Soy profesora de primaria en Madrid y desde los 26 años me dedico a recorrer trocitos de mundo en una Yamaha sr 250 del año 1985. He rodado por paises como Marruecos, Europa del este y norte de Argentina. Sin plan ni destino final mi sueño es ir sumando experiencias, conocimiento y momentos encima de la moto.  Soy una enamorada de África, los olores, sensaciones y obstáculos del camino y de vez en cuando lo grabo todo para enseñároslo a través de mi canal de Youtube .

Toda acción, tiene su reacción. La tercera ley de Newton dice: «Por cada fuerza que actúa sobre un cuerpo, éste realiza una fuerza igual pero de sentido opuesto sobre el cuerpo que la produjo.

¿A quién no le han roto el corazón alguna vez?. Esta fue la acción que produjo en mí la mayor de las reacciones.

Aún recuerdo el momento en el que decidí poner todo patas arriba y embarcarme en la que sería la mayor de mis aventuras. Tenía tan solo dos meses de experiencia en conducción de motos y aunque había viajado mucho a lo largo de mi vida, jamás lo había hecho en solitario.

De repente y sin darme cuenta me vi hablando de un viaje en solitario, en una moto del año 85 (una SR250), que apenas alcanza los 90 km por hora y con menos experiencia que un bebé recién nacido.

La sensación de pánico que me envolvía cada vez que salían por mi boca las palabras viaje, moto y sola era tan fuerte que conseguía llenar ese vacío que hacía unos días me invadía por dentro.

Todo comenzó como una idea, algo para entretener mis pensamientos y calmar mis días, pero poco a poco se fue haciendo más real. No sé si por el hecho de no decepcionar a aquellas personas que ya hablaban de un viaje que aún yo no sentía como mío o por aquella sensación que comenzaba a despertar en mí cierto nerviosismo, ilusión y ganas de más.

Hacía ya unos meses que me comencé a plantear quién había sido hasta ahora, qué había hecho para formar parte de la sociedad y qué huella me gustaría dejar. Por el momento había llevado una vida muy normal. Era buena hija, había superado los estudios en el colegio dando un poco más de guerra en la universidad, tenido unas cuantas relaciones y forjado un circulo de amistad.

A pesar de todo esto, había algo que no encajaba, ya que mi vida giraba en torno a los demás. No era yo sino alguien camaleónico que actuaba para complacer a otras personas y así encontrar indirectamente mi felicidad.

Creo que esa fue la primera barrera con la que me encontré, la más difícil de sortear, el primer obstáculo y el que más miedo me produjo. Desde el principio tuve que enfrentarme a todo tipo de comentarios como “Estas loca, creo que no te lo has pensado bien”. “Sola y sin experiencia no vas a llegar a ningún lado”, “Esto solo lo haces por impresionar a los demás”.

Para más inri, mi padre, pilar muy importante en mi vida, dejó de dirigirme la palabra llevado por el miedo y la frustración de que su hija, de 26 años, se estaba precipitando al vacio sin que él pudiese hacer nada.

En este momento me di cuenta de que hasta ahora había estado viviendo coaccionada por la opinión de la gente de mi alrededor y dejándome llevar por los lentos y monótonos pasos de una sociedad impuesta. Tenía que irme, sin pensarlo ni mirar atrás. 

El viaje comenzaba a formar parte de mí, algo estaba cambiando por dentro.

Me reuní con grandes viajeros que me aconsejaron y me animaron, al igual que con personas que no conocía de nada y querían aportar su granito de arena con recomendaciones de sitios, cómo optimizar el equipaje, lecciones sobre mecánica, etc.

Llevé la moto al taller para que la pusieran a punto y equiparan con objetos que hasta ahora desconocía su utilidad y recambios de partes con nombres impronunciables y me atiborré de videos online y de cervezas con amigos que confiaban y apostaban por mí llenándome de energía y confianza.

Llegó el día, me levanté temprano. Tenía las maletas hechas desde hacía ya una semana, un billete de ferry comprado y un hotelito rural en la que sería mi primera parada de camino a Barcelona.

Ahí estaba yo, más fuerte y segura que nunca, enfundada en el traje de moto que posteriormente se convertiría en mi uniforme diario, subida en una moto que apenas nos sostenía a mí y al equipaje y una puerta abierta hacia la nada por delante.

Presioné el botón de arranque, encendí las luces, metí primera y antes de soltar el embrague y acelerar miré hacia arriba. Ahí estaba mi padre, en pijama y con los ojos aún medio cerrados. Metió la mano en el bolsillo y sacó su característico pañuelo blanco para ondearlo al aire.

 Solté el embrague y dejé la moto ir. Respiré bien profundo y pensé, _todo va a ir bien_.

Podría contaros una y mil anécdotas sobre los tres meses que estuve recorriendo Europa del este, sobre cómo regresé a casa siendo una persona totalmente renovada y con un aprendizaje interior que jamás hubiera encontrado en ninguna otra parte o las veces que me sentí sola, Me enamoré y tuve que decir adiós, pasé miedo o me enfrenté a situaciones surrealistas. 

Ahora, delante del ordenador y tratando de elegir la anécdota más remarcable sobre mis viajes, sólo me viene a la cabeza el momento en el que toqué fondo y conseguir salir a flote más fuerte, más viva, más yo.

El mayor miedo al que nos enfrentamos es a ponernos delante de nosotros mismo y aprender a convivir, respetarnos y querernos tal y como somos.

Puedes encontrar a Seretilla en IG como @Seretilla