica otra vez, sin problemas.

 Una camarera vestida con el traje regional bávaro y con un bigote que parecía un mosquetero, cosa que a Miguel no pareció importarle demasiado pues empezó a tirarla los tejos, nos preguntó que deseábamos tomar, le respondimos con gestos que algo muy caliente y a su elección. Afortunadamente, la muchacha se portó.

Una deliciosa sopa de verduras con una albóndiga de carne, seguido del clásico codillo, nos devolvieron la conciencia de espíritu que habíamos perdido en la carretera hacía rato. Tampoco faltaron ingentes cantidades de cerveza.

Esa cena fue uno de los que yo llamo “momentos moto”, cuando tras todos los avatares del día, pasas una agradable velada con un amigo, charlando de lo divino y de lo humano, creando unos vínculos que difícilmente se romperán nunca, recordando a la novia del momento, Marisa era la mía, y te das cuenta que la moto además de su componente de aventura, rebeldía e individualismo, aporta el calor de la amistad y fragua una hermandad que es muy difícil de encontrar en otros ámbitos.

Ya con los problemas del mundo arreglados y habiéndonos repartido a escote todas las tías que nos estarían esperando (esgpañolito bonitogg) en la ciudad, pusimos rumbo al garito más cercano en el que oímos música.

Tras otras tantas cervezas más, que nos sirvió una camarera a la que mi aspecto alemán confundió y que por supuesto no saqué del error, nos encaminamos a una parada de taxis que nos habían indicado, pues la nevada era de órdago y dejamos la moto en el hotel. Tras pasar un buen rato debajo de una marquesina sin divisar taxi alguno, descubrimos una especie de interfono que al pulsarlo conectaba con la central de taxis y te enviaban al más cercano.

Los acontecimientos que ha continuación narro son tal cual sucedieron y sin censura alguna, así que si eres menor de edad, pasa la pagina y no continúes leyendo.

Dentro del taxi, intento explicar al conductor nuestra intención de visitar alguna discoteca o club de moda. Transcribo como fue la conversación en una adaptación libre del inglés;

Plis ¿guan nai clús?

 Respuesta del taxista con cara de cachondeo; 

¿For drink?

Respuesta de Miguelín sin cachondeo alguno;

“For drink, for looking and for fucking”. A tomar por culo.

Arrancó y estuvimos como un cuarto de hora por un barrio de chalecitos en los aledaños de la ciudad, hasta detenernos frente a uno de ellos. El conductor nos dice que esperemos en el coche mientras se dirige a la puerta principal, momento en que nosotros nos miramos preguntándonos dónde coño nos estábamos metiendo.

Nuestro guía nos indica que pasemos que esta todo arreglado, “¿Pero arreglado el qué?”  Mas como españoles bizarros que éramos no cabía la posibilidad de salir corriendo. Así que “padentro”.

Tras cruzar el umbral de la puerta y pagar al taxista, nos adentramos en un recibidor en el que un gorila rubio del doble de mi tamaño y tres de Miguel, nos señala una cabina de guardarropa donde una sonriente señorita nos explica el protocolo;

Primero; ocho mil pelas al cambio por entrar con barra libre de refrescos o cerveza.

Segundo; nos entrega dos toallas por cabeza, una pequeña y otra grande. Una pulsera de plástico con una llave numerada colgando de ella, y unas zapatillas de piscina que rechazamos ignorando su cometido.

El gorila nos abre la puerta de acceso a la sala y entonces fue cuando empezamos ha comprender en que berenjenal nos habíamos metido…

Era el típico pub de los de antes, dónde unas quince hermosas señoritas, que iban solo ataviadas con zapatos de tacón alto y que al vernos entrar, nos recibieron con efusivas muestras de alegría, pues aparte de nosotros tan solo se encontraban en el lugar otros dos lugareños, ósea enormes, luciendo por vestido una toallas idénticas a las que portábamos nosotros, y calzando las zapatillas que habíamos rechazado.

Una espectacular mulata se dirigió a nosotros y tomándonos a cada uno de una mano, nos acompañó hasta unos vestuarios en los que unas taquillas numeradas nos desvelaron la incógnita de la pulsera con la llave.

Intentaré describiros la escena;

Los dos en bolas, para empezar.

Miguel que no se puede poner la toalla grande porque se la pisaba, se enrolla la pequeña obviando el detalle de que con esta, le asomaba media polla por debajo. Yo con la grande me apañé. Y como claro, habíamos rechazado las chanclas, pues salimos con las botas de la moto más chulos que un pato con ligas.

Todo podría haber quedado en eso, pero no con nosotros.

Tras esta aparición estelar en el salón, dos de las chicas nos dirigieron a una especie de alcoba alicatada hasta el techo de azulejos rojos, donde nos dejaron solos mirándonos el uno al otro preguntándonos de qué coño iba toda esa movida. Para sacarnos de dudas de repente del techo de la habitación comenzó a manar agua a presión.

Haceos una idea del cuadro; Un servidor con un cigarro en la boca y los dos con las toallas, las gafas y las botas puestas, mirándonos totalmente empapados y ya descojonándonos de risa; “Nos han clavado 8.000 pelas por darnos una ducha y una coca-cola, te voy a matar cacho cabrón”.

En esas estábamos cuando aparecieron en la “habitación ducha” cuatro o cinco tías en pelota picada a sacarnos de la ducha.

Una vez fuera de la ducha, nos sentamos en la barra con nuestras toallas empapadas y con nuestras nuevas amigas para tomar una copa y estrechar  lazos culturales entre nuestros países. La diplomacia es lo primero en las relaciones internacionales y nosotros asumimos la responsabilidad de representar a nuestro país.

En ese importante cometido andábamos, cuando nos percatamos que los dos paisanos antes mencionados, seguían allí y no dejaban de mirarnos riéndose con nuestra conversación.                                                                                                                          Con la diplomacia que me caracteriza les pregunte de qué coño se reían.

Su respuesta, ya sin risa alguna, fue; “Ess que yoog veraneog en Mallorca y entiiendog espgnoool”.

Ligero momento de tensión…

“¡Anda Mallorca! Pues qué bonita! ¿Y qué ensaimadas tan ricas, eh?

Pues nada chavalotes, un placer que nosotros ya nos vamos. Orfindesen  y todo eso majetes.

Al salir del local, la recepcionista nos llamo a un taxi, y una vez montados, surgió el remate final de la nochecita. Con el cachondeo que llevábamos al salir del hotel, ninguno de los dos cogimos una tarjeta con la dirección de este, así que explícale tú al tío, como era el dichoso hotelito y por dónde estaba. A las cuatro de la mañana y con veinte cervezas encima. Una hora dando vueltas en taxi por Munich, hasta dar con el hotel. Tropecientos marcos, ¡cojonudo!

Cuando a la mañana siguiente despertamos y nos asomamos a la ventana, vimos el manto blanco de metro y medio de nieve que cubría las calles, los coches y tapaba totalmente nuestra moto. ¡¡Bah!!, quedan solo doscientos Km. Está hecho.

El día que me encuentre al tal Murphy ese de las puñeteras leyes le voy a estar dando hostias hasta que el jueves santo lo pasen a lunes.

A priori la cosa estaba fácil; salir de Munich, coger la autopista dirección Degendoorf y desde allí a Passau, y una vez allí treinta Km. más por secundarias hasta llegar a nuestro destino, Lot. Vale, que sí, que muy bien.

Por sugerencia de Miguel, estando el pavimento como estaba, era mejor que yo llevase la moto desde el principio, ya que por mi estatura podía plantar los dos pies sin problemas.

No fue mala idea, ya que nada más salir del parking del hotel, casi nos la pegamos por culpa del rail de un tranvía, cubierto de nieve.

Salimos de Munich siguiendo las indicaciones, y he aquí nuestro error, vimos la de Passau a 150 Km., sin tener en cuenta la numeración de esta.

En resumen, que la dirección era buena, solo que por carretera nacional y no por la autopista en cuestión.

La carretera era una pista de hielo, y teníamos que atravesar poblaciones en medio de una espesa y helada niebla que nos encogía hasta el alma, con temperaturas de 17 º bajo cero, la pantalla del casco congelada, carámbanos en los retrovisores de la moto y los guantes que llegan a su limite de impermeabilidad, más no sé cuantas caídas evitadas por un pie puesto en el suelo a tiempo y otras por la pura suerte que de vez en cuando acompaña a los locos, aunque no siempre, como pudimos comprobar más tarde.

Tras tres horas de ruta y tan solo 100 Km. recorridos, paramos en una gasolinera para calentarnos un poco y consultar el mapa. Allí coincidimos con un grupo de ocho italianos y dos franceses, que se dirigían a la concentración.

Después de los saludos, nos dijeron que estábamos en la ruta correcta y que nos uniésemos a ellos. Por supuesto nos pareció bien y eso hicimos.

La caravana la encabezaban los franceses, P. Louis y Dennis, en una BMW R 90 S con más tiros que Pancho Villa, y en una Honda Magna, modelo custom muy bajita y que desentonaba con los dos metros de estatura de su propietario, Dennis. Los seguíamos nosotros y a continuación los italianos.

Tras unos cuantos y peligrosos Km. conseguimos llegar a la autopista que llevaba a Passau. ¡Salvados!

¡¡ Y un huevo!!

La pequeña comitiva internacional que formábamos, comenzó su avance, al principio sin incidencias, pero claro, entonces apareció el cenizo ese del Murphy y empezó a nevar como si lo fueran ha prohibir, dejando el asfalto intransitable.

 La BMW de P. Louis que nos precedía comenzó ha dar trallazos, poniéndonos en guardia y haciendo que aumentásemos la distancia entre ambos.

De repente, vemos como moto y piloto se van al suelo tras una derrapada incontrolable.

Parece mentira las cosas que se pueden ver en fracciones de segundo, pero es verdad. Nada más caer nuestro compañero, y sin tocar el freno, tan solo por cortar gas ligeramente, la rueda trasera de la moto patinó brutalmente y esta nos lanzó al aire. Cuando caí, de espaldas, miré hacia arriba y pude ver literalmente colgado a Miguelín que me miraba con cara de “que hostia me voy a dar” y que efectivamente se dio.

Deslizándonos por el suelo, y como si de una coreografía se tratase, veíamos como todo el grupo de italianos iban volando por los aires y cayendo al suelo.

Arrastrarte por una autopista entre camiones y coches equipados con neumáticos de clavos adelantándote a toda leche, es una experiencia poco recomendable para nadie.

Me oriente y cuando tuve claro donde se estaba el arcén, gire sobre mi mismo hasta llegar a el. Una vez a salvo, me levanté y corrí hacia Miguel que se dirigía mí.

¿Estás bien? , nos preguntamos al unísono. Sí, conteste. Entonces este hizo una cosa que me dejó estupefacto del todo.

Corrió hasta la moto, sacó la cámara y empezó ha disparar fotos de todo el follón  montado. Si eres periodista, eres periodista.

En ese momento, me vino encima toda la tensión acumulada desde hacía horas, me fallaron las piernas y caí al suelo de rodillas totalmente agotado.

Me saco del trance Franco, uno de los italianos, que se acerco hasta nosotros para ver si estábamos bien. Todo un detallazo por su parte, sobre todo después de las dos leches que se había pegado, una con la moto y otra por venir corriendo hasta nosotros.

La carretera no es que tuviese placas, era hielo puro de un centímetro de espesor. Imposible circular por ella.

Entre todos retiramos las motos de mitad de la pista y las llevamos al arcen. Había que  pensar en una solución para salir de allí cuanto antes.

La policía de carreteras alemana cuando apareció, lo pensó por nosotros. Lo que más o menos nos vino ha decir es que si estábamos tan gilipollas para montar en moto con ese tiempo, lo podíamos estar para salir de allí.

Vamos que llamásemos a las asistencias de nuestro seguro, o continuáramos la marcha. Pero que de quedarnos ahí en medio de la autopista, ni de coña. ¡¡No te jode el Von Ristoffen !!

Los italianos dicen que ellos no continúan, y que llamarán a unas grúas para que los saque de allí. Vale colegas, no hay nada que demostrar y más a estas alturas del baile.

Los dos franceses comentan que a cinco Km. hay un área de servicio. Miguelín y yo contestamos, “vale mes enfants de la patri, tiramos y que salga el sol por Antequera”, con lo lejos que estaban el sol y Antequera de allí.

En esas estábamos, cuando empezamos a escuchar el petardeo lejano de otra moto que se acercaba, miramos y entonces de entre la espesa niebla, apareció… ¡¡ese pedazo de Juan Carlos de mis entretelas!! dando bandazos con la moto hasta llegar a nosotros sin caerse por que le agarramos en el último momento.

Cuando se levantó el casco, y con escarcha en el bigote, lo primero que se le ocurre decirme a la criatura fue; “Joder Barry, anoche soñé contigo y  me pareció que estabas enfadado conmigo”.

Mientras Miguelín se descojonaba de risa, yo tuve que contar hasta diez para no cometer una barbaridad.

Aprovechando el pasó de una quita-nieves, nos pusimos tras ella, manteniendo una cierta distancia, pues la nube de agua que soltaba nos restaba mucha visibilidad.

Cuando por fin llegamos a un área de servicio, observe las roderas de nieve la entrada y le dije a Miguel “sujétate que nos caemos”.                                                                                                

“Tira que vamos bieee…”. La frase la terminó en el suelo.

Al hostión sin the flower, again.

Nos levantamos y al mirar hacia atrás no vemos a los gabachos que nos precedían.

Intrigados nos acercamos andando a la entrada de la gasolinera y entonces aparecen los dos, llenos de barro y con unos cepellones de césped en lo alto del casco, recuerdos estos, de la parcelita que se habían comprado en la cuneta, momentos antes de caernos nosotros. Empate.

Una vez reunidos en el interior de la gasolinera, y con la certeza de la imposibilidad física de continuar, por el estado de la carretera, los impasibles franceses comenzaron a montar su tienda de campaña en el jardín de esta.

Juan Carlos con las tapas de balancines de la moto desmontadas y pringado de grasa hasta los codos, dice que también se queda allí. La noche nos caía encima con más nieve que en “Doctor Zibago”, vamos que un panorama nada halagüeño. Y todo esto a tan solo veinte Km. de nuestro destino.

No puede ser verdad, que después de tantas penurias no seamos capaces de llegar a “Los Elefantes”. Teníamos que hacer algo y pronto.

Llamamos al servicio internacional de asistencia en carretera de mi seguro, dando parte de nuestra situación y rogándoles una solución.

La verdad es que se portaron de maravilla con nosotros. En cuanto fue posible, unas dos horas de espera debido al temporal, nos recogió un chaval joven, Marco Petermüller, con su grúa que nos llevaría a su basé, muy cercana al lugar. Nos despedimos de Juan Carlos, pues prefirió acampar allí y arreglar la moto, dejándole una botella de brandy y la dirección de la base a la que nos llevaban, y nos subimos en la grúa.

Explicamos a Marco, que éramos periodistas de una revista de motos española y que teníamos que llegar como fuera a Lot para cubrir el reportaje de la concentración, y que si el seguro nos cubría un coche de alquiler, lo preferíamos al hotel.

Con frialdad germánica, Marco nos dijo que el primer problema a solucionar era el de pasar la noche, y que mañana por la mañana a primera hora si la carretera continuaba igual de mal, nos tendría preparado un coche por un precio módico en el que terminar los “últimos diez Km.” del viaje. El mismo 10, que se merecía Marco. Nuestro agradecimiento con él será eterno.

La verdad es que falta nos hacia un poco de calma después de todas estas peripecias.     En la propia base de la grúa, Marco tenía un estupendo taller de coches y una casa con apartamentos habilitados, para dar asistencia a los viajeros en esa zona.

Cuando nos acompaño al apartamento, nos señalo la puerta de otro y nos dijo “Otrogs dos espagnoles locos”.

Esta si que es buena, otros dos españoles en nuestra misma situación.

Es increíble lo que se puede llegar a apreciar las cosas más sencillas de la vida, cuando son verdaderamente necesarias. Un pequeño pero caliente y limpio apartamento con sus dos camitas y su baño, consiguió que nos abrazásemos emocionados, por fin a salvo de los peligros que habíamos corrido durante todo el día.

 Como dos gilipollas, sí.

Ya un poco recuperados, aunque con dolores por todo el cuerpo debidos a la tensión soportada y a las dos caídas, pensamos en bajar a cenar a un pequeño restaurante que había  al lado. Pero en el camino nos encontramos con los otros dos “crazy´s” españoles del lugar, Manu y Loren, de San Sebastián y Vitoria respectivamente.

Dos figuras que llevaban allí desde el día antes y que al enterarse de nuestra llegada en mitad del temporal, se hacían cruces en el pecho, y no se podían creer que alguien les superará en falta de sentido común.

Como buenos vascos, venían provistos de comida y vino como para alimentar a Bangladesh  y amablemente nos invitaron a su apartamento para cenar con ellos. Aceptamos agradecidos y dimos rendida cuenta al chorizo, queso, jamón y la socorrida sopa de sobre que hizo Loren. Pasamos la velada en animada conversación entre risas y disfrutando de la hospitalidad que los vascos deparan a sus amigos.

Antes de irnos a la cama, debíamos cumplir una de las cosas que nos impulsaron ha realizar este viaje. En esa noche, en la concentración, se realiza un homenaje a los moteros caídos en las carreteras durante ese año, y que consiste en que la noche del sabado, todos los participantes porten una antorcha encendida y se reúnan en el silencio helado del bosque, mientras por megafonía se van leyendo sus nombres.

Pues bien nosotros, queríamos rendir nuestro particular homenaje a nuestro amigo Salva, gran motero y presidente del moto-club “El Foro”, fallecido pocos meses antes en accidente de moto, y que por circunstancias de la vida nunca pudo acudir a esta concentración, algo que sabíamos que le hacía mucha ilusión. Pues en nuestra moto y en nuestros corazones, sí que lo hizo.

De modo que a pesar de no estar en la propia acampada, solo cerca, Miguel y yo fuimos a un lugar en el bosque cercano y encendimos una antorcha en mitad de la fría noche y esperamos entre la nieve a que se consumiera después de brindar por Salva.                            Misión cumplida amigo.

A la mañana siguiente en la puerta del apartamento nos esperaba el coche de alquiler que Marco nos había conseguido, cumplidor como pocos el tío, y en el que recorrimos los pocos kilómetros que nos faltaban para llegar a Lot, acompañados por Manu y Loren que de esta forma pudieron conseguir llegar, cosa que habían desestimado por las inclemencias del tiempo.

Lot es un lugar cercano a una pequeñísima población llamada Solla, y el campamento de  la concentración está dentro del cono de una antigua mina de explotación abierta en el corazón del Parque Nacional de Baviera, con nieve hasta las tetas y tan solo un kiosco donde comprar recuerdos de la concentración, salchichas y cerveza. Punto.

Eso sí, el ambiente es espectacular; moteros de toda Europa reunidos en torno a las hogueras, intentando combatir el intenso frío con los inventos más peregrinos que te imagines acoplados a sus monturas. Esquíes adaptados a los laterales de la moto, cadenas en las ruedas, tubos de goma que orientan el calor del motor a las manos del piloto, muchos sides, de hecho el origen y nombre de esta concentración se debe a la Zundapp KS601 con side-car de la II guerra mundial y que se apodó “elefantengrünen”, por su tamaño y color gris verdoso.

La mayor parte de las motos que se ven, harían que un trabajador de una ITV española se diese de baja por depresión, o por gangrena si se cortase con una de ellas.

En la acampada pudimos reunirnos con la pequeña pero ruidosa colonia española, unos quince participantes ese año, con los que nos hicimos las fotos de rigor intercambiando anécdotas del viaje. Una de estas criaturitas, se presento en una GSXR 600 nuevecita, que “plancho” seis veces por el camino. Daba penita verla llena de cinta americana por todas partes.

Una vez hechas multitud de fotos, comprados los recuerdos y visto el ambiente, nos marchamos al apartamento para devolver el coche y emprender el regreso a casa.

Después de comer, nos despedimos de Manu, Loren y de Marco con el deseo de volver a encontrarnos algún día. Cargamos la moto e iniciamos el camino de vuelta.

Como nos dolían hasta las pestañas por las caídas del día anterior, decidimos pasar la noche en el hotel de Munich y descansar antes de emprender las largas etapas que nos quedaban por delante. Destino; Barcelona, donde nos aguardaban nuestros amigos Paulino y Montse, y que tan calurosamente nos acogieron en su casa.

El viaje de regreso, se efectuó sin incidentes, con una mejoría del tiempo en aumento a medida que nos acercábamos al sur y que nos permitió llegar a Barcelona en dos jornadas. Pero antes de llegar, en algún punto de Francia, nos encontramos con una pareja de Murcia que venían de la concentración, bueno más bien de cerca, por que según nos explicaron, tuvieron que abandonar a tan solo 6 Km. de ella, bloqueados por el temporal de nieve. Llevaban 20 años intentando ir a los Elefantes. La mujer al ver la pegatina de la concentración, se puso a llorar. Yo la intenté consolar como pude, diciéndola que lo importante es intentarlo, y que ya lo conseguirían en otra ocasión.

La regalé una de las medallas que compré allí y continuamos el viaje.

La Elefantentreefen no es una concentración como las entendemos aquí, con actividades, conciertos y esas cosas. De hecho no tiene ninguna más allá del homenaje que rendimos a nuestros amigos caídos. Pero lo que la hace realmente única y especial  es el reto que representa desafiar al invierno centro-europeo, superar los problemas que te surgen por el camino, la gente que conoces y te ayuda, los paisajes y el apoyo que te dispensas con tu compañero. Son los momentos que te hace vivir, el caminar entre la gloria y la tragedia. Lo importante no es el camino, es caminar.

Dedicado a ellos, a todos ellos.

Barry Febrero del 2001.