PAULA VARELA Oficial del Ejercito Argentino y Licenciada en Administración. Motoviajera con varios kilómetros, pero muchos más por recorrer, vive en Buenos Aires, Argentina. Mi sueño es seguir sumando estas experiencias a mi vida, y presentárselas a quienes las quieran conocer a través de mis redes.Puedes seguirla en su página de Facebook o encontrarla en Instagram 

El amor y la libertad, dos conceptos tan extremos como virtuosos, tan entrincados como próximos. Son capaces de crear realidades únicas, universos en los que todo es posible. Soy de la opinión que en cada uno de nosotros existen dos realidades, la que es capaz de abrazar lo “normal y cotidiano”, y la que esta en búsqueda permanente de expansión, de conocimiento, de vida.

La libertad me llevó entre otras cosas a la aventura, y el Amor me condujo a la moto. Cuando nos encontramos, todo lo que conocía se transformó, la vida se reorganizó. Nuevas realidades, puertas y amistades se abrieron.

Estructurada en lo cotidiano (por haber sido formada así, no por naturaleza), cada cosa tenía su espacio y lugar en mi vida. Soy militar, Capitán del Ejercito Argentino, he ahí una mejor explicación.

Por muchos años la llama de la aventura se vió satisfecha por las múltiples experiencias que me permitió el Ejército. El vivir en diferentes ciudades,  afrontar exigencias físicas, educar y ordenar a personas (que tras ellos traían familias), el ser mujer militar dentro de espacios masculinos, fueron grandes retos; pero llego un momento en que ya no era suficiente.

Desde muy joven me separé de mi familia, para poder tener una carrera universitaria, y como la ciudad en la que vivía era muy pequeña y principalmente rural (Chajarí, provincia de Entre Ríos, República Argentina), tuve que mudarme a Buenos Aires.

Ante la necesidad de viajar 1000 km cada vez que quería ver a mi familia (desde Olavaria provincia de Buenos Aires hasta Chajarí, Entre Ríos), nació la primer compra de un vehículo, un automóvil. En él no solo aprendí a manejar, si no que aprendí a viajar sola, tener miedos y  sobrepasarlos.

Varios años más tarde, la llama estaba cada vez más pequeña, y lo único que pedía a la vida era una oportunidad de alimentarla.

EL COMBUSTIBLE Y EL PRIMER VIAJE

Así llegaron (como un auxilio inmediato y con las virtudes del combustible sobre el fuego), un gran amor y las alas de la libertad, mi primera moto. Una Rouser ns 200cc. No sabía agarrarla, arrancarla y mucho menos subirme. El primer recuerdo con ella en marcha fue un: voy despacio, así, si me caigo, no me lastimo tanto.

A pocos meses de eso, llegó el primer viaje a Machu Pichu (Perú), y junto con el mi primer casco, campera y un millón de interrogantes, y por supuesto miedo. Fué un sueño compartido, quizás nunca me lo había propuesto, pero ahí estaba esa parte que quería más vida, más experiencia, más amigos, más kilómetros, lo abrazaba y lo hacia mío.

Encontré en los ojos de mi familia y mi gran amor el apoyo que necesitaba (ellos incondicionales).

Así fue que unos días después de pasar la navidad con mi familia, la Rouser ns 200cc salió rumbo a Chile, para luego pasar a Perú, (conocer las misteriosas ruinas) y volver por Bolivia al norte de Argentina.

En el camino viví de todo, 10.000 km, un mes de viaje, muchas horas diarias y retos. El primero de ellos (aún desconocido hasta ese momento), la altura, la falta de oxigeno y la carburación.

Los 4.830 metros  ayudan a recordar lo bien que se respira a nivel del mar. En Chile, el Desierto de Atacama se veía interminable, con geoglifos y vestigios de culturas anteriores, arte rupestre que se queda grabado en la retina. En él viví calor extremo, quemaduras de sol, labios partidos, pero no pudieron borrar mi sonrisa, la misma que se me dibuja reviviendo ahora un poco de toda esa aventura.

Eran días de mucha lluvia en Perú y el río antes de llegar a Santa Teresa había crecido; y se llevó con el uno de lo puentes que ayudaban a cruzarlo. No quedaba otra opción, corazón a mil, moto en primera y llegamos a la otra orilla. Se hizo de noche y llego una tormenta eléctrica (en camino de cornisa y ripio) sin luz más allá que la de la moto, partes del cerro regadas en el camino, avisando que en cualquier momento y lugar se desmoronaba.

Existen tres formas de llegar a Machu Picchu. La más conocida es el viaje en tren hasta el pueblo de Aguas Calientes, último punto antes de llegar a la Maravilla del Mundo. La otra es a través de la famosa ruta de 4 días conocida como el Camino Inca.

La última es la caminata desde la central hidroeléctrica, una ruta de aproximadamente 2 horas por exuberante vegetación hasta arribar a Machu Picchu pueblo. Increíblemente experimenté dos de estas tres opciones, por haber tomado en un principio mal el camino y recorrer una ruta de senderismo en motocicleta (camino del Inca).

Animales, caminos mal tomados (por no decir estar perdida), me regalaron paisajes conocidos por pocos  y un casi casamiento inca frustrado por la negativa de la contraparte. Finalmente y desde Hidroeléctricas, hice la caminata.

Subir andando y bajar desde la ciudadela son recuerdos no sólo de mi corazón, si no de mis tobillos que se doblaban al volver por las vías a Aguas Calientes (Perú). En las alturas y sobre la ruta encontré nieve y frío, al extremo de tener que parar, desnudarme y cambiar de ropa para conseguir recuperar temperatura y sentir las extremidades. 

Otro reto fue el granizo sobre el casco y agua sobre la ruta; una combinación explosiva en la que no sólo hay que tener respeto si no precaución. En Bolivia, una camioneta que venia a mucha velocidad durante la granizada, perdió el control. Aún recuerdo el vehiculo dando tumbos a la par de mi marcha, una nena salio despedida por el parabrisas, y detrás de ella un perro blanco.

El final de los retos, cruzar la cordillera de los Andes. Solo traía a mi cabeza la grandeza de mis antepasados, que no solo la cruzaron, si no que conquistaron la libertad a través de ellas. Hago propio el pensamiento compartido por varios, no es la moto, su precio o cilindrada; es lo que vivís con ella lo que la hace tan única.

Es la ambivalencia entre gente hermosa, que conoces en el camino y la gente que aún le queda por aprender de la vida;  lo que te enamora de recorrer kilómetros. Son los grandes viajeros que me aconsejaron y enseñaron lo que me cambió la vida, y si bien siempre fuí de romper estereotipos, nunca me sentí tan parte de algo.

Hace unos pocos meses, perdí uno de mis amores, mi sobrino Juan Cruz, quién decidió seguir en otro plano. Pensé en acostarme y llorar, sólo eso y respirar; sentía la garganta cerrada y cada minuto era interminable. Y otra vez, el auxilio inmediato, ella y sus dos ruedas, lista para seguir y avanzar. Con dolor, con miedo, pero para adelante y con destino a Ushuaia (Argentina), la ciudad más austral del planeta.

El viajar, no solo me llevó a conocer personas increíbles y lugares soñados, me presento con mis miedos, me llevo más allá de mis límites, me mostró mi parte fea también, pero sobre todo me enseñó.

Si hubiera un deseo que pudiera cumplir, sería regalarles a todos la libertad en dos ruedas y ese pequeño empujoncito que se necesita para salir por primera vez (aún con miedo) para acelerarla (aún con dudas), para seguir sin conocer el camino que está por delante.

Esta pandemia nos da tiempo de introspección, por que de nada sirve recorrer miles de kilómetros sin conocernos.

También puedes leer los relatos en la web de Alicia Sornosa.AQUI