El 25 de mayo de 2020 llegó por fin a Madrid la Fase 1 de desconfinamiento, lo que significa que se puede montar en moto dentro de la provincia sin necesidad de ser un servicio esencial. Tras 70 días parada en el garaje de mi casa, la R 1250 GS ADV volvía a rodar a primera hora del lunes. Por la autopista, camino de BMW, pensaba que nunca en mi vida había tenido una moto tantos días y le había hecho tan pocos kilómetros. ¡Menos mal que justo antes del confinamiento fuimos juntos a Marruecos!

El caso es que no me podía quedar sin moto, cuando por fin, podíamos volver a rodar, así que muy amablemente me cedieron a cambio de la GS una BMW S 1000 R y claro, me fui directo al puerto de Navacerrada. Pensaba que al ser lunes y el primer día laborable todo el mundo tendría muchas cosas urgentes que hacer, pero no recordaba que la pasión por la moto es una prioridad en todos los aficionados. Tanto como para dejar lo urgente y hacer lo necesario para el espíritu, lo que más satisface, lo que genera las endorfinas más placenteras.

Decenas de motos subiendo al puerto hasta justo el límite con Segovia, donde todos se daban la vuelta. El esfuerzo de confinamiento realizado por la población española ha sido destacable, pero el de los motoristas ha sido ejemplar. A mi modo de ver todos los aficionados a los deportes en espacios abiertos han sido los más meritorios. Vivo a vista de la carretera del puerto de Navacerrada y durante más de dos meses no se vio ni se escuchó una moto. Ese último lunes de mayo fueron bastantes, como si de un fin de semana de primavera se tratara, había ganas, muchas ganas de volver a montar. Eso sí, con libertad condicional.

A condición de no salir de la provincia, de respetar la distancia social. Montando no hay problema, pero al parar todos con mascarilla y a más de dos metros, ensayando ya los nuevos protocolos. No meter los guantes dentro del casco, llevar la mascarilla puesta o a mano, para cuando nos quitemos el casco con gente, llevar gel para lavarnos las manos cada vez antes de ponernos los guantes y desinfectándolos por fuera al llegar a casa; en fin, ligeras perdidas de libertad.

La inmensa mayoría de la gente que monta en moto somos gente con más de dos dedos de frente. Pasionales y solidarios, osados y prudentes absolutamente conscientes de que, en cualquier percance, ya sea por error propio o el de otros, somos nosotros los que salimos perdiendo. Solo el que monta en moto sabe de sensaciones muy difíciles de explicar, imposibles siquiera de vislumbrar por los que no lo hacen. Para recordar todas esas sensaciones, forzosamente aletargadas, salimos el primer día que pudimos hacerlo. Hasta entonces reprimimos nuestra ansiedad. Respetamos y cumplimos, sufriendo cada día el mal hacer de los políticos de todo pelaje y condición, empeñados en enfrentarnos, comprobando en cada discurso como radicalizaban a los ciudadanos hacia los extremos por una triste situación que debería habernos unido. La incertidumbre de un futuro económico catastrófico, la inquietud por lo que sucederá con nuestros empleos, nuestras fuentes de ingresos y lo más dramático en los peores casos, la pérdida de un ser querido. Todo lo olvidamos durante esos minutos, con suerte horas, en los que pilotamos nuestras motos. Concentrados en nuestra pasión, en cada gesto que nos lleva con seguridad hacia un horizonte que siempre se aleja. Podrán y pudieron restringir nuestras salidas y viajes, pero nunca podrán acabar con el espíritu de los que montamos en motocicleta. Si solo pudieran intuir lo felices que somos con algo tan sencillo se morirían de envidia. Dejémosles prisioneros en sus fangos ególatras, nunca sabrán lo que es la verdadera libertad. Nosotros a lo nuestro, a seguir viviendo con intensidad cada metro del camino.