Soy Pablo Bueno, cosecha del 59, con 45 motos a mis espaldas desde 1974 cuando tuve mi primera Ducati Senta 50TT, una trail con aspiraciones casi infantiles. Entre otras muchas labores he sido durante los 30 últimos años periodista, fundamentalmente de ciclismo, pero también he colaborado con Motociclismo, Autopista o Sport Life, además de ejercer como freelance para RNE, Él País, Canal+. Aunque desde siempre he utilizado la moto como vehículo utilitario para todos mis desplazamientos, desde hace 10 años he aprovechado para viajar por toda Europa… lo que las vacaciones de un oficinista dan de sí. Para mi fortuna en casi todos mis viajes me ha acompañado Raquel, mi pareja, a lomos de su BMW F700GS.

Ahora veo desde el balcón una calle desértica, por la que a veces alguien pasea un perro, el parque madrileño de Eva Duarte luce ya primaveral frente a mis ojos y, aunque nuestra razón nos dice que estamos muy bien quietecitos dentro de la casa, el corazón nos traiciona y quiere que arranquemos la moto para que nadie nos robe el mes de abril.

A lo largo de miles de kilómetros de viajes en moto, habiendo atravesado la práctica totalidad de las fronteras europeas, han sucedido muchas cosas, de las cuales he extraído algunas que sólo pasan cuando viajas en moto. Las soluciones que debemos improvisar en ocasiones y la percepción de personajes pintorescos que tenemos para muchas personas con las que nos encontramos a lo largo de un viaje, hacen que su actitud hacia nosotros sea diferente, mucho más amigable y desenfadada. La moto rompe todas las fronteras de la comunicación entre humanos y nos permite disfrutar muy lejos de esa zona de confort en la que muchos humanos se refugian. Voy a compartir con vosotros algunas mini historias que han quedado en muy buen lugar de mi recuerdo.

Al final siempre se te aparece la Virgen

Creo que nunca he viajado en moto con más de un par de reservas hoteleras realizadas para viajes de muchos días. Esto te aporta gran libertad a la hora de comenzar y terminar las etapas en el lugar que más te apetece, modificar el recorrido huyendo de una climatología adversa o descubrir lugares que nunca imaginarías que existieran si tu objetivo es llegar antes de unja hora determinada a un lugar concreto.

¿Inconvenientes? Claro, no todo son ventajas, aunque con Booking y la itinerancia gratuita en los móviles cada vez se improvisa menos. Pero no es la primera vez que se va terminando el día y todavía no has encontrado alojamiento y el entorno por el que circulas no te ofrece ninguna garantía para encontrarlo. Pero no sé cuál es la razón por la que siempre, in extremis, aparece ante nosotros el ansiado cartel luminoso con las letras más esperadas: HOTEL.

Pensiones, casas particulares, albergues, campings (siempre solía llevar equipo básico de acampada), hostel, turismos rurales… es muy difícil que con toda esa “oferta planetaria” te quedes una noche sin dormir.

Recuerdo con especial cariño un viaje “exprés” de una semana que realicé con mi buen amigo Marcos Blanco, uno de los probadores más destacados de Motociclismo, para recorrer los puertos emblemáticos de los Alpes junto con otros dos compañeros más. Hacíamos un montón de kilómetros cada día y, cuando menos lo esperábamos, se hacía de noche. De las siete noches que dormimos por Francia, casi nunca llegábamos antes de las 9 de la noche a un alojamiento. En algunos lugares tuvieron que hacer malabares para colocarnos a los cuatro, pero todas las noches dormimos en lugares fantásticos. Sin duda, cuando aparecíamos vestidos de moteros y con gesto cansado a los hoteles, siempre se compadecían de nosotros y nos lograban acomodar, aunque el alojamiento estuviera teóricamente completo.

Avería en el norte de Polonia

Nuestra intención era llegar hasta Tallin, la capital de Estonia, en uno de los meses de julio más lluviosos que recuerdo. Atravesamos Francia y Alemania por carreteras secundarias (siempre huimos de las autopistas) y, al pasar la frontera de Polonia, el cielo parecía que se nos caería encima. Tras dos jornadas en las que llegamos a sentir peligro por ser arrollados por algún vehículo que no nos viera, llegamos a dormir a Torum, la ciudad natal de Copérnico. El tiempo parecía mejorar pero, a los pocos kilómetros de emprender la ruta al día siguiente, se empezaron a encender todos los testigos imaginables del tablero de mi VStrom 650 y la moto se paró: una avería eléctrica grave, sin duda. Estábamos en medio de la nada.

Qué importante es tener (y pagar) un buen seguro: es la primera vez en muchos años que lo he tenido que utilizar. Con una llamada nos enviaron una grúa a las coordenadas que les dimos, buscaron un taller Kawasaki en la población de Ostroda y nos buscaron un hotel, que nos pagarían durante tres jornadas.

El mecánico apenas hablaba inglés, no era servicio oficial Suzuki, pero tardó poco menos de 5 minutos en testear todas las conexiones de la moto y dictar su veredicto: alternador y regulador quemados. Posiblemente el exceso de agua que nos cayó encima las jornadas anteriores fueron el determinante de producir algún corto en la instalación eléctrica de la moto, porque los puños calefactables llevaban varios días encendiéndose solos (nunca más he vuelto a poner este accesorio en una moto).

No había recambios en Polonia, había que pedirlos a Ámsterdam o a Londres… 1.100 euros costaría la reparación y tardaría algo más de una semana. Pero el mecánico (de nombre impronunciable) me dio una alternativa: él bobinaría el alternador y, modificando el puente de diodos del regulador de una Kawa, lo podría hacer funcionar. Confiamos ciegamente en este personaje que nos estaba tratando tan bien, nos relajamos y decidimos reorganizar allí mismo las maletas de las dos motos para continuar el viaje en la BMW de Raquel. Y así lo hicimos: continuamos hacia el norte recorriendo los paisajes más espectaculares de la región de Masuria, visitamos la célebre “Guarida del Lobo de Hitler”, llegamos a la frontera de Rusia, pasamos a Lituania… y al tercer día de viaje “a dúo” recibimos un mensaje diciendo que la Suzuki estaba reparada.

Regresamos a Ostroda, pagamos 180 euros y continuamos el viaje con las dos motos de nuevo. La reparación fue perfecta, jamás la moto volvió a dar un problema eléctrico.

La decepción de la Transfagarasan

No lo puedo negar, había puesto demasiadas expectativas en la Transfagarasan. Había leído tanto y confiado en el criterio de supuestos expertos (Jeremy Clarson a la cabeza) sobre esta carretera, que esperaba una especie de Walhala Motero en el centro de Rumanía, y no ha sido así. Voy a intentar ser justo, la carretera tiene mal asfalto, el trazado es poco lógico (no sigue un criterio de valles y laderas), pero el lugar merece la pena ser visitado.

No voy a darle ahora a nadie lecciones de historia política, pero hasta hace relativamente poco tiempo Rumanía estuvo gobernada por Nicolae Ciausescu, que tuvo a bien navegar con «bandera de pendejo» por la política internacional: primero representaba el bastión del comunismo más radical y, en sus últimos años, se vendió al dólar y a la libra esterlina, por lo que temía padecer una invasión rusa similar a la que sufrió la República Checa (en aquellos tiempos Checoslovaquia) con los tanques del Ejército Rojo paseando por las calles de Praga. A Ceausescu no se le ocurrió nada mejor que construir una carretera, de norte a sur de los Cárpatos, para proteger a Rumanía. La carretera se inauguró en 1975 y costó la vida de 35 trabajadores (desmontes y pilotajes megalómanos, con uso de miles de toneladas de dinamita). Hoy en día sólo tiene una finalidad turística, ya que su trazado es tan nefasto que, durante nueve meses al año, la carretera está cerrada por problemas meteorológicos.

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Forma parte de nuestra historia y si puedes debes visitarla, pero no te dejes embelesar por calificativos grandilocuentes, que he recorrido carreteras en los Apeninos y en los Alpes Julianos bastante más bonitas.

Estábamos al norte de los Cárpatos, y, para pasar de nuevo al sur, decimos recorrer la otra carretera histórica de Rumanía, la Transalpina. Debo reconocer que nos impresionó positivamente: son los 100 kilómetros más recomendables para moteros aguerridos. Un trazado excepcional (es un paso natural, utilizado desde tiempos inmemoriales y explanado en el siglo XVIII por mandato de Carlos II), asfalto fantástico, curvas lógicas dibujando el perfil del terreno y un paisaje de ensueño. Si la Transfagarasan no cubrió mis expectativas, la Transalpina las superó.

Cinque Terre y el estorbo de la moto

Sería imperdonable viajar por el noroeste italiano y no desviarse hasta el puerto de La Spezia: desde aquí podemos adentrarnos en el Parque Nacional de las Cinque Terre, una franja costera que goza de la máxima protección gubernamental y a la que no se puede acceder en ningún tipo de vehículo motorizado. Las cinco localidades que dan nombre a este parque son   Riomaggiore, Manarola, Corniglia, Vernazza y Monterosso, colgadas de acantilados de muy complicado acceso se convierten en un espectáculo natural que impresiona a cualquiera que lo visite por primera vez.

Desde la primera a la última localidad hay unos 14 kilómetros de distancia y se pueden visitar en barco, en tren o caminando por un sendero practicado a media ladera, con tramos preocupantemente verticales, pero hay un problema insalvable: ¿qué hacemos con la moto y nuestro equipaje?

Nosotros siempre intentamos dejar algún día libre del viaje para hacer recorridos por montañas, ciudades, parques… caminando. Nos apetecía mucho recorrer el sendero completo que nos permitiría visitar las cinco localidades, para lo que sacaríamos un billete de tren hasta la última y regresar caminando hasta la primera. La temperatura media era de unos 32 grados y la ruta se alargaría unas 4 horas. Así que decidimos ponernos las zapatillas de andar y el pantalón corto, guardamos en las maletas de la moto todo lo que tuviera un cierto valor y montamos una pirámide en el asiento con las botas, las chaquetas los pantalones y los cascos. Todo bien colocado, por encima los cascos atados con un cable de acero y lo cubriría todo un plástico que ponemos debajo del suelo de la tienda de campaña.

El paisaje es realmente espectacular, la visita es más que recomendable y, al regresar a las motos por la noche a la entrada de la primera de las “Cinque Terre”, al menos en nuestro caso nadie nos había tocado nada.

La trattoria más recomendable

El pasado verano, rumbo a Moldavia, desembarcamos a las 20:00 en el puerto italiano de Civitavecchia. Todo perfecto. En 10 minutos habíamos llegado con las motos al B&B que había reservado nuestra compañera Yolanda por Internet: la única reserva que teníamos hecha en este viaje, porque sabíamos que incluso el barco de Barcelona se podría retrasar y llegar mucho más anochecido. Ducha, hacer la colada, ponernos ropa cómoda y acudir al único restaurante de la zona (que estaba a 1,5 km según la dueña del B&B). La trattoria de marras estaba a más de 3 kilómetros y cometimos el error de ir caminando hasta un barrio de Civitavecchia, por una carretera oscura, con los arcenes rotos y todos los FIAT del mundo pasando a nuestro lado a velocidades endiabladas.

Tras llegar casi a las 10 de la noche al restaurante, preguntamos por la posibilidad de pedir un taxi para regresar al alojamiento una vez hubiéramos cenado los cuatro. No parecía sencillo y nuestro nivel de italiano no conseguía entender bien lo que nos querían decir.

Cenamos de maravilla, le comentamos a los dueños del local el viaje que estábamos haciendo en moto y… el resto que os voy a relatar es literal: al terminar de cenar el dueño del restaurante cogió las llaves de su coche, un monovolumen destartalado, y nos llevó hasta el B&B sin cobrarnos nada y con una sonrisa sincera.

Hay cosas impagables: esta es una de ellas. Por cierto, si aterrizáis alguna vez en Civitavecchia, una villa monumental y fácil de visitar, no dejéis de visitar La Babbiona, se come de escándalo, por un precio más que razonable y el trato es de lo más familiar. Regresaremos.

La herencia de la guerra de los Balcanes

No debemos olvidar que en algunos países de los Balcanes hace poco más de dos décadas hubo una guerra y, aunque la reconciliación política y social es un hecho palpable, no lo son tanto las cicatrices que ha dejado aquel conflicto armado. Además de ver todavía edificios tiroteados y algunas infraestructuras sin reparar, lo que supone un mayor riesgo es la cantidad de territorios minados sin limpiar.

Actualmente se calcula que en Bosnia hay más de 80.000 minas enterradas, difícilmente localizadas ya que las colocaron guerrilleros y paramilitares mercenarios que no rendían cuentas a ningún mando organizando. La superficie minada es de casi un 3% del territorio total de Bosnia y se han localizado casi todos estos explosivos en regiones fronterizas. Otro estúpido legado que dejó la guerra al país más humilde de la antigua Yugoslavia.

Bosnia es uno de los mejores países que conozco para disfrutar de un viaje en moto: carreteras con un trazado increíble, paisajes montañosos con horizontes interminables, ciudades (Mostar, Jablanica, Sarajevo…) con un ambiente entrañable, gentes amables con los visitantes, precios ridículos para nuestra economía cosmopolita…

Después de atravesar los Alpes Dináricos, desde la Costa Dálmata hasta el Parque Natural de Plitvice Jezzera, decidimos entrar de Croacia a Bosnia y Hertzegovina. La primera localidad que encontramos fue Bihac, tristemente célebre por haber sido la ciudad que más días estuvo sitiada (más de dos años) durante la Guerra de los Balcanes, con la intención de tomar una carreterilla que en el mapa nos llevaba entre montañas hasta Zagreb.

La carretera discurría junto al curso del río Cajin, enrevesada, llena de curvas, entre bosques y vaguadas… hasta que las indicaciones que leímos en el mapa (no me gusta utilizar el GPS salvo para lo imprescindible) nos hacían girar para meternos por una pista de tierra: calculamos unos 35 kilómetros con firme de arena, por lo que nos pareció añadirle algo de interés al viaje y no es la primera vez que hemos recorrido muchos kilómetros por tierra. La pista no era demasiado buena, pero se podía mantener una buena velocidad hasta que, empezamos a ver a ambos lados carteles rojos con la temida inscripción de “Peligro Minas”. Nuestra valentía está muy por debajo de nuestro instinto de supervivencia, por lo que dimos la vuelta y deshicimos una docena de kilómetros para buscar una carretera asfaltada que nos llevase hasta Zagreb por un itinerario menos inquietante.

Si quieres leer más aventuras: Página web: https://2000pbueno.wordpress.com IG: @2000pbueno