Fecha: 25 Octubre a 8 Noviembre 2006.Pilotos: J. Navarro, F. Boixareu, Albert Castello, Xavi Montané, Arturo Sebastián

Países: Perú, Bolivia. Longitud: 4.000 km. Entorno: Montañas, Andes, Altiplanos, Puna. Terreno: Asfalto / Tierra.

El Domingo 22 de Octubre aterrizamos en Lima a las 18,00 h. Con gran alegría, descubrimos que todo nuestro equipaje llega sin problemas. Esto nos preocupaba particularmente porque entre los 300 kgs que facturamos se contaba una caja muy completa de recambios, así como 10 neumáticos de tacos Continental Duro, cuatro amortiguadores traseros y, por supuesto todo nuestro equipo de motoristas.

Una vez abonadas las tasas de aduana (33%!) correspondientes sobre los recambios y “llantas” (como denominan a los neumáticos en Perú), nos dirigimos al hotel donde nos esperaba el mejor mecánico de Lima, Tato, quien venía directamente de Trujillo con una de las moto cargada en su pick-up tras un viaje de 22 horas para recuperar la moto que rompió un amortiguador en la anterior etapa Quito-Lima. “San Tato” cargó sin pestañear todos nuestros recambios y se comprometió a tener las cuatro motos listas (las otras tres estaban es su taller desde el Viernes 20), con revisión completa, ruedas de tacos montadas, pastillas de freno y amortiguadores nuevos, para el Martes 24 a las 10 de la mañana.

Nosotros aprovechamos el Lunes 23 para hacer una interesante excursión aérea (acompañados de Jordi y Esteve, dos miembros del equipo anterior) para admirar las sorprendentes “líneas Nazca” en avioneta y una incursión en “coches tubulares” por el desierto de Ica, con divertida sesión de “sand-board” en las altísimas dunas de fina arena mezclada con partículas de hierro.

De vuelta a Lima, pasamos por el taller de Tato, donde estaban las cuatro BMW completamente desmontadas y cuatro mecánicos trabajando a tope. “No hay problema, mañana estarán las motos, trabajaremos toda la noche si hace falta”, nos dijo “San Tato” ….. y cumplió al minuto. El Martes 24, a las 10,00 en punto, las cuatro BMW estaban aparcadas en batería, impecables, a la puerta de “Tatoracing”.

24 Octubre. Lima-Huancayo. (316 kilómetros de asfalto)

Salimos a las 11,15, tras la sesión de fotos de rigor, las cuatro BMW y un Toyota pick-up 4×4 conducido por Arturo, y bien guiados por nuestro amigo peruano Iván Guerrero (un gran motorista, presidente del Moto-club Lima y experto conocedor de las carreteras de Perú), el cual nos acompañó con su Honda África Twin por la intrincada red viaria de Lima. Gracias a su ayuda, superamos los 60 kilómetros de calles y tráfico suicida en algo menos de 2 horas.

A partir de aquí, empezamos la ascensión hasta San Mateo (3.200 metros). Tras una ligera comida, un par de mates de coca y pastillas para combatir el soroche (mal de altura, que íbamos a padecer forzosamente en las siguientes horas), nos despedimos de nuestro amigo Iván e iniciamos bajo la lluvia la subida al puerto de Ticlio (4.818 m., la línea férrea más alta del mundo). Esta peligrosa carretera, plagada de camiones y autobuses decrépitos, salva un desnivel de más de 4.500 metros en sólo 60 kilómetros. Paramos para hacer una rápida foto en la cumbre del puerto, con Arturo “grogui” por el soroche, e iniciamos el descenso hacia La Oroya (3.750 metros 50.000 habitantes), una gris población minera en un paisaje gris bajo un cielo gris. Tras el desvío hacia Huancayo, nos sorprendió una intensa lluvia de granizo que nuestros trajes de agua soportaron sin problemas.

Tras dejar a la izquierda el cruce de Jauja, en pleno valle del Mantaro llegamos ya con buen tiempo a las 18,15 a Huancayo (3.250 m., 300.000 habitantes), una ciudad que rinde culto al claxon. Todos los coches son taxis compartidos y todos tocan la bocina sin descanso a todas horas. Un corto paseo por esta humilde ciudad agrícola (50% de la producción de trigo de Perú), nos deparó la agradable sorpresa de ver miles de caras sonrientes. Impresiona comprobar que, viviendo en una economía tan humilde, la gente desprende una alegría y optimismo impensables en cualquier ciudad de Europa. Una cena con “pà amb tomàquet” y jamón serrano que Felip trajo de Barcelona fue el punto final de este primer día de viaje.

25 Octubre- Huancayo-Ayacucho. (262 kilómetros de asfalto y tierra)

Salimos de Huancayo a las 8,00 sorteando el intenso y ruidoso tráfico en plena hora punta, en dirección a Ayacucho. Los primeros 40 kilómetros de carretera aceptable con muchos autobuses y camiones, y en el cruce antes de Pampa empezamos una excelente y bonita carretera de montaña que desciende durante 47 kilómetros hasta Izcuchaca, un pueblo alfarero con un puente colonial construido en el siglo XIX sobre el río Mantaro. Justo ahí pedimos consejo a la Policía de Carreteras, que nos recomienda tomar la ruta de la izquierda en dirección a Huanta, siempre bordeando el río Mantaro. La pista de tierra es mala y peligrosa, con gravilla suelta, baches y algunos viejos y enormes camiones que nos ceden el paso en cuanto hay espacio suficiente. Pasamos por la población de Mariscal Cáceres, donde el viejo tren de color rojo pone el punto de contraste al parar en medio del caos de gallinas, cabras y personas de la calle principal (y única) y, tras cruzar el río por un viejo puente de madera y, tras dos horas de trayecto, llegamos a Anco, donde paramos a tomar un refresco en la tienda del candidato a la alcaldía (en Perú la política es omnipresente a todos los niveles), el amigo Delfín Huarcaya.

Tras la parada, seguimos camino, pasamos rapidito por el campamento militar (“prohibido detenerse, orden de disparo”) y, tras otras dos horas de polvo y pista muy rizada llegamos a Huanta sobre las 13,30. Comemos por 3 soles (80 céntimos de euro por cabeza) en un cuchitril de la plaza, donde las cuatro BMW causan sensación, escogiendo el lugar por su lema “Garantía de Higiene y Limpieza”. La siguiente noche, los problemas estomacales de la mayoría nos harán dudar de la credibilidad del marketing peruano.

En Huanta empieza una carretera de asfalto de 34 kilómetros que nos conduce hasta Ayacucho. Tras repostar (gasolina de 90 octanos), llegamos a las 15,00 al Hotel Plaza, junto a la plaza de Armas, una bella muestra de arquitectura colonial. Sorprendidos por la dureza inesperada de la etapa, empezamos a comprender que la siguiente etapa (570 kms.), va a ser mucho más complicada de lo previsto. Al consultar con los lugareños, nos dicen que llegar a Cuzco, nuestro siguiente destino, en un día, es “imposible”.

Ayacucho (2.750 mtrs., 120.000 habitantes) se extiende al pie de un monte y, con sus largas calles en cuesta, sus 37 iglesias y una vida intensa de tráfico vertiginoso con miles de moto-taxi aterrorizando a los peatones, se confunde por su color terroso con el paisaje. El color lo pone la gente, que parece querer recuperar la alegría en las calles tras los años tenebrosos que asolaron la región en la década de los 80.

En efecto, Ayacucho fue tristemente famosa por ser el centro de la actividad terrorista de la fracción comunista de Sendero Luminoso durante los años 80. Empezando con la quema de las urnas electorales, Sendero Luminoso asoló a sangre y fuego durante 12 años la región con el soporte económico de las mafias de la coca. En 1992, su líder ideológico, el profesor universitario Abimael Guzmán, fue finalmente detenido y se puso punto final a esta tenebrosa etapa de la historia peruana que acabó violentamente con la vida de más de 70.000 habitantes de la región y una oleada de refugiados que huyeron a la ciudad y dejó la sierra seriamente despoblada.

26 Octubre. Ayacucho-Cuzco. (571 kilómetros de tierra, barro, precipicios vertiginosos y asfalto)

Decididos a cumplir nuestro programa, a las 5,30 ya estamos arrancando las motos. Tras una leve revisión, salimos de Ayacucho atravesando barrios muy pobres y dejamos la ciudad por la única salida posible en dirección Este. Los primeros kilómetros no hacen sino incrementar nuestros temores: una pista destrozada y una media de 35 kilómetros por hora las dos primeras horas nos preparan para un largo día de complicado motociclismo de montaña con una moto de más de 300 kgs. El primero de los 10 puertos andinos de más de 4.000 metros que debemos superar en esta etapa es el Abra Toctosa (4.200 mtrs.).

Tras dejar a la derecha el desvío hacia Vilcashuamán, emprendemos la subida al puerto de Abra Huamina (4.400 metros). Este ascenso, por un paisaje de puna bello pero inhóspito, es más rápido, con pista favorablemente húmeda donde podemos exprimir las motos alcanzando puntas de casi 140 por hora explotando los enormes bajos y la gran capacidad de tracción de las BMW 1200 Adventure. Una vez coronado el puerto, llueve ligeramente, descendemos más de 2.000 metros con vistas de vértigo atravesando las aldeas de Ocros y Chambas, hasta el cañón del río Pampas. La parte final del descenso, entre cactus y naranjales, por una pista reparada que resulta ser peligrosísima por la cantidad de gravilla suelta mal repartida que hace impredecible el comportamiento de la moto. Otra vez, la media vuelve a bajar desesperadamente hasta menos de 40 por hora. Atravesamos el río por un puente metálico y, bajo un sol de justicia, nos detenemos para desayunar unas barritas energéticas, agua y pastillas de glucosa. Llevamos casi 3 horas y hemos recorrido menos de 120 kilómetros…

Nueva subida hasta más de 4.000 metros entre vegetación tropical por una carretera con mucha piedra y nueva bajada hasta el río Chincheros. En la población de Chincheros, un error en un cruce deja 3 motos media hora por detrás del coche de asistencia y la moto de Felip. Ascendemos de nuevo hasta 4.150 metros por el puerto de Abra Saracocha. El descenso hasta el río Chumbao es terrorífico: una estrechísima carretera de arcilla deslizante, con barrancos sin la más mínima protección y un impresionante paisaje andino de montañas verdes y neblinas en las cumbres. Para añadirle más emoción, contamos con la ayuda de toros y vacas en medio del camino, caballos que se mueven de manera imprevisible justo cuando nos cruzamos y perros “cabrones” que se empeñan en mordernos las ruedas. Javier tiene un susto importante al caer a poca velocidad junto a un barranco de más de 1.000 metros.

Después de haber recorrido menos de 200 kilómetros en 6 horas, llegamos a Andahuaylas (2.900 metros, 37.000 habitantes) y conseguimos repostar. Felizmente, hay cobertura telefónica y nos reagruparnos. Son las 12.00 del mediodía y apenas hemos cubierto un tercio de la etapa. Xavi y Albert empiezan a quejarse de dolores en la espalda. Tomamos más barritas, agua y glucosa y proseguimos la ruta. Inmediatamente ascendemos de nuevo a más de 4.000 metros y empezamos una sucesión de vertiginosas subidas y bajadas, destacando el paso del Abra Huallayscosa (4.100 metros) desde nos maravillamos con las cumbres del macizo del Ampay (5.230 metros). Llueve bastante y el ascenso hasta el poblado de Kishuara es particularmente penoso porque toda la pista es un barrizal de arcilla y roderas sumamente deslizante que sólo nos permite avanzar a menos de 25 por hora, y eso arriesgándonos a una caída en cualquier momento. Nos detenemos en Kishuara (más de 3.500 metros), donde alegramos el día con caramelos, cuadernos y lápices de colores a los niños de la escuela y a la monja colombiana que vela por ellos.

Al salir del poblado, muy cansados pero contagiados por la alegría de los chavales, empezamos el descenso con la ansiada vista de la ciudad de Abancay (2.378 mtrs, 55.000 habitantes). La pista sigue cubierta de barro traicionero, situación agravada porque ahora es en fuerte bajada. A los 2 kilómetros, la moto de Albert se para y no conseguimos arrancar… pero Arturo, providencial, descubre un inyector de gasolina mal fijado y la moto se pone en marcha al instante. Seguimos descendiendo hacia Abancay, deja de llover y repentinamente nos encontramos una pista seca y polvorienta cubierta de gravilla muy suelta que nos permite aumentar el ritmo ligeramente. A 15 kilómetros de Abancay, enlazamos con la carretera asfaltada de Lima a Cuzco, damos por terminada la sección “off-road” de la etapa y nos felicitamos todos tras 11 horas de esfuerzo sobre la moto, pero también de paisajes inolvidables. Los 15 kilómetros hasta Abancay son un placer de buen asfalto y curvas de radio constante. Nos “soltamos” y hacemos un poco el loco con la sensación de estar cerca del destino… pero todavía nos faltan más de 200 kms hasta Cuzco, y la noche esta al caer….

Al salir de Abancay, tenemos mucho cuidado con la carretera de asfalto deslizante debido al aceite que desprenden los miles de camiones que atraviesan la ciudad. La noche, el frío, la niebla y la lluvia nos sorprenden en el ascenso al siguiente puerto de más de 4.000 metros. Noche cerrada, lluvia, niebla y agotamiento nos hacen tomar las cosas con mucha calma. La carretera, sin embargo, es bastante segura y, con el coche de asistencia iluminando la ruta, vamos en procesión ascendiendo al puerto de Abra Huillique (4,100 metros) para acercarnos lentos pero seguros hasta el final de Etapa. Los últimos 30 kilómetros son completamente rectos y un bálsamo mientras vamos descontando los kilómetros que faltan. A las 21.30, tras una pequeña colina, la belleza de Cuzco (3.248 metros, 300.000 habitantes) iluminada y resplandeciente en medio de la noche da por concluida esta larga jornada de casi 16 horas sobre la moto. Al llegar a la Plaza de Armas, la rueda trasera de Felip revienta por un clavo y todos nos sorprendemos de que, tras más de 500 kilómetros off-road en dos días, hayamos pinchado precisamente en plena ciudad y junto al hotel.

30 Octubre.Cuzco-Puno. (430 kilómetros de asfalto)

Emprendemos la siguiente etapa tras tres jornadas de descanso en Cuzco, donde obviamente aprovechamos para visitar en tren -no hay otro acceso- las ruinas de la ciudad sagrada de Machu Picchu (sin duda, uno de los lugares más bellos y sugerentes de nuestro planeta), y nos ocupamos de revisar las motos y de cambiar el neumático trasero de la moto de Felip.

Salimos a las 7,45 por la salida Este de Cuzco. La carretera asciende ligeramente con curvas rápidas y excelente asfalto. Nuestra primera parada, a 35 kilómetros de Cuzco, es la laguna de Huacarpay, espacio natural que la Fundació Natura de Barcelona está ayudando a recuperar y preservar. Seguimos camino y 110 kms después paramos en la población de San Pablo para visitar el templo de Raqchi (conocido como “el Partenón de los incas”). En ruta otra vez, bajo un sol espléndido y con una temperatura ideal, dejamos atrás Sicuani y empezamos a ascender el puerto de La Raya, donde nos sorprende repentinamente una impresionante tormenta eléctrica que nos obliga a parar para enfundarnos los trajes de agua a toda prisa. Podemos observar las cumbres nevadas del Picchu, (5.500 metros) presidiendo la escena. Después de La Raya empieza el altiplano del Titicaca, entre 3.500 y 4.000 metros de altitud que se extiende hasta Bolivia. Un paisaje de fascinante monotonía en que pueden verse algunas llamas y alpacas pastando la dura hierba de la puna. La tormenta disminuye su intensidad a medida que vamos ascendiendo, y nos encontramos ante una carretera de asfalto gastado pero con grandes curvas y largas rectas donde nos desplazamos constantemente entre 130 y 170 kms/hora, tragándonos los kilómetros como no lo habíamos hecho hasta ahora en Perú.

Breve parada en Ayaviri (km. 270), donde nos desprendemos de los trajes de agua pues el sol vuelve a apretar. Los siguientes 100 kilómetros siguen siendo rapidísimos, aunque hay que tener extremo cuidado con las decenas de perros en los arcenes y los enormes baches en medio de la carretera que podrían darnos un serio disgusto a alta velocidad. En el kilómetro 370 atravesamos Juliaca (220.000 habitantes), la ciudad más sucia y caótica por la que hemos pasado hasta ahora, con sus miles de taxis a pedales o “taxicholos” y su mercadillo arrastrado que ocupa toda la ciudad de punta a punta. Los 60 kilómetros que separan Juliaca de Puno (110.000 habitantes, 3.830 metros) son de carretera recta con bastante tránsito y un piso de asfalto irregular con un pequeño puerto al final que nos maravilla, tras coronarlo, con la impresionante vista del lago Titicaca (176 kms de longitud, 70 kms de anchura y 283 metros de profundidad, el mayor lago navegable del mundo a 3.800 metros de altitud).

Inmediatamente después de cruzar a las 14,45 el lobby del hotel, una impresionante tormenta eléctrica con granizo nos hace felicitarnos, otra vez, por nuestra suerte… que esperamos nos siga acompañando en las próximas etapas.

1 Noviembre. Puno-Cañón del Colca. (333 kilómetros de asfalto y tierra)

Después de una jornada que empleamos en conocer la isla de Taquile -en el centro del lago Titicaca- y la sorprendente forma de vida de los Urus, que viven en islas flotantes artificialmente construidas a base de capas superpuestas de totora (juncos), nos dirigimos en esta etapa al Cañón del Colca, al noreste de Arequipa. A las 7,00 ya estamos cruzando rápidamente las calles de Puno y en menos de una hora ya habíamos cruzado de nuevo la caótica Juliaca. La carretera que sale de Juliaca en dirección a Arequipa es muy recta y rápida, con grandes baches en el centro de la calzada (y conductores que prefieren embestirnos a pinchar en una de estas trampas) hasta llegar a Santa Lucía (km.113). A partir de aquí, asfalto perfecto y bonito trazado que asciende con grandes curvas al alto de Abra Toroya (4.690 metros), desde donde disfrutamos de unas magníficas vistas del Lago Lagunillas. Tras pasar por Crucero Alto, paramos a repostar en Imata, donde no hay gasolinera (“grifo”) pero sí una “tienda de petróleo” donde repostamos a base de “latas”. Seguimos en suave descenso hasta Cañaguas donde, con el volcan Misti (5.821 metros) en el horizonte, dejamos el asfalto para adentrarnos en una polvorienta y ancha “trocha” que nos llevará ascendiendo hasta el cruce de Vizcachani. Aquí, de nuevo asfalto “de montaña” y largas rectas a más de 4.800 metros con algunos fotogénicos rebaños de alpacas pastando en el paisaje casi lunar del altiplano. Tras pasar por el Mirador de las Ventanas del Colca (4.910 metros), entramos en el Cañón del mismo nombre y descendemos rápidamente hacia la población de Chivay (3.650 metros), que es la capital de la provincia y donde está el nudo de caminos hacia una u otra orilla del río Colca. Tras unos kilómetros de pista torturada y polvorienta, llegamos a las 12,30 al hotel, donde un baño en las termas del Colca nos deja como nuevos después de esta etapa “facilita”, pero que ha tenido sus grandes momentos.

2 Noviembre. Cañón del Colca –Cruz del Cóndor – Arequipa. (271 kilómetros de tierra y asfalto)

Nos levantamos a las 6,00 para no perdernos el vuelo madrugador del símbolo de los Andes: el Cóndor. A las 6,45 enfilamos la polvorienta “trocha” que, una vez pasado el angosto puente que nos lleva al margen derecho del río, nos remontará 50 kilómetros ganando altura por el Cañón del Colca, hasta el mirador de la Cruz del Cóndor. Este cañón es una grieta de 100 kms de longitud en cuyo fondo se abre paso el río Colca entre pronunciadas paredes de 3.400 metros de altura media (¡!). Por la verticalidad de sus laderas y la escasez de lluvias es prácticamente desierto, pero en sus quebradas se da una variada vegetación, destacando los gigantescos cactus San Pedro de más de 4 metros de altura. Pasados los ancestrales pueblos de Yanque, Maca (destruido parcialmente en 1991 por una lavina del volcán Sabancaya) y Pinchillo llegamos puntualmente a las 7,40 a la Cruz del Cóndor, en una fresca mañana de sol resplandeciente.

Tras casi dos horas de espera, boquiabiertos ante la inmensidad del paisaje, un silencio sepulcral entre los cientos de turistas apostados con sus cámaras nos anuncia la llegada del ave mitológica de todas las culturas andinas: el Cóndor, un buitre negro de collar blanco y más de 3 metros de envergadura que gana altura elegantemente trazando grandes círculos y sin mover las alas en absoluto, simplemente empleando las corrientes térmicas de la mañana. Majestuoso, un segundo cóndor nos hace comprender perfectamente porqué ésta gran ave es venerada desde siempre por todas las culturas andinas.

Emprendemos rápidamente el descenso a las 10,00 y, una vez de vuelta en Chivay, donde desayunamos tranquilamente, deshacemos parte del camino de la jornada anterior hasta Cañaguas. La carretera de montaña, hoy con más frío y mucho viento, pasa por la Reserva Nacional de Aguada Blanca (de 3,670 m2) y la Pampa Cañaguas, una meseta a 4.000 metros de altura en el lado norte del macizo del Chachani. A nuestro paso vemos llamas, alpacas y vicuñas que pastan buscando el verde de los humedales, menos duro que la hierba “ichu” de la puna. Tras algo más de dos horas y 150 kms, comemos ligeramente al llegar al asfalto de la carretera que nos llevará rápidamente en descenso, con el omnipresente volcán Misti siempre vigilante, hasta Arequipa (862.000 habitantes, 2.335 metros). Antes de llegar, atravesamos como marcianos con el corazón encogido los suburbios de chabolas donde cientos de niños lucen sus sonrisas y sus impecables trajes escolares como estrellas de esperanza en medio de la sucia y polvorienta fealdad de los suburbios de chabolas de la ciudad. Tras una etapa nuevamente poco exigente a nivel técnico, llegamos al hotel a las 16,30. Por la noche, nos invita a cenar Alberto Muñoz-Najar (Gerente de Pacifico Seguros), en un magnifico restaurante que elabora cocina de fusión ítalo-peruana, dentro de los muros del convento de Santa Catalina.

3 Noviembre. Arequipa-Moquegua-Puno. (482 kilómetros de asfalto, desierto y tierra)

Arequipa, situada en la falda del volcán Misti (5.821 metros) y muy cerca de otros dos, el Chachani (6.075 metros) y el Picchu Picchu (5.425 metros), tiene en su historia más de catorce destrucciones debidas a la furia de los “apus” protectores. Dicen que lo que no les gusta a los apus de las montañas es que sea una “ciudad blanca”, no sólo por las casas blancas hechas de piedra extraídas de las canteras del propio Misti, sino porque también es “blanca” su población, ya que los colonizadores españoles se encargaron de no mezclarse con los indígenas. Con un clima alabado ya por los cronistas, la industriosa Ciudad Blanca es el segundo centro urbano de Perú y su bonito centro fue inscrito en el año 2.000 en el Patrimonio Universal de la UNESCO. Así, empezamos el día con una densa visita turística a la imponente Plaza de Armas, la Catedral y el Convento de Santa Catalina, una auténtica ciudad para más de quinientas monjas de clausura construida por las dominicas en 1.579, con muchos callejones, plazuelas y rincones interesantes en su interior. Posteriormente, a las 12,15 la colaboración de la Policía de la ciudad nos permite hacer una simbólica y multitudinaria foto de partida con las cuatro BMW en medio de la Plaza de Armas.

Tras salir de la ciudad superamos un árido puerto de montaña plagado de pesados camiones pero con un asfalto excelente, rápido y divertido. Pasado el pueblo de Repartición entramos en la célebre carretera Panamericana, atravesando primero el desierto de La Joya y luego el fértil oasis del río Tambo, casi a nivel de mar. Los 200 kilómetros de Panamericana los hacemos a una media superior a los 140 por hora, alternando interminables rectas de más de treinta kilómetros con sorprendentes puertos de traidoras curvas flanqueadas por auténticos cementerios de cruces que nos recuerdan con insistencia que éste es uno de los tramos más absurdamente mortales de todo el continente americano. De vez en cuando, en pleno desierto, algún letrero absurdo proclama, en medio de la nada, que un inerme rectángulo de piedras es “propiedad privada”. En todas direcciones arena y dunas, viento y sol, asfalto y cruces…

Con 218 kilómetros recorridos según nuestro tripmaster, llegamos a las 15,00 horas a Moquegua (en quechua “lugar silencioso”, 37.000 habitantes, 1.400 metros), donde repostamos gasolina, agua y plátanos. Debemos apresurarnos, pues nos faltan todavía 260 kilómetros y remontar casi cuatro mil metros de altitud, con menos de 3 horas de luz solar por delante.

Al salir de Moquegua, empezamos inmediatamente un rápido ascenso donde el peculiar y enorme cerro Baúl (no hay más que verlo para entender el porqué de su nombre) aparece primero como guardián en las alturas y termina siendo un relieve espectacular en la singular orografía que después de 100 kilómetros contemplamos a vista de pájaro desde casi cuatro mil metros. Un solitario cóndor volando sobre el puerto nos avisa de que estamos entrando en una ruta de alta montaña. Paramos para abrigarnos mientras el sol empieza a ocultarse tras las soberbias montañas que nos contemplan… mientras un lugareño nos confirma un error en nuestro plano: hasta Puno, no hay carretera…

Efectivamente, al poco, un cartelón de madera con una flecha y el nombre de “Puno” en letras bien grandes indican la entrada de una pedregosa trocha que se adentra en la puna. Algo más tarde, algunas alpacas salvajes corren asustadas delante de las motos y la magia del lugar nos seduce, otra vez, para que podamos disfrutar con plena intensidad de esta bendita mezcla de aventura, compañerismo y pura libertad que tenemos la fortuna de compartir. La belleza del momento cambia algo dentro de mi casco: me siento comprometido a disfrutar de cada minuto que nos queda de etapa y ni las trampas de arena, ni la noche, ni el temor a perdernos y por descontado tampoco los primeros copos de nieve que empiezan a caer, me lo van a impedir… Por el bien de todos, espero que mis compañeros de viaje puedan sentirse igual en este momento crucial del día.

Los siguientes 30 kilómetros nos llevan a superar el puerto de Abra Chocajinani (4.450 metros) por una pista muy arenosa que clava constantemente la rueda delantera. Algunas leves caídas sin importancia a muy poca velocidad ralentizan el ritmo del grupo, mientras los más rápidos esperan con frecuencia a los otros porque constantemente aparecen cruces sin ninguna indicación. Siempre nos decidimos por el camino aparentemente más marcado, pero la luz es mínima y corremos el riesgo de equivocarnos. Antes de caer la noche, pasado el Abra Gallatini (4.400 metros) topamos con otro enorme rebaño de alpacas que intentamos fotografiar y junto al que pasamos muy lentamente. Esta vez, los animales nos ven venir calmadamente y casi no se mueven mientras las BMW ronronean a dos metros de sus caras inquisidoras que parecen preguntarnos qué hacemos a esas horas por allí.

La noche sin luna y un frío intenso llegan al tiempo que la pista se hace mucho más rápida, con piedras pero sin trampas, y el ritmo del grupo vuelve a aumentar notoriamente. Tras superar el Abra Loripongo (4.350 metros), llegamos a la población de Loripongo, donde un guardia del ejército nos abre una valla de control atónito al vernos aparecer en medio de la oscuridad. Son las 19,00 y tras dos horas y casi 100 kilómetros de trocha hemos llegado de nuevo al cómodo asfalto. De aquí a Puno, con el lago Titicaca cuya vista no podemos apreciar en la noche, son 70 kilómetros bastante rápidos, en descenso y sin ninguna dificultad -excepto la oscuridad- que cubrimos en hora y cuarto para llegar al hotel tras una bellísima etapa de 482 kilómetros de desierto y montaña que seguimos paladeando mientras compartimos una reparadora cena que hoy, especialmente, nos sabe a gloria.

4 Noviembre.Puno-Copacabana-La Paz. (310 kilómetros de asfalto)

Perfectamente frescos y ya totalmente adaptados a las alturas andinas, emprendemos viaje en dirección a Bolivia a las 9,00 de la mañana bajo una fina lluvia y un día bastante gris. La primera parte son 145 kilómetros de carretera por el llamado “Corredor Aymara”, una ruta por la ribera Oeste del Titicaca que fue siempre un vínculo de cultura, por la que pasaron los tiahuanaco y los incas. Durante la época colonial, el trasiego entre las minas del altiplano peruano y las de Bolivia fue constante. Aparte de la magia del paisaje, pasamos por poblaciones (Chuchito, Acora, Ilave, Juli, Pomata, Yunguyo) que aún conservan un estilo de vida muy unido a la Naturaleza, regido por el lago y las montañas que lo circundan.

A las 11,00 de la mañana, con un cielo mucho más despejado, llegamos a la frontera con Bolivia. Tras dos horas de exasperantes -pero divertidos por su ridiculez- trámites aduaneros, que al final se resuelven con unos pocas monedas “para la virgen” (soles peruanos primero, pesos bolivianos después) accedemos a la preciosa península de Copacabana -cuyo nombre viene de dos palabras aimaras: “kota” (lago) y “kahuana” (mirador)- que delimita las dos grandes partes del enorme lago (Titicaca y Huiñaymarca). Pasado el santuario de Copacabana subimos un puerto de 4.600 metros de altitud, con sobrecogedoras vistas a ambos lados del lago, uno de los lugares más bellos de la tierra según los bolivianos. El descenso es igualmente espectacular, con vistas al lago y a las cumbres nevadas de más de 6.000 metros de la Cordillera Real, y finaliza en la población de Tiquina, por cuyo estrecho nos disponemos a pasar después de una breve y poco presentable comida en el tugurio de la señora María junto al embarcadero.

El paso al otro lado del lago es bien pintoresco. Las barcazas de madera, mal construidas y peor mantenidas, ofrecen un espectáculo de camiones, autocares, coches y personas danzando en todas direcciones mecidos por el viento y las fuertes corrientes de agua bien fría (con una profundidad de 120 metros), subidos en botes decrépitos que cruzan de un lado a otro en aparente desorden (perdón, en evidente desorden).

Al nuestro se le para el motorcito –fueraborda, de menos de 30 caballos- a los pocos metros. El barquero, un chaval de no más de quince años, empieza a tirar como un poseso del cable de arranque hasta que, efectivamente, lo arranca (…pero no el motor, sino el propio cable!). Arturo, haciendo gala una vez más de sus conocimientos de ingeniería naval, consigue enganchar de nuevo la maldita cuerda antes de que nos empotremos contra otra barcaza (que carga un autobús más grande que ella) y la travesía, bajo un viento helado, concluye sin más sobresaltos en poco más de media hora. Al final, para bajar las motos a tierra, no nos queda más remedio que hacer un poquito de moto-cross y dar un “saltito” al muelle.

Una vez en la orilla Este del Titicaca, nos quedan 110 kilómetros de carretera prácticamente recta flanqueada por humildes poblaciones donde la gente parece especialmente interesada en no cruzar a menos que nosotros estemos pasando. Tras algún susto poco grave a estas alturas, llegamos a El Alto, la caótica población suburbio de La Paz.

La Paz (unos 2.000.000 de habitantes, de 3.200 a 4.000 metros de altitud), la ciudad más importante pero no la capital de Bolivia (que es Sucre) nos sorprende por dos cosas: la fealdad de sus calles y casas por un lado y la impresionante belleza del valle en que se enclava bajo la majestuosa estampa del volcán Illimani, perpetuamente nevado (6.438 metros). Llegamos al hotel a las 16,30, hora perfecta para organizar junto a Gonzalo Vizcarra, un simpático abogado y motorista boliviano que conocimos por Internet, las próximas jornadas en un país completamente desconocido para nosotros: BOLIVIA.

5 Noviembre. La Paz-Coroico-La Paz. (212 kilómetros de asfalto y tierra –“La Carretera de La Muerte”-)

Abandonamos el hotel en el centro de La Paz en dirección a la zona alta. Es Domingo y el tránsito muy fluido. La ciudad parece aletargada en comparación a la vorágine que vivimos el día anterior. Tratamos de encontrar gasolina de más de noventa octanos, pero nos es imposible. En Bolivia, las BMW van a tener que funcionar con 74 octanos, otra prueba más para la resistencia de su mecánica.

Nuestro amigo Gonzalo nos ha preparado para hoy una interesante excursión a Los Yungas, una zona de valles tropicales en el inicio de la cuenca amazónica y que se halla a unas tres horas de La Paz.

Iniciamos la ascensión hacia el puerto de La Cumbre (4.865 metros) cuando empieza a caer una fina lluvia. Paramos a ponernos los trajes de agua y seguimos por una carretera asfaltada de piso muy deslizante. Al coronar el puerto, una densa niebla, lluvia torrencial y bastante frío parecen desanimar a Gonzalo, que piensa que no podremos disfrutar de la excursión y del paisaje debido a la meteorología. Se equivoca, porque a estas alturas de nuestro viaje un poco de mal tiempo no nos afecta en lo más mínimo y preferimos seguir con lo planeado.

El descenso, sin problemas excepto los derivados del agua y la niebla, nos lleva hasta el cruce donde parte la carretera nueva (que no está todavía terminada) y también la famosa “Carretera de La Muerte”, pues ambas unen ese punto con la población de Coroico. La carretera nueva está cerrada pero Gonzalo consigue convencer al policía de que con las motos no hay problema de paso, pues le consta que la ruta está prácticamente terminada. Así pues, seguimos por una bonita carretera que es una buena obra de ingeniería, ya que prácticamente el 50% del recorrido está hecho a base de puentes sobre las vertiginosas laderas del valle. A los pocos kilómetros, desaparecen la niebla y la lluvia y la temperatura ha aumentado, por lo menos, 20 grados. La flora y la fauna cambian bruscamente y en menos de 5 kilómetros hemos pasado del frío y agreste altiplano a las verdes laderas, precipicios, ríos, cascadas, exuberante vegetación y una espectacular corona de nubes que anuncian el acceso a Los Yungas.

Llegamos al fondo del valle tras haber descendido más de 4.000 metros. Nos sorprenden el calor veraniego y algo increíble : ¡se circula por la izquierda!. Efectivamente, en este valle los camiones salen tradicionalmente cargados de frutas y otros productos de la tierra. Las pendientes son tan pronunciadas que se prioriza al tráfico que asciende y se le permite hacerlo por el lugar más seguro, el más alejado del precipicio. Esto se aplica con lógica en la Carretera de La Muerte, donde frecuentemente no hay paso suficiente para el cruce en los dos sentidos de la marcha. Lo absurdo del caso es que ahora estamos en una carretera nueva, de pendiente moderada y más de 10 metros de ancho… ¡y los coches vienen todos en contra-dirección! Sin previo aviso, cartel ni señal que así lo indique. Nos paramos y nos partimos de risa: “están locos, estos bolivianos…!”. Al poco, un cruce hacia Coroico. Ascendemos unos 15 kilómetros por una angosta carretera empedrada y llegamos al ecuador de la etapa: Coroico nos espera con su trasiego de autocares viejos y abarrotados, un mercadillo típico y un ambiente totalmente tropical.

Comemos estupendamente y probamos el típico “Pique Macho”, un plato de varias carnes maceradas con especias, papas y otros variados condimentos que resulta riquísimo. Tras la comida… nos espera la temida “Carretera de La Muerte”.

La pista de tierra plagada de cruces simbólicas que asciende durante 48 kilómetros hasta el lugar que enlaza con el asfalto tiene todos los ingredientes para hacer honor a su nombre. Es estrecha (muy estrecha), terriblemente polvorienta en su inicio, con curvas ciegas, precipicios de vértigo, niebla, barro, derrumbes y ríos que la cruzan en su tramo alto, incluso con cascadas que vierten agua directamente sobre la pista. Y además un tránsito intenso de viejos camiones y autobuses decrépitos que, realmente, no caben en la carretera. En fin…la peor pesadilla del conductor prudente. Nosotros disfrutamos realmente de la ascensión, rápidos pero con precaución y aprovechando los puntos más anchos para pasar a los vehículos de cuatro ruedas (o más). A media ascensión, un camión parado y dos autobuses que ascienden se han encontrado en un lugar donde es imposible avanzar y donde nosotros no podemos pasar por el lateral ¡ni a pie!. La vista y el atasco son espectaculares. Más de 30 minutos después hay paso libre (después de que cinco autocares retrocedan al borde del abismo) y llegamos al final en poco más hora y media, habiendo superado un desnivel de casi 3.000 metros. El veredicto es unánime: “¡bestial!”.

La ascensión de retorno a La Cumbre, con algo de niebla pero sin lluvia, la hace Gonzalo con una de las BMW, como premio por habernos descubierto la belleza de Los Yungas y la Carretera de La Muerte.

Llegamos con el crepúsculo a La Paz, descendiendo por barrios marginales con increíbles pendientes de asfalto o arena que salvan un pronunciado desnivel de 1.000 metros dentro del casco urbano de la ciudad.

6 Noviembre. La Paz-Cochabamba. (415 kilómetros de asfalto)

La Paz es una ciudad compleja: su orografía urbana, su concentración demográfica, su desenfrenada actividad y su bulliciosa población hacen que uno tenga siempre la sensación de que su población es muy superior a los dos millones de habitantes que oficialmente declara el censo.

Por ello, como era de esperar, nuestra salida de la ciudad en hora punta (12,30) de un lunes fue toda una experiencia. Hay un lugar, en El Alto, donde se cruzan los accesos y salidas de la ciudad. Pues bien, justo en ese punto neurálgico se ha organizado la parada de taxis (compartidos) más increíblemente caótica que un urbanista loco pudiera haber imaginado. Para acabar de arreglarlo, y aprovechando los parones constantes, un variopinto mercadillo atendido por indígenas ataviadas con su bombín y pollera típicos brindan al viandante y al conductor atascado toda clase de frutas, comidas, jugos, utensilios del hogar, ropa y hasta cerdos asados enteros.

Eso explica en parte porqué tardamos cerca de una hora y media en abandonar la ciudad, en dirección Sur. El trayecto podemos dividirlo en dos partes bien diferenciadas. El primer tramo, de 210 kilómetros, consiste en una sucesión de largas y monótonas rectas en el altiplano donde solamente hay que estar atento a los perros y a algún burro (de dos o cuatro patas) que pueda cruzarse inesperadamente. La segunda parte, de otros 200 kilómetros, se desarrolla a unos 4.500 metros de altitud en unos largos puertos de curvas rápidas y asfalto deslizante a causa del aceite que desprenden los muchos camiones y autobuses que circulan por esta vía. El descenso final, pues el valle de Cochabamba está a menos de 500 metros de altitud, tenemos que hacerlo con los trajes de agua pues llueve abundantemente.

Al llegar al Valle hacemos una parada muy especial. En Quillacollo, ya anocheciendo, nos desviamos ligeramente para visitar a la señora Gregoria, la querida madre de nuestra amiga Gladys. Es muy gratificante ver la tremenda ilusión con la que nos abre las puertas de su humilde casa y la alegría con que recibe noticias de primera mano de su hija, a la que no ve desde hace años. Nos colma de atenciones y, tras probar la “chicha” (vino casero hecho a partir de maíz) y una sesión de fotos, nos deja seguir, a regañadientes, nuestro camino.

Llegamos al hotel sobre las 20,00 horas, justo a tiempo de una ducha reparadora y de una fenomenal cena donde degustamos la famosa cocina de Cochabamba, en especial el delicioso y pantagruélico “Pique Lobo”, regado con buen vino boliviano.

Etapa 11: (8 Noviembre) Cochabamba-Concesionario BMW en La Paz. (410 kms de asfalto)

Desde que llegamos a Cochabamba no ha parado de llover a cántaros. Por tanto, el día 7, que queríamos dedicarlo a hacer actividades de rafting en la cercana Villa Tunari, lo pasamos en el hotel dedicados al reposo y a escribir el diario de viaje y a la selección de fotografías. Lo cierto es que no hemos podido disfrutar de lo bonita “ciudad jardín”, también conocida como “de la eterna primavera”, debido a su clima especialmente benigno …pero este día de descanso también nos hacía falta…

El regreso lo emprendemos a las 8,00 de la mañana del Miércoles 8, y simplemente desandamos el camino en una etapa fácil pero pesada y anodina en donde el punto “especial” se presenta inesperadamente cuando nos paramos al finalizar el largo tramo de curvas para estirar las piernas y esperar al coche de asistencia, que hoy conduce Xavi. .

Poco después de detenernos un grupo de cinco o seis niños, que aparecen de golpe, vienen a vernos “de cerca”. Vienen con un balón de fútbol, así que les proponemos “un partido”. En seguida vienen quince más. En una portería, limitada por dos cascos, el equipo BMW (5 jugadores). En la otra, marcada con dos gorras, los chavales (más de 20). Empatamos a uno y al acabar, agotados (jugamos con botas y a casi 4.000 metros de altitud), les obsequiamos a todos con nuestras últimas existencias de cajitas de lápices y cuentos para colorear que trajimos desde Barcelona y que hemos ido repartiendo durante todo el viaje. Nos sentimos como los Reyes Magos antes de reemprender el trayecto, y en las fotos puede verse la alegría y complicidad de estos niños de cara sucia y mirada limpia, como todos los que hemos visto en este viaje.

De aquí a La Paz, de nuevo lluvia y mucho cuidado… no vayamos a tener ahora un percance que nos estropee… EL FIN DEL VIAJE.

Entregamos las motos sin el menor problema después de 4.012 kilómetros (casi 1.000 de los cuales recorridos sobre tierra) en Élite Motors, el concesionario BMW propiedad del Sr. Borda, un antiguo motorista encantado por colaborar en esta estupenda aventura que es “La Vuelta al Mundo BMW Riders”.

9 Noviembre. La Paz-El Salar de Uyuni-La Paz. (850 kilómetros en avioneta y 250 en 4×4 por un mar de sal)

Todo el mundo nos había hablado de la belleza incomparable del Salar de Uyuni, pero por su ubicación en el mapa nos ha sido imposible encajar su visita en nuestro libro de ruta. Gracias a las gestiones de nuestra amiga y guía en Bolivia, Daniela Lara, conseguimos contratar a buen precio un pequeño avión para hacer esta etapa “distinta” en una ajustada combinación de medios de transporte que debe permitirnos, partiendo desde La Paz, recorrer El Salar y llegar a Lima en un mismo día.

Aunque la noche anterior celebramos el fin del viaje en moto como la ocasión lo merecía, a las 7,30 de la mañana ya estamos en el aeropuerto de El Alto (más de 4.000 metros), donde nos espera Alberto Echalarri, nuestro piloto y propietario de la compañía. Pasamos por un camino pedregoso y, tras un hangar oxidado, nos espera un pequeño avión con muchas horas de vuelo a cuestas. Algunos tenemos nuestras dudas, en medio de unas instalaciones tan precarias, pero una breve conversación con Alberto nos tranquiliza y, finalmente, despegamos a las ocho de la mañana rumbo a Uyuni, 425 kilómetros al Sur de La Paz.

El pequeño avión de 6 plazas (5 y el piloto) es un Cessna Skymaster II de 1979, pequeño pero con dos motores de hélice situados delante y detrás, disposición que le permite aterrizar y despegar en pistas muy cortas. El trayecto dura poco más de 90 minutos y antes de las 9,30 ya estamos aterrizando en la pista de tierra que hay junto a la población de Uyuni (13.000 habitantes, 3.676 metros de altitud). Nos espera con el motor en marcha un Toyota Land Cruiser con el que cubrimos, en media hora, la polvorienta carretera en el desierto que nos lleva a Colchani, la fantasmagórica población que es el principal acceso a este mar de sal, “el lugar más luminoso de La Tierra”.

Tras conocer el proceso de extracción, molido y yodificación de la sal, único medio de vida para los habitantes de este lugar, nos adentramos por una mezcla de sal y tierra en la costra salina más grande del mundo. Con una superficie de 10.852 kilómetros cuadrados y una reserva de nueve millones de toneladas de litio, el inmenso Salar de Uyuni se localiza en una región de una belleza pura y agreste 220 kilómetros al suroeste de Potosí. Durante la época seca, su aspecto es el de un inmenso desierto blanquecino en el que las figuras poliédricas del mineral se extienden hasta el infinito, formando una especie de puzzle gigantesco. Las temperaturas oscilan entre 20 y menos 20 grados, según sea día o noche. El paisaje es impresionante y de una belleza indescriptible.

El Salar está formado por once capas de tierra y salitre con espesores que varían entre los 2 y 20 metros de grosor. Bajo estas capas hay cauces de agua salobre que afloran en ciertos puntos y que reciben el nombre de “ojos del salar”. El paisaje, similar al de las regiones polares, mezcla caprichosamente el azul y el blanco, generando en el horizonte imágenes surrealistas donde los islotes de lava en medio del salar parecen flotar en el aire debido a los reflejos de la evaporación térmica. Según los especialistas, este imponente espacio natural, casi extraterrestre, es lo que queda del antiguo lago Tauca, que se secó hace más de 10.000 años.

Tras parar en el Hotel de Sal, un humilde y extravagante albergue construido en medio de la nada únicamente con bloques de sal (incluso las camas y muebles), nos adentramos durante 90 kilómetros en la superficie levemente granulada y completamente blanca. La luminosidad es tan elevada que nos obliga a cerrar los ojos, y el ronroneo de las ruedas pisando la costra de sal nos adormece a todos.

Nos despertamos al llegar a La Isla del Pescado o Inka Wasi (la casa del inca, en lengua aymara), el lugar más sorprendente que han visto nuestros ojos. En este islote de lava, emplazado en pleno centro del salar, crecen inexplicablemente miles de cactus columnares de más de 12 metros de alto y con más de 1.200 años de vida. Son únicos en el mundo y sólo crecen, a cientos, en este punto del planeta. Desde la cima el paisaje a 360 grados es subyugante, y nos felicitamos por haber tenido la fortuna de conocer un lugar tan especial.

Tras una comida compuesta por pollo a la sal, fruta y zumo de naranja, regresamos a Uyuni a las 16,00 horas, donde el Cessna nos espera en la pista de despegue. El vuelo de regreso es mucho más movido: debido a las corrientes térmicas generadas por la fuerte radiación solar, el avión salta constantemente. Hace mucho calor, y Felip y Xavier lo están pasando mal en los pequeños asientos traseros. A 140 millas de La Paz, una fuerte tormenta eléctrica nos asusta con sus espectaculares rayos sobre el altiplano, y el pequeño avión no parece, digamos, el lugar más seguro del mundo… pero antes de las cinco de la tarde tomamos tierra suavemente en El Alto, donde aprovechamos la espera del enlace con el vuelo a Lima para terminar de escribir estas líneas.

Conclusión:

Permanecerán en nuestra memoria los vertiginosos paisajes andinos de la sierra del Perú, la inmensidad espectacular del Titicaca, la belleza sagrada e incomparable del Machu Picchu, las profundidades del Colca, los desiertos interminables de Ica y La Joya, los más de veinte puertos de montaña de más de 4.500 metros, ninguno se parece a otro, la paz inhóspita que se respira en los paisajes de puna y en el altiplano, los elegantes rebaños de alpacas, el verde oscuro y las nieblas amazónicas de Los Yungas, los recodos cortados en los precipicios de la Carretera de La Muerte y, por descontado, la luz increíble del Salar de Uyuni.

Nos han impresionado la amabilidad de las gentes, la alegría -a veces incomprensible- que se respira en muchas de las ciudades, pueblos y aldeas que hemos atravesado, las miradas ilusionadas de los niños, las mujeres cargadas como mulas ascendiendo las interminables gradas en la isla de Taquile, el amor a su tierra y a la naturaleza de los habitantes de los lugares más inhóspitos. También el caos de algunas ciudades, los conciertos de bocinas y alarmas sin sentido, la contaminación incontrolable de sus viejos camiones y autobuses, auténticas chimeneas ambulantes, los colores y olores de sus mercados, las casas de adobe y las chabolas colgadas a pie de carretera.

Recordaremos los impecables trajes escolares con corbata de los niños saliendo de sus escuelas en medio del polvo o el barro de las calles de sus pueblos, los perros cabrones y los ya muertos, las miles de cruces en los márgenes de las carreteras, testigos de nuestro paso a veces demasiado veloz e irrespetuoso, el ronroneo de las BMW, compañeras de viaje que lo aguantan todo.

Echaremos de menos a los nuevos amigos Iván, Alberto, Dante, Fernando, Gonzalo y Daniela, tantas vivencias, paisajes… y el privilegiado sentimiento de complicidad que se ha forjado entre nosotros cinco, que somos tan distintos pero, en el fondo, tan parecidos…Bueno, “my friend”, aquí termina el viaje y la historia… volvemos a casa.

Equipo 14 Texto: Albert Castelló. Fotos: Arturo Sebastián, Felip Boixareu, Xavi Montané, Xavier Navarro y Albert Castelló

RUTA DE LOS EXPLORADORES. Por Jos Martín

“Después de todo esto, este día á mediodía Pedro Sarmiento tomó el altura con tres Astrolabios en cincuenta grados, y luego el General y Alférez y Sargento–Mayor y otros tres soldados subieron á la cumbre de una asperísima montaña y cordillera de mas de dos leguas de subida de peñascos tan ásperos y agudos, que cortaban las suelas de los alpargates y zapatos como navajas”.

Pedro Sarmiento de Gamboa

“Relación y derrotero del viaje y descubrimiento del Estrecho de la Madre de Dios antes llamado de Magallanes”

Salimos de la capital del Perú para adentrarnos en lo que en tiempos coloniales se llamaba Alto Perú, la actual Bolivia, de la que se dice que es la única nación en el mundo que ha perdido todas las guerras cediendo en cada una de ellas parte de su territorio a sus vecinos Perú, Brasil, Paraguay y Chile. Luego, nos dirigimos a Chile, en cuyas tierras los españoles del siglo XVI encontraron tanto amigos como enemigos fieros que frenaron su camino hacia el sur. Pedro de Valdivia fundó Santiago de Chile el 12 de febrero de 1541, pero su aislamiento era tal que se la consideraba como la ciudad más remota de los confines del mundo: un viaje de ida y vuelta desde la capital española a Santiago solía durar entre cuatro y cinco años. Cruzamos el continente desde el océano Pacífico al Atlántico y llegamos a Buenos Aires, la capital de Argentina o, dicho de otro modo, la Tierra de Plata.

Hay que despedirse de Lima como ella se merece, así que para retener las imágenes en nuestras pupilas basta con una última mirada a la Plaza de Armas con su fuente de 1650, al puente de piedra que se levantó en 1610, al Paseo de Aguas y a las soberbias mansiones coloniales como la de las Trece Monedas, bautizada así cuando el trece no era número de mal agüero, sino el veintitrés. Cuando tomamos el Zanjón para salir de la ciudad, hay que decidir si el viajero toma la ruta del sur o la del este. Dos maneras muy diferentes de dirigirse hacia Bolivia y su capital, La Paz.

La ruta del sur sobre la Carretera Panamericana transcurre paralela a la costa hasta Pisco, pero encajonada por los Andes al lado del naciente, entre una geografía que muestra su belleza desde los acantilados altos (como sucede en Pucusana), sobre las arenas de las playas que se han formado entre los roquedales o en las planicies con aspecto semi desértico. Luego, se adentra tímidamente hasta llegar a Chala, donde vuelve hacia el mar, y en Camana toma una dirección francamente hacia el este para llegar a Arequipa. Ciudad que mantiene el aire colonial de quienes la fundaron (los hombres de Pizarro el 15 de agosto de 1540), vive marcada por la presencia del volcán El Misti, de 5.825 metros de altitud, y el legado español que muestra con donosura, hasta tal punto que se la compara con Cuzco como la ciudad colonial mejor conservada de Perú. Algunos ejemplos: la Plaza de Armas, el barrio de San Lázaro, la Capilla Real con una cúpula policromada bellísima en la capilla de San Ignacio, o la casa de Tristán del Pozo, hoy convertida en un banco. De Arequipa se sale en dirección a Puno (la capital de la música, el arte y la artesanía andina), a orillas del lago Titicaca, que en la actualidad forma frontera con Bolivia.

Si escogemos la ruta hacia el este, la carretera se vuelve montañosa y se adentra en los Andes para llegar a Cuzco por vías que con frecuencia superan los 3.500 metros de altitud cuyo pavimento está en estado bueno, pasable o lamentable. Y peor aún si se toman en época de lluvias, porque a las crecidas del agua hay que añadir los ríos de barro que a veces se forman y lo que arrastran con ellos. A partir de este momento y hasta que se llega a Chile, podremos encontrar a nuestro paso cualquier impedimento en forma variopinta, como baches, agujeros o tramos sin asfaltar, así como los derivados de las condiciones atmosféricas, la soledad del camino y el factor humano, casi siempre desvalido.

Cuzco, la capital del imperio inca está a punto de cumplir mil años de existencia y en su casco urbano y los alrededores conserva tanto la estela de sus primeros moradores como la fusión que se produjo en contacto con los españoles. La barroca catedral es una de las cuatro iglesias que forman la Plaza de Armas. Es sólo el comienzo de un viaje al Perú colonial, a sus iglesias, conventos, palacios y casas principales, pero el viaje en el tiempo no se detiene en el casco viejo, sino que va más allá de él hasta extenderse muchos kilómetros en todas las direcciones posibles para mostrar asentamientos incas que forman un conjunto admirable. Y cuando el viajero cree que ya lo ha visto todo, aún queda Machu Pichu, el gran tesoro escondido en las alturas.

De Cuzco a Puno, la ruta se vuelve caprichosa. La tranquilidad del viaje depende de tantos factores como cada uno pueda imaginar, así que lo sensato es preguntar en pueblos (suelen ser muy amables con los españoles y menos con los “gringos”, como ellos llaman a los estadounidenses) el estado de la carretera que vayamos a recorrer. Una vez en Puno, a orillas del lago Titicaca, lugar en el que hay que obtener el visado, hay tres formas de cruzar la frontera con Bolivia: la primera y más sencilla es bordear el lago por el sur atravesando Llave, Juli y Pomata hasta el borde boliviano; la vía hacia el este es peor y más larga; por último, hay hidrofoils y catamaranes que llevan al viajero cómodamente a tierra boliviana. De allí a La Paz el recorrido se convierte en un paseo que no llega a los cien kilómetros.

Bibliografía

–Viajes al estrecho de Magallanes. Pedro Sarmiento de Gamboa. Dastin Historia. Madrid, 2000.

–South American Handbook. Ben Box. Footprint. Bath, 2001.

–Chile. Insight Guides. APA Publications. Londres, 2003.

–Chile. Guía Turística Turistel. Turismo y Comunicaciones. Santiago de Chile, 2001.

–La casa de los espíritus. Isabel Allende. Plaza y Janés. Barcelona, 1985.

–Argentina. La Guía Pirelli. Pirelli Argentina. Buenos Aires, 1990.

–La Argentina. Ruy Díaz de Guzmán. Dastin Historia. Madrid, 2000.